Natividad de la Virgen María - 8 de septiembre



Redacción

La Iglesia nos invita hoy a celebrar el nacimiento de la Virgen María, con estas palabras:
Celebremos con júbilo el nacimiento de la Santísima Virgen María, de la cual nació Cristo, nuestro Dios y Salvador.”
No hay, en efecto, mejor manera de festejar a María que prosternarse ante su Hijo. Y la razón de ello es que el Hijo de María, sin dejar de ser verdadero hombre, es a la vez el Hijo del eterno Padre, y por tanto, Dios de Dios, luz de luz.

Los que no contemplan así al Hijo de María, no pueden captar los tesoros de gracia y  de amor que se encierran en esta fiesta mariana. Desgraciadamente, en nuestros días algunos cristianos han perdido la fe en la divinidad de Cristo y, precisamente por eso, no pueden alcanzar a comprender la altísima gracia que para el mundo significa el nacimiento de María, que para ellos es una mujer buena, pero no la más santa entre todos los santos. No habría razón, según ellos, para que el Espíritu Santo, por boca de Isabel, la hubiera saludado diciéndole: “Bendita tú entre todas mujeres y bendito el fruto de tu vientre.” (Sn Lc 1, 42).

Es muy justo, por tanto, que los cristianos auténticos nos alegremos por el nacimiento de Cristo, el fruto bendito de María; por eso mismo, esa alegría se proyecta hasta el nacimiento de aquella que le dio la naturaleza humana, para que, como perfecto Mediador, nos salvara de nuestros pecados y nos colmara de gracia y felicidad.

Hermosamente nos dice otro texto litúrgico del día de hoy: “Cuando nació la Virgen Sacratísima, se llenó de luz el mundo; pues María es de una estirpe bienaventurada, una raíz santa, y bendito es su fruto”.

En efecto, el nacimiento de María anuncia al mundo la dicha de la llegada del Redentor de todos y cada uno de nosotros. Pues así como el sol no sólo ilumina toda la tierra, sino también a cada uno de sus moradores, así la luz de la redención se anticipa a iluminar a la Virgen, que nació para hacer reverberar sobre el mundo las bendiciones de su redención anticipada, en cuanto “Madre del Redentor”, intercesora y medianera de todas las gracias.

Con estos sencillos pensamientos canta la liturgia de hoy el nacimiento de la Santísima Virgen:
Tu natividad, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el universo: pues de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, quien, cancelando la maldición, nos ha inundado con bendiciones y, venciendo a la muerte, nos ha regalado la vida eterna.”
¡Qué atmósfera tan sobrenatural de paz y de luz, de gracia y bendición, envuelve esta gloriosa festividad del nacimiento de María! Realmente ella es, para los hijos e hijas de Adán, la aurora de nuestra redención y de nuestra elevación al plano sobrenatural. La alegría se desborda en el alma cristiana que vislumbra, a través de la fe, la gloria del Señor en el nacimiento de la Virgen y los beneficios innumerables que recibimos sin cesar de la Virgen Madre de Dios.

Cantemos pues con la Iglesia: “Celebremos con alegría la natividad de la bienaventurada Virgen María, para que ella interceda por nosotros ante Jesucristo, el Señor."

“En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la Santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.” 
Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 103.

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