Redacción
Marcelino y Pedro pertenecen al número de mártires cuyos nombres figuran en el Canon romano de la Misa. Su martirio, sufrido hacia el año 304 durante la persecución de Diocleciano, está atestiguado por el Papa San Dámaso (304?-384), quien lo oyó de boca del mismo verdugo, convertido quizá al cristianismo.
Marcelino era un prominente sacerdote de la ciudad de Roma. Se dice que Pedro tenía el grado de exorcista. Fueron decapitados por ser cristianos, en un bosque cercano a Roma llamado “Silva Nigra”. Dos devotas mujeres, Lucila y Firmina, rescataron sus cadáveres, y los enterraron solemnemente en las catacumbas de San Tiburcio en la vía Labicana,
Después el emperador Constantino edificó una basílica sobre su sepultura. El Papa Gregorio IV, en el año 827, donó los restos de los santos a Eginhard, secretario de Carlomagno. Con el tiempo, fueron depositados en la población de Saligenstadt, a 22 kilómetros de Frankfurt, en Alemania.
"Y también, en otro lugar, se afirma: “Has sido invitado a un gran banquete: considera atentamente qué manjares te ofrecen, pues también tú debes preparar lo que a ti te han ofrecido”. Es realmente sublime el banquete. Nadie, en efecto, alimenta de sí mismo a los que invita, se da a sí mismo como comida y bebida. Y los mártires, entendiendo bien lo que había comido y bebido, devolvieron al Señor lo mismo que de Él habían recibido. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación”.
¿De qué copa se trata? Sin duda de la copa de la Pasión, copa amable y saludable, copa que debe beber primero el médico para quitar las aprehensiones del enfermo. Es ésta la copa. Contemplemos esta copa en los labios de Cristo, cuando dice: “Padre, si quieres, aparte de mí este cáliz”. De este mismo cáliz afirmaron, pues los mártires: “alzaré la copa de la salvación invocando su nombre”. ¿Tiene miedo de no poder resistir? No, dice el mártir. ¿Por qué no? Porque he invocado el nombre del Señor. ¿Cómo podrían haber triunfado los mártires si en ellos no hubiera vencido Aquel que afirmó: “Tened valor: yo he vencido al mundo”.
San Agustín, Sermones.
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