San Camilo de Lelis - 14 de julio



Redacción

La vida de Camilo constituye un claro ejemplo de la manera como Dios sabe transformar, con la ayuda humana, una existencia destinada al fracaso en una auténtica floración de virtudes. Eso era Camilo: un joven vagabundo encarcelado y encadenado por el vicio del juego.

Durante cinco años luchó con la armada de Venecia contra los turcos, pero la inflamación de una pierna lo convirtió en un inválido. Para no morirse de hambre aceptó, a los 25 años de edad, un trabajo como arriero de asnos en la construcción del convento de los capuchinos en Manfredonia, al sur de Italia.

El día de la Candelaria de 1575, se repitió en él la escena bíblica del hijo pródigo. Gracias a las exhortaciones del padre guardián, Camilo, de rodillas, hizo confesión de sus culpas y pidió ser admitido como novicio en la Orden. Por su enfermedad en la pierna no pudieron aceptarlo; pero lo ayudaron para que encontrara un puesto, como enfermero, en el Hospital Santiago, en Roma.

Viendo el pésimo trato que los enfermeros, verdaderos mercenarios, daban a los enfermos, San Camilo se propuso atenderlos mejor con el cariño de una madre. Dios le inspiró la idea de ver y tratar a cada enfermo y moribundo como al mismo Cristo.

Camilo, con su espíritu dinámico de  soldado, se lanzó a la aventura de Cristo, y el año 1585 alquiló una casa desde donde él y cinco compañeros salían diariamente a asistir a los enfermos y moribundos, en el barrio humilde de Trastévere.

Convencido íntimamente de que la ayuda más importante debía ser la espiritual, Camilo empezó los estudios teológicos y logró, asistido en su camino por los santos Roberto Belarmino y Felipe Neri, ser admitido para la ordenación sacerdotal cuando ya contaba 34 años.

El Papa Gregorio XIV, reconoció su congregación, “Siervos de los enfermos”, como una Orden con votos solemnes: los tres tradicionales y además el cuarto, la ayuda a los enfermos infecciosos y graves. El cumplir con ese voto era heroico. Casi todas las ciudades italianas fueron, durante aquel tiempo, diezmadas por la peste. La muerte segó las vidas de 223 hermanos de la congregación en estas epidemias, solamente durante la vida del santo.

Camilo ayudó a vencer las epidemias por la estricta limpieza en sus hospitales, por la separación de los contaminados y una excelente cooperación con los médicos.

Acercándose el fin de su vida, fundó aún la fraternidad de seglares ayudantes: “María, salud de los enfermos”. También la devoción a María durante el mes de mayo fue promovida por su iniciativa.

Convencido de que la enfermedad tiene valores profundos para la maduración cristiana y para la salvación de los prójimos, dijo una vez:
Si entre nosotros ya no hubiera pobres ni enfermos, deberíamos viajar hasta el último rincón de la tierra para encontrarlos; tanto nos hacen falta".
Murió el 14 de julio de 1614, en Roma. Al canonizarlo el Papa Benedicto XIV, en 1746, dijo: "Su vida es una nueva escuela de amor". El Papa Pío XI lo declaró “patrono del cuidado de los enfermos”.


“…Uno de estos discípulos, dispuesto a recoger y vivir de manera heroica el ejemplo del Señor, fue precisamente San Camilo de Lelis. Después de haber experimentado largamente en su propio cuerpo y en el espíritu “las señales de Cristo” (cfr. Gál 6, 17), por divina inspiración, decidió formar, como dijo Benedicto XIV, “una nueva escuela de caridad” instituyendo la Orden de la Familia de los Camilos, hoy presentes en muchas partes del mundo. 
Un contemporáneo de San Camilo de Lelis nos informa de que el santo, junto al enfermo, participaba hasta tal punto de su condición, “que adoraba al enfermo como a la persona del Señor…”
…Sabemos, sin embargo –y vosotros lo experimentáis con especial realismo--, que las fuerzas humanas no son suficientes por sí solas para hacer frente a tareas tan altas y comprometidas. Es necesaria la oración, verdadera medicina del cuerpo y del espíritu, canal y puente de nuestra esperanza.
Alocución del Santo Padre en el Hospital de San Camilo, Roma, 3 de julio de 1983.

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