Redacción
¿Quién era María Magdalena? ¿Era, como lo confirma casi con seguridad la investigación más reciente, aquella María de Magdala de la cual Jesús expulsó siete espíritus malos y la que, como agradecimiento, le siguió en sus peregrinaciones, estuvo al pie de la cruz en el Gólgota y ayudó a sepultar al Señor?
María de Magdala es aquella que, en la mañana del día de Pascua, corrió sola hacia la tumba, la encontró vacía, y fuera de sí por su aflicción, suplicó al supuesto jardinero que le dijera dónde había puesto el cadáver de su Señor… Después, el que había tomado por el jardinero se dio a conocer como Cristo resucitado. Ella misma como tocada por un rayo, cayó a sus pies, para levantarse luego llena de júbilo e ir a anunciar a los Apóstoles el increíble mensaje.
Desde que San Gregorio el Grande declaró que tres de las mujeres que seguían a Jesús, es decir, María de Cleofás, María de Betania, hermana de Lázaro y Marta y aquella otra María, la pecadora pública, eran la misma persona, ni la historia, ni la leyenda, ni la liturgia han podido distinguirlas convenientemente.
En esta forma, María Magdalena quedó como una de las figuras legendarias de la Edad Media, Para nosotros, sin embargo, es aún más, porque llegó a ser testigo y símbolo del increíble amor divino que se inclina piadosamente hacia toda miseria humana.
María Magdalena llegó a ser la discípula más fiel del Salvador, la mujer que cuidaba de Él durante sus peregrinaciones entre el Líbano y el Mar Muerto. Por Él abandonó su casa y su comarca: por Él se separó de amistades y parientes y se unió a los rudos Apóstoles, pescadores del lago de Genesaret, aceptando todas las inclemencias de los viajes, sirviéndolos a todos con verdadera humildad. Así como el Señor se había mostrado magnánimo con ella, su respuesta no se quedó atrás.
Expulsada de su patria por la primera persecución judía de los cristianos, María Magdalena se fue al sur de Francia y vivió, según se dice, en una cueva cerca de Saint Baume, durante treinta años. A decir verdad, esta descripción es evidentemente una leyenda, pero el arte ha aprovechado este motivo.
Aunque posiblemente la penitente no tuvo nada que ver con la histórica María de Magdala, su figura favoreció fuertemente la veneración a Santa María Magdalena en la Edad Media. En el Vézelay francés, cuyos monjes cuidaban de la presunta tumba de la pecadora convertida, se reunieron durante siglos aquellos peregrinos que se dirigían hasta Santiago de Compostela, Roma y Jerusalén; peregrinos que, a menudo, pagaron esas fatigas con su vida.
Aunque se hayan equivocado en la persona, su fe devota en la misericordia divina que perdona, la cual relacionaron con el nombre de María Magdalena, los justifica desde nuestro punto de vista.
“Deseando encarnarse y entrar en nuestra historia humana, Jesús quiso tener una Madre, María Santísima, y elevó así a la mujer a la cumbre más alta y admirable de la dignidad: Madre de Dios encarnado, Inmaculada, Asunta, y Reina del cielo y de la tierra. ¡Por eso vosotras, mujeres cristianas, debéis anunciar, como María Magdalena y las otras mujeres del Evangelio, debéis testimoniar que Cristo ha resucitado verdaderamente, que Él es nuestro verdadero y único consuelo! Tened, pues, cuidado de vuestra vida interior, reservándoos cada día un pequeño oasis de tiempo para meditar y rezar”.
Juan Pablo II, Alocución a las empleadas del hogar, 29 de abril de 1979.
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