San Pedro Claver - 9 de septiembre



Redacción

Durante la reunión del CELAM en Puebla (1979), los obispos elegidos por sus compañeros de todos los países latinoamericanos hicieron una declaración colectiva de culpas de omisión en la historia de la Iglesia en América Latina.

En esta acusación, lamentaron no haber tratado con espíritu fraternal a los esclavos negros, arrastrados como bestias humanas por los negociantes a muchos países del continente.
A principios del siglo XVII, el joven español Pedro Claver, estudiante de teología y novicio de la Compañía de Jesús, rogó a sus superiores de Tarragona que le permitieran dedicar su vida al apostolado entre los esclavos negros.

En 1610 llegó a Cartagena (Colombia) y allí permaneció hasta su ordenación, a los 36 años, ayudando al cuidado espiritual de los hombres, mujeres y niños negros, que eran comprados para los trabajos más humildes y difíciles en los ranchos y minas de la provincia.

Ya sacerdote, confirmó su entrega a Dios con estas palabras: “Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre”. Este voto solemne encierra un heroísmo increíble, ya que tuvo que luchar contra la incomprensión de los seglares y los clérigos.

Era, en verdad, una opción por los seres más pobres. Primeramente, Pedro Claver obtuvo de las autoridades que lo dejaran visitar todo barco que llegara a Cartagena con esclavos. Allí mismo atendía a los enfermos y moribundos, porque siempre había negros que, por las condiciones infrahumanas del viaje, morían antes de llegar a tierra.

En los campamentos, donde eran encerrados los que habían sobrevivido, Pedro Claver los visitaba, prodigándoles todo su cariño y toda clase de ayuda espiritual y material. No era fácil vencer la desconfianza de aquellos que, hasta ese momento, habían recibido un trato bestial por parte de los hombres y seguían inclinados hacia sus vicios atávicos: la embriaguez, los bailes sensuales y los cultos idolátricos.

Tanto en el convento de los jesuitas en Cartagena, como durante sus fatigosos viajes a las colonias de negros en el interior del país, Pedro Claver ofrecía continuamente a Dios, en reparación de los crímenes que cometían los traficantes de esclavos, muy rigurosas penitencias, como flagelaciones y ayunos voluntarios hasta sufrir de hambre y sed. Al ver que alguno castigaba a los negros con el látigo, él se interponía para rescatar al hermano negro de la ira de su dueño.

Las pruebas más difíciles durante sus 40 años de apostolado a favor de los esclavos eran sus continuas visitas a las cárceles y al Hospital de San Lázaro, donde se encontraban los contagiados de lepra. Muchos negros no católicos se convirtieron en estos lugares por la increíble caridad del padre Claver, el cual, ya anciano, era conducido en una silla portátil.

Fue canonizado junto con su maestro, Alonso Rodríguez, el 15 de enero de 1888, por su Santidad el Papa León XIII. El mismo Papa lo declaró “patrono de las misiones entre los negros”.
Precisamente en una fiesta de la Virgen, el 8 de septiembre de 1654, fue llamado a la gloria celestial, cuya luz había hecho vislumbrar a tantos hermanos pobres en este valle de lágrimas.

“El esclavo de los negros” se había consagrado también, desde el principio de su vida religiosa, como “el esclavo de María”. Celebraba con especial devoción las fiestas de la Virgen en compañía de sus hermanos.


“Cristo vino ante todo a “liberar” al hombre de la cárcel moral en que lo tenían preso sus pasiones. “Todo el que comete pecado es siervo del pecado”, afirma El en el Evangelio (Jn 8, 34); precisamente de esta esclavitud quiere liberar al hombre con su redención. A la esclavitud del pecado todo hombre está sujeto desde el nacimiento por descender todos de Adán, y es una esclavitud que cada uno aún agrava más desgraciadamente, por las culpas personales a las que está expuesto a lo largo de la vida por fragilidad o por voluntad… No existe hombre alguno que no necesite ser liberado por Cristo, pues no existe hombre alguno que no sea prisionero de sí y de sus pasiones de forma más o menos grave.
Por consiguiente, la liberación verdadera se obtiene con la conversión y purificación del corazón, es decir, con el cambio radical del espíritu, mente y vida que sólo la gracia de Cristo puede realizar…”
Discurso de Juan Pablo II, en la cárcel romana de Rebibbia,
27 de diciembre de 1983 (extracto).

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