Redacción
En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón después del incendio en la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos.
En sólo treinta años, la doctrina de Cristo había resonado por todos los confines del Imperio romano, sin haber tenido que chocar con la autoridad imperial. Llegó, con todo, el día en que el odio popular creciente contra la minoría cristiana, que observaba una vida tan diferente a la de las multitudes paganas, se convirtió en sangrientas persecuciones.
Una calamidad en la que los cristianos no tuvieron parte fue el pretexto de la primera persecución imperial: el incendio de Roma, en julio del año 64. Corrió el rumor de que el emperador en persona había ordenado el incendio con el fin de embellecer después la ciudad. El incendio duro siete días y siete noches, causó graves daños en diez de las catorce zonas de la ciudad y dejó en la miseria a millares de familias.
"Para disipar este rumor -dice el historiador Tácito en sus Anales del Imperio romano- Nerón presentó como reos del incendio y sometió a refinados castigos a ciertos hombres odiados por sus crímenes, a quienes el vulgo llamaba cristianos. Les venía este nombre de Cristo, ajusticiado durante el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato… Fueron capturados, pues, los que confesaban su fe cristiana… El suplicio de los condenados se convirtió en diversión: unos, cubiertos con pieles de animales, perecieron desgarrados por los perros; otros muchos, en la cruz o en la hoguera; y otros, al caer la tarde, quemados como antorchas para iluminar la noche. Nerón prestó para este espectáculo sus jardines en donde ofreció juegos de circo, mezclándose con la gente vestido de cochero y guiando una cuadriga… Causaban compasión, porque los sacrificaban no en utilidad pública, sino debido a la crueldad de un hombre" (Annales 15, 44).
No consta que esta persecución se haya extendido fuera de Roma, si bien es probable que el mal ejemplo haya incitado a muchos otros enemigos de los cristianos a pedir su muerte. Este hecho está también atestiguado por Clemente Roma, que después fue Papa, en su Carta a los corintios, capítulo 5.
Aunque no se puede puntualizar el cómo, parece innegable que el martirio de San Pedro y San Pablo, que tuvo lugar durante el reinado de Nerón, está relacionado con aquella primera persecución.
La Iglesia quiere que en este día recordemos la memoria de estos mártires anónimos, por haber sido fieles a Dios, por haber entregado sus cuerpos al martirio y por haber merecido la corona eterna.
Éstos son los que vinieron de la gran tribulación y lavaron sus vestiduras con la sangre del Cordero".
Por eso pide que así como ellos, primeros gérmenes de la Iglesia en Roma, dieron con tanta valentía testimonio de su fe, fortalezcamos la nuestra para que también nosotros lleguemos a obtener el gozo de la victoria.
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