junio 2020
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Redacción

En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón después del incendio en la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos.

En sólo treinta años, la doctrina de Cristo había resonado por todos los confines del Imperio romano, sin haber tenido que chocar con la autoridad imperial. Llegó, con todo, el día en que el odio popular creciente contra la minoría cristiana, que observaba una vida tan diferente a la de las multitudes paganas, se convirtió en sangrientas persecuciones.

Una calamidad en la que los cristianos no tuvieron parte fue el pretexto de la primera persecución imperial: el incendio de Roma, en julio del año 64. Corrió el rumor de que el emperador en persona había ordenado el incendio con el fin de embellecer después la ciudad. El incendio duro siete días y siete noches, causó graves daños en diez de las catorce zonas de la ciudad y dejó en la miseria a millares de familias.

"Para disipar este rumor -dice el historiador Tácito en sus Anales del Imperio romano- Nerón presentó como reos del incendio y sometió a refinados castigos a ciertos hombres odiados por sus crímenes, a quienes el vulgo llamaba cristianos. Les venía este nombre de Cristo, ajusticiado durante el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato… Fueron capturados, pues, los que confesaban su fe cristiana… El suplicio de los condenados se convirtió en diversión: unos, cubiertos con pieles de animales, perecieron desgarrados por los perros; otros muchos, en la cruz o en la hoguera; y otros, al caer la tarde, quemados como antorchas para iluminar la noche. Nerón prestó para este espectáculo sus jardines en donde ofreció juegos de circo, mezclándose con la gente vestido de cochero y guiando una cuadriga… Causaban compasión, porque los sacrificaban no en utilidad pública, sino debido a la crueldad de un hombre" (Annales 15, 44).

No consta que esta persecución se haya extendido fuera de Roma, si bien es probable que el mal ejemplo haya incitado a muchos otros enemigos de los cristianos a pedir su muerte. Este hecho está también atestiguado por Clemente Roma, que después fue Papa, en su Carta a los corintios, capítulo 5.

Aunque no se puede puntualizar el cómo, parece innegable que el martirio de San Pedro y San Pablo, que tuvo lugar durante el reinado de Nerón, está relacionado con aquella primera persecución.


La Iglesia quiere que en este día recordemos la memoria de estos mártires anónimos, por haber sido fieles a Dios, por haber entregado sus cuerpos al martirio y por haber merecido la corona eterna.  
Éstos son los que vinieron de la gran tribulación y lavaron sus vestiduras con la sangre del Cordero". 
Por eso pide que así como ellos, primeros gérmenes de la Iglesia en Roma, dieron con tanta valentía testimonio de su fe, fortalezcamos la nuestra para que también nosotros lleguemos a obtener el gozo de la victoria.






Redacción

San Pedro era pescador en el lago de Tiberíades o de Galilea. Nació en Betsaida, población que se supone estaba cercana a Cafarnaum. Se llamaba Simón y era hijo de Jonás o Juan. Su hermano se llamaba Andrés y fue también de los Doce, como él.

Como el Evangelio habla de la suegra de Simón, se deduce que éste era casado. Andrés fue uno de los dos discípulos de Juan el Bautista que vio por primera vez a Jesús. Después de una entrevista con él, llevó a Simón con Jesús, el cual le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú serás llamado Cefas, que en arameo significa Piedra" (Sn Jn 1, 36) Los acontecimientos que siguieron explicarán el sentido del nuevo nombre simbólico.

San Mateo, San Marcos y San Lucas narran la vocación de Pedro al apostolado. San Lucas añade el episodio de la pesca milagrosa, cuando Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: "Señor, apártate de mí porque soy un hombre pecador". Jesús contestó: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Sn Lc 5, 8-10). San Pedro ocupa siempre el primer puesto en el Colegio de los Apóstoles.

Jesús le dirigió la palabra en las ocasiones solemnes. En los principales misterios, Pedro fue su compañero y su testigo.

"Hallándose Jesús en Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Y ellos respondieron “Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías; otros que Jeremías, o alguno de los profetas”. Jesús les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Respondió Simón Pedro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Al oír las palabras de Simón, Jesús hizo un comentario solemne: “Bienaventurado eres tú Simón, hijo de Juan, porque ni la carne ni la sangre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Lo que atares en la tierra, será atado al cielo; y lo que desatares en la tierra, será desatado en el cielo”" (Sn Mt. 16, 13-19). El hijo de Jonás quedó constituido por Cristo como cabeza de su Iglesia.

Después de estas palabras que hicieron de Pedro el fundamento y la piedra angular de la cristiandad, vaciló algunas veces su fe en el Maestro. En el trance supremo de la Pasión de Jesús, negó al Salvador por tres veces, pero después lloró lágrimas amargas de dolor. Su arrepentimiento fue rápido y sincero. Cuando el Espíritu Santo bajó sobre los discípulos, reunidos con María en el Cenáculo, Pedro cumplió el mandamiento del Señor resucitado, quien le había retornado su amistad a orillas del mar de Galilea diciéndole: "Apacienta mis ovejas" (Sn Jn 21, 15). Pedro inició la predicación eclesiástica de la Buena Nueva convirtiendo a los primeros tres mil discípulos. Después de la Ascensión del Señor, por iniciativa de Pedro, se eligió a Matías como sucesor del apóstol que había  sido traidor. De camino al templo con Juan, le dijo al cojo de nacimiento: "Levántate y anda" (Hc 3, 6).

San Pedro, después de la Ascensión, vivió por algún tiempo en Jerusalén, confirmando a sus hermanos de aquella ciudad y de los alrededores. En Cesarea de Palestina, abrió las puertas de la Iglesia a la gentilidad en la persona del centurión y su familia. Fue encarcelado por Herodes Agripa y liberado por un ángel.

Una tradición muy respetable atribuye al Príncipe de los Apóstoles la fundación de la cátedra de Antioquía. Presidió el Concilio Apostólico de Jerusalén, hacia el año 50.

Por último, San Pedro llegó a Roma y fue su primer obispo. La fecha de la llegada, la duración del episcopado, el año de su martirio son cuestiones inciertas, sobre las cuales se discute con diversos resultados. La muerte de San Pedro no pudo ser un episodio oscuro. En el último capítulo del Evangelio de San Juan, le dice Jesús a Pedro: "”…cuando seas viejo, extenderás los brazos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras…” Él le dijo eso aludiendo al género de muerte con el cual (Pedro) debía glorificar a Dios" (Sn Jn 21, 18-19). Esta es una confirmación clarísima del suplicio del Apóstol. San Clemente, que recuerda la persecución de Nerón, une a Pedro y a Pablo a las víctimas inmoladas después del incendio de Roma, y lo muestra como el representante más elocuente de la tradición romana.

Entre los más fanáticos perseguidores de los cristianos de Jerusalén, sobresalía un helenista de Tarso, de nombre Saulo, discípulo del célebre rabino Gamaliel, que después sería el gran Apóstol de los Gentiles, San Pablo, cuya memoria se unirá siempre a la del Príncipe de los Apóstoles.

Era hombre culto, que hablaba el griego. Como buen fariseo sabía un oficio: el de hacer tiendas. Es moralmente cierto que no era casado ni rabino. No sabemos exactamente cuándo nació y es casi seguro que no conoció a Jesús durante su vida mortal.

Su milagrosa conversión se celebra en otro día del calendario litúrgico. Después de ella se retiró al desierto arábigo, para ser transformado por Dios en el Apóstol de las gentes.

Acompañado por Bernabé, emprendió tres largos viajes famosos y ganó para Cristo muchas almas en Asia Menor, Creta, Macedonia, Grecia, etc. Fundó iglesias en los más importantes sitios del mundo romano. Las grandes ciudades fueron su patria y el escenario preferido de su actividad. Escribió 14 cartas importantísimas y formó con ellas el núcleo de la teología cristiana.

Finalmente, después de una vida de gracias y de beneficios al prójimo, fue encarcelado en Jerusalén.
Más de cuarenta judíos juraron no comer ni beber hasta haberle dado muerte. Pasó dos largos años prisionero en Cesarea, y ante las insidias de sus enemigos se vio forzado a apelar al César, como ciudadano romano que era. En Roma termina su historia cierta. Es probable que haya visitado España después de haber estado prisionero dos años en la capital del imperio.

Cayó, según la tradición, bajo la espada del verdugo en la persecución de Nerón, probablemente en el año 67, el mismo año en que moría crucificado cabeza abajo el Apóstol Pedro.

"Los Doce, presididos por Pedro, fueron escogidos por Jesús para participar de esa misteriosa relación suya con la Iglesia. Fueron constituidos y consagrados por Él como sacramentos vivos de su presencia, para hacerlo visiblemente presente, Cabeza y Pastor en medio de su Pueblo. De esta comunión profunda en el misterio fluye, como consecuencia, el poder de “atar y desatar”. Considerado en su totalidad, el ministerio jerárquico es una realidad de orden sacramental, vital y jurídico como Iglesia". D.P., n. 258.



Redacción

Hay pocos datos concernientes a la biografía de San Ireneo, pero existe una vasta literatura acerca de la importancia de este santo como testigo de las primitivas tradiciones del cristianismo y maestro de la ortodoxia.

Nació hacia el año 130 y fue educado en Esmirna. Conoció íntimamente a San Policarpo, obispo de esta ciudad y discípulo de San Juan Evangelista. Tuvo el inestimable privilegio de tratar a muchos hombres que conocieron a los Apóstoles y a sus inmediatos discípulos. Sobre todo, la impresión que causó San Policarpo en San Ireneo fue indeleble y duró toda su vida: como le dijo a un amigo, él podía recordar los detalles de su aspecto, el sonido de su voz, y las mismas palabras con que describía al Apóstol San Juan y a otros que conocieron al Señor Jesús.

El año 177, San Ireneo era presbítero en Lyon (Francia) y poco después ocupó la sede episcopal de esta ciudad. Desempeñó con maestría dos misiones importantes en Roma: una con el Papa San Eleuterio, y otra con el Papa Víctor III.

Escribió en defensa de la fe católica contra los errores de los gnósticos. Las escuelas gnósticas se multiplicaron extraordinariamente en un principio. Como sus enseñanzas eran secretas, oscuras, simbólicas y aun contradictorias entre sí, se hace difícil definirlas en conjunto. El gnosticismo tendía a reducir la religión revelada a una teosofía, o conocimiento intuitivo de Dios y de las cosas divinas. Admitía además la dualidad y hasta la multiplicidad de los principios del bien y del mal.

Los Apóstoles y los santos Padres, principalmente San Ireneo, combatieron enérgicamente las ideas gnósticas que fácilmente podían confundir a los cristianos de escasa formación.

La fecha de su muerte es desconocida. Generalmente se considera que fue el año 203. También es dudoso que haya recibido el martirio.

"La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre, como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana. En este sentido, escribía San Ireneo: “La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de sabiduría, de su poder es el hombre”". 
D.P., n. 258.



Redacción

CUIDA DE NOSOTROS TUS HIJOS

Bajo este título se venera en Roma una imagen bizantina de la Santísima Virgen María, que data del siglo XII o del XIV. Conservada en otro tiempo en la iglesia de San Mateo, en el Esquilino, la milagrosa imagen fue cayendo poco a poco en el olvido, hasta que, en 1866, el Papa Pío IX la confió a los redentoristas, que celebraban su fiesta. La mayoría de las iglesias de Occidente invocan hoy a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

La Iglesia se dirige a Nuestro Señor Jesucristo este día, para recordarle que nos ha dado como madre dispuesta a socorrernos a su propia Madre, la Virgen María, a quien le corresponde muy adecuadamente el título de “Perpetuo Socorro”.

Dios ha dado a María a su Hijo, lo ha engendrado en su seno, lo ama como a sí mismo, de suerte que, por naturaleza, fuese el mismo y único Hijo de Dios y de María. Dios creó todo y María engendró a Dios en cuanto hombre. El que hizo todas las cosas de la nada, no quiso rehacerlas sin María. Dios es Padre de todas las cosas creadas y María es la Madre de las cosas recreadas. No es pues de extrañar que María tenga tanto cuidado de nosotros, sus hijos recreados, y que perpetuamente nos socorra en nuestras necesidades

El cielo, los astros, la tierra, los ríos, el día, la noche y todo lo que se halla sometido al poder y al servicio del hombre, se congratulan por María; habiendo el hombre perdido su antigua nobleza, ahora ha sido, en cierto, modo, resucitado con la ayuda de María, y dotado de una gracia nueva e inefable. Con toda razón acuden los fieles a María como Señora del Perpetuo Socorro.

"María, llevada a la máxima participación con Cristo, es la colaboradora estrecha en su obra. Ella fue “algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante” 
(M.C. 37). 
No es sólo el fruto admirable de la Redención; es también la cooperadora activa. En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán". 
D.P., n. 239.




Redacción

San José María Escrivá es uno de los más populares fundadores y apóstoles del siglo XX. Nació en Barbastro Aragón, España, de un hogar sumamente creyente y ejemplar y fundó en 1928 una de las asociaciones apostólicas más fuertes del mundo, el Opus Dei.

Su gran cualidad

Desde muy pequeño tuvo una gran cualidad: su espíritu de servicio a los demás. Parecía que su oficio más agradable era poder ser útil a los demás en todo lo que le fuera posible ayudarles. La frase de Jesús que más le impresionaba era esta: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida en redención de muchos” (Mt. 20, 28). Y le impresionaba el meditar que Jesús desde su nacimiento en el pesebre hasta su muerte en la cruz, no tuvo otro fin que el de dar la gloria a Dios Padre y hacer el mayor bien en las criaturas humanas. Y él se propuso emplear también todas sus cualidades al servicio de Dios y de las personas humanas.

José María se propuso pues imitar el espíritu de servicio de Jesús, y dedicar su vida entera a lograr hacer el mayor bien posible a toda clase de gentes.

Después de obtener su doctorado en la universidad, fue ordenado de sacerdote en 1925 y se dedicó al apostolado con todas las fuerzas de su alma, teniendo como lema aquella frase de la S. Biblia: “El sacerdote está constituido a favor de los hombres” (Hebr. 5, 1).

Su madre, Doña Dolores, le había enseñado una frase que ella repitió muchas veces y que a él le fue muy útil en el apostolado: “Para lo único que hay que tener vergüenza es para pecar”: Así que al joven sacerdote no le dio jamás vergüenza hablar de Cristo y de su mensaje en todas partes y ante toda clase de personas. Y esto mismo enseñó con la palabra y el ejemplo a sus millares de discípulos de todo el mundo.

Sus cualidades

Cuando Dios encamina a una persona hacia una gran obra le concede todas las cualidades necesarias para desempeñar bien el oficio que le ha encomendado. Al Padre Escrivá le concedió un espíritu sumamente alegre y jovial que le ganaba la simpatía a todos los ambientes. Una alegría que se contagiaba a los que lo escuchaban. Lo dotó también la Divina Providencia de un corazón sumamente generoso para amar a todos. Uno de sus socios, que lo acompañó por muchos años, declaró: “Me consta que jamás Monseñor Escrivá se sintió enemigo de nadie”. Quiso bien a todos y los seguía queriendo aún después de que lo trataran mal. Su única moneda de cambio con quienes se dedicaban a atacarlo, era rezar por ellos.

Instrumento y sólo instrumento

José María fue un instrumento en las manos de Dios, por medio del cual la Iglesia Católica logró conseguir líderes apostólicos en todos los continentes y empezó nuevas obras de apostolado en muchas naciones. Pero él siempre se consideraba un simple instrumento en manos de Dios. Ninguno de sus triunfos apostólicos lo atribuía a sus cualidades o a sus esfuerzos personales, sino todo solamente a la bendición de Dios. Recordaba la famosa frase del libro de los proverbios: “Lo que nos produce éxitos es la bendición de Dios. Nuestros afanes no le añaden más”. Sabía que cuanto mejor preparado esté el instrumento, (por ej. El pincel, con el cual le agradaba mucho compararse) mejor saldrá la obra del artista. Por eso trataba de prepararse lo mejor posible, pero también estaba convencido de que sin la acción del Artista, (que siempre en el apostolado es Dios) el instrumento nada logra conseguir por sí mismo.

Pero la humildad de Escrivá no era un apocamiento, un creerse sin valor o un inútil y sin cualidades (porque eso sería mentira. Y la humildad es la verdad). Su humildad no era un no atreverse a proponer nuevas ideas iniciativas o dejar de exigir derechos que son deberes. Era un estar convencido de que es incapaz de realizar nada valioso sin la bendición de Dios, pero a la vez una convicción de que entre más preparado y calificado esté el apóstol, mayores éxitos podrá obtener si confía plenamente en la ayuda divina.

Lo que lo movió a dedicarse al apostolado

Siendo muy joven en Logroño en pleno y terrible invierno vio sobre la nieve las huellas de unos pies de un religiosa capuchina, que por amor a Dios y por salvar almas andaba descalza sobre ese hielo tan temible. Y José María se preguntó: “Todo esto hacen los demás, y yo ¿qué voy a hacer por Cristo y por las almas?”. Desde entonces se propuso gastarse y desgastarse por hacer amar más a Dios y por conseguir salvar almas.

Su obra más famosa

El 2 de octubre de 1928 José María sintió que Dios le iluminaba una idea maravillosa (durante unos Ejercicios Espirituales) fundar una asociación el la cual cada persona, siguiendo sus labores ordinarias en el mundo, se dedicara a conseguir la santidad y a propagar el reino de Cristo. Y fundó entonces la famosa organización llamada Opus Dei (Obra de Dios) que ahora está extendida por todos los países del mundo. Su lema era la frase de San Pablo: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Tes. 4, 3).

Santidad para todos

El famoso fundador repetía: “El creyente, ya sea barrendero o gerente, ya sea pobre o rico, sabio o ignorante, conseguirá su santificación y un gran puesto en el cielo si todo lo que tiene que hacer lo hace por amor a Dios y con todo el esmero que le sea posible. En el servicio de Dios no hay oficios de poca categoría. Todos son de gran categoría si se hacen por amor a Nuestro Señor”.

Desde 1928 hasta su muerte en 1975, José María Escrivá dedicó todas sus energías y sus grandes cualidades y todo su tiempo, a extender y a perfeccionar la obra maravillosa que Dios le había encomendado: el Opus Dei, una asociación para llevar hacia la santidad a las personas, pero permaneciendo cada cual en su propia  profesión y oficio”.

Un libro muy famoso

Escribió Monseñor Escrivá un librito pequeño pero hermosísimo que ha influido en millones de personas en el mundo entero. Se llama “Camino”. Son mil pensamientos (numerados) acerca de los temas más importantes para conseguir la santidad. Su estilo es simpático, impactante, incisivo y muy agradable. Y como antes de escribir rezó mucho por lo que iba a redactar, las frases del libro “Camino” llegan hasta el corazón de sus lectores y lo conmueven profundamente.

He aquí algunos de esos pensamientos cortos de su libro “Camino”: “Acostúmbrate a decir No a lo que es malo…. ¿Qué no puede hacer más? ¿No será que no puedes hacer menos?... ¿Virtud sin orden? ¿Y a eso llamas virtud?... ¡Qué hermoso desgastar la vida por Dios y por los demás!... Tu mayor enemigo es: tu egoísmo… Si no te dominas a ti mismo, aunque seas poderoso, eres poca cosa… Al que puede ser sabio no se le perdona que no lo sea… Tu orgullo: ¿de qué?...”

Un carisma muy especial

Dios le concedió la gracia de ser muy simpático para los universitarios, para los profesionales y para los de las clases dirigentes. Y él empleó este don tan especial para conseguir que muchísimos líderes de diversos países aprovecharan sus notables influencias en los demás para llevarles los mensajes de la Iglesia Católica y extender así nuestra Santa Religión. La simpatía personal del Padre Escrivá le atraía amigos en todas las naciones a donde llegaba su influencia y muchos de ellos ocupan ahora puestos influyentes, para gloria de Dios.

Padre José María: pídele a Dios que sigamos tu ejemplo y tus enseñanzas.




Redacción

"Preparad el camino del Señor, haced rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios".

Con estas palabras el evangelista San Lucas (3, 5), inspirado por el Espíritu Santo, señalaba a San Juan Bautista predicando en el desierto. Varios siglos antes el profeta Isaías anunciaba en sus predicciones, con palabras semejantes, la llegada del Mesías y los preparativos del pueblo para recibirlo. Juan, más afortunado que el profeta, pudo anticiparse inmediatamente al Mesías y cumplir con su misión de Precursor, allanando el camino del Señor hasta el corazón del pueblo. Nació éste en Judea seis meses antes de que naciera Cristo. Fue milagroso el nacimiento de Juan, porque un ángel lo anunció a sus padres, ya ancianos.

Seguramente que recibió una esmerada educación al estilo judío, puesto que su padre, Zacarías, era un sacerdote israelita. Éste, inspirado por el Espíritu Santo, había vaticinado que Juan "sería profeta del Altísimo e iría delante del Señor para preparar sus caminos". (Sn Lc. 1, 76).

Siguiendo su vocación profética extraordinaria, Juan se retiró desde muy joven al desierto, en donde llevó una vida de gran austeridad: vestía pieles de camellos, se alimentaba de langostas y miel silvestre y, sobre todo, vivía entregado a la oración.

Muy pronto, hacía el año 26 ó 27 de nuestra era, comenzó a predicar la sincera conversión a Dios, no sólo a los pecadores declarados y públicos, sino también a los encubiertos, que se consideraban intachables, como los fariseos y doctores de la ley. "Convertíos, pues llega el Reino de los Cielos" (Sn Mt 3,2).

Las muchedumbres acudían en tropel a escuchar su predicación y en señal de sincera conversión se hacían bautizar, es decir, que recibían de manos de Juan un baño en las aguas del Jordán, para simbolizar el sincero deseo de purificarse de sus pecados.

También Jesucristo fue a hacerse bautizar por Juan. Éste, iluminado por el Espíritu Santo, lo reconoció como quien era, el Mesías, el Hijo verdadero de Dios. Tembloroso, el Bautista se negaba a bautizarlo. Pero Jesús insistió por su profunda humildad, por esa misma humildad por la que se había hecho hombre y vivía como hombre, tomando sobre sí la responsabilidad de los pecados de toda la humanidad. Finalmente Juan se resignó a bautizar a Jesús. Entonces se abrieron los cielos, descendió el divino Espíritu en forma de paloma sobre el Mesías, y se oyó la voz del Padre que lo declaraba su Hijo muy amado a quien se debe escuchar (cfr. Mt. 3, 17).

Juan Bautista se sintió en el colmo de la felicidad: el Mesías, Hijo de Dios, se había manifestado esplendorosamente ante sus ojos y los de los discípulos. Varios de éstos, como Andrés, Simón, Juan, Felipe, Natanael siguieron a Jesús y recibieron el nuevo bautismo "en el Espíritu y en el fuego"      (Lc 3, 16), bautismo verdadero que no era sólo un símbolo, como el de Juan, sino un sacramento que perdona los pecados y hace hijos de Dios.

Otros discípulos y algunos judíos pretendían proclamar como Mesías al propio Bautista. Éste se negó rotundamente a semejante superchería y dio testimonio con su vida y con su muerte de que sin la penitencia y genuina conversión no es posible creer en JESÚS, EL Cristo, el Hijo de Dios. Juan proclamaba de sí: "Es necesario que yo disminuya y que él (Jesús) crezca" (Jn 3, 30).

"Conservemos la alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo -como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia- con un ímpetu interior que nadie ni nada será capaz de extinguir". 
E.N., n. 80.



Redacción

Este humilde sacerdote fue quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de sacerdotes del siglo XIX.

Nació en 1811 en el mismo pueblo donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la comunidad de los Padres de la Consolata.

Desde niño sobresalió por su gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los pobres.

Encuentro de dos santos

En el año 1827, siendo Cafasso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco. Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor y el que  mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran:

“Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le pregunté ‘¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco nuestras fiestas?’. Él con una agradable sonrisa me respondió: ‘Mira amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios,  las mejores fiestas son las que se celebran en el templo’. Yo, animado por su bondadoso modo de responder le añadí: ‘Sí, pero también nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos felices. El añadió: ‘Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo hace es el participar muy devotamente de las celebridades religiosas del templo’. Luego me preguntó qué estudios había hecho y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse me dijo: ‘No se te olvide que para el que quiere seguir el sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que aquello que sirve para salvar las almas’. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se llamaba y me dijeron: ‘Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso, que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban “el santito”’.

Formador de sacerdotes

Cafasso que era un excelente estudiante, tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital, Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de “posgrado”, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para reemplazarlo, y estuvo magnífico de rector por doce años hasta su muerte.

San José Cafasso formó más de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al constatar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de estos dos simpáticos santos.

En aquel entonces habían llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia (rigorismo).

El Padre Cafasso, en cambio, formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar cárceles y barrios supremamente  pobres, para despertar en ellos una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.

Un discípulo predilecto

Cuando el niño campesino Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran la otra media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo llevó a Turín y allá le costeó los tres años de posgrado en el Convictorio. Él fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por esto, el que siempre lo comprendió fue este simpático superior. Y al ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha considerado siempre a este santo como su amigo y protector.

Un apostolado heroico

En Turín, que era la capital del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar una vida santa. Les llevaba ropas, comidas, útiles de aseo y muchas otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una verdadera fiesta para ellos.

Con los condenados a muerte

San José Cafasso acompañó hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían sido terribles criminales,  ni uno sólo murió sin confesarse y arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la sentencia a muerte, lo primero que pedía era: “Que a mi lado esté el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar” (Un día se llevó a su discípulo Juan Bosco, pero éste el ver la horca cayó desmayado. No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo, y a Cafasso le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y convertía pecadores).

Las cualidades del apóstol

La primera cualidad que las gentes notaban en este santo era “el don del consejo”. Una cualidad que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros, militares y toda clase de personas necesitadas de un buen consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven) y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre José Cafasso. La gente decía: “Es pequeño de cuerpo, pero gigante de espíritu”. A sus sacerdotes les repetía: “Nuestro Señor quiere que lo imitemos en su mansedumbre”.

Su devoción a la Sma. Virgen

Desde pequeñito fue devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes, los entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que nunca en estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor de la Madre de Jesús, les concedería su petición.

Un día en un sermón exclamó: “qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser llevados por Ella al cielo”. Y así le sucedió: murió el sábado 23 de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.

Su oración fúnebre la hizo su discípulo preferido: San Juan Bosco.

Antes de morir escribió esta estrofa:

No será muerte si no dulce sueño
Para ti, alma mía,
Si al morir te asiste Jesús,
Y te recibe la Virgen María.

Y seguramente que así le sucedió en realidad.

El Papa Pío XII canonizó a José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso protector que logremos imitarlo en su simpática santidad.



Redacción

En muchos documentos, particularmente en los del Concilio Vaticano II, la Iglesia exige de los seglares que impregnen todas las estructuras del mundo con el espíritu de Evangelio. Entre los hombres que nos han dejado este ejemplo de ser “luz del mundo”, brilla Santo Tomás Moro.

Su vida se presenta sumamente aleccionadora para los tiempos modernos. Era hombre santo, como político, como abogado, como diplomático y como padre de familia. Era santo como un hombre normal que amaba el mundo y sus valores, creados por Dios; un hombre de altísimas cualidades intelectuales y una cultura humanística extraordinaria y, a la vez, persona humilde, simpática y francamente optimista.

De su padre, el juez Juan Moro, y de su madre, Inés, recibió una educación estricta. Como paje del cardenal Morton, y después en Oxford, asimiló una formación tan universal que hablaba el latín y el griego como su lengua nativa. El gran humanista Erasmo escribiría de él más tarde: "Siempre es amistoso y está de buen humor, y a todo el que lo conoce lo hace sentirse feliz".

A los 25 años llegó a ser miembro de la cámara en el Parlamento y, como único diputado, tuvo el valor de lanzarse contra un nuevo e injusto impuesto del rey Enrique VIII. El pueblo le profesó gran cariño.

Durante cuatro años se retiró a la Cartuja de Londres, de donde sacó la conclusión de que Dios lo había escogido para la vida en el mundo. Se casó con Jane Colt y procreó con ella cuatro hijos: tres niñas y un varón. En contra de la opinión de su familia, insistió en que sus hijas deberían recibir la misma formación universal que su hijo Juan.

Aparte de la Misa diaria, las penitencias voluntarias y visitas a los pobres de barrios miserables, Tomás Moro promovió la lectura de la Biblia con sus hijos, dialogando con ellos sobre el texto. También reunía a los sirvientes y empleados para la formación religiosa y rezos en común.

Igualmente encontró siempre tiempo para cantar, jugar y conversar alegremente con los suyos. En su parroquia de Chelsea cooperó activamente en la liturgia y compró para la parroquia una casa donde se hospedaba a los ancianos inválidos, manteniéndola a sus expensas. Aun siendo el funcionario más alto del rey, no se avergonzaba de confesar su fe en público y de cargar la cruz en las peregrinaciones.

Bien conocida es la disputa con el rey Enrique VIII por la validez de su matrimonio con Catalina y por su absurda exigencia de convertirse, siendo laico, en “cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra”.

Si Tomás Moro es el ejemplo del hombre íntegro, dispuesto a “perder la vida” por amor a Cristo, el rey es el tipo antievangélico “que busca su vida”, egoísta hasta el grado de correr, sobre el ancho camino de la carne y la sangre, a su perdición.

El 12 de abril de 1534 Tomás Moro fue citado ante la Suprema Corte de justicia, junto con el cardenal Fisher, a prestar el juramento de la supremacía del rey. Aunque ambos conocían el camino hacia su cruz: una larga y dolorosa prisión que seguramente culminaría en la muerte “como traidores”, siguieron la voz de su conciencia. Los quince meses que pasó Tomás Moro en las celdas húmedas y frías de la Torre de Londres, fueron de íntima solidaridad con la agonía del Señor. Su cruz más pesada no fue la corrupción de los jueces, de los obispos y del clero, quienes apostataban más por debilidad que por malicia, sino las presiones que ejercieron sobre él su segunda esposa, Alicia, sus hijos y sus yernos, para que aceptara el juramento del rey y pudiera así “salvar su vida”. Tomás Moro amaba a su familia, sus amigos, la vida, sus éxitos profesionales; pero sabía bien que todo esto es relativo. El único valor absoluto es Dios. En la hora del conflicto siempre prevaleció la fidelidad al Señor.

En la madrugada del 6 de julio de 1535 tuvo que atravesar una larga fila de compatriotas para llegar a Tower Hill, donde lo esperaba el cadalso. Dijo una oración por el rey, luego ofreció su cabeza al verdugo. Cuando éste levantaba el hacha, Tomás Moro con un ademán apartó su barba, diciendo en voz alta en medio del sofocante silencio: "Al menos ella no ha cometido alta traición". Así, con una broma en los labios, entregó su vida por Cristo y la Iglesia, con la seguridad de Poder contemplar el rostro de Dios.

Desde 1534 hasta 1681 se lanzó contra los católicos de Inglaterra el furor de una sangrienta persecución. Entre esos millares de mártires, sólo conocidos por Dios, la Iglesia ha escogido a 316 que fueron beatificados por León XIII en 1866. El Papa Pío XI canonizó al cardenal Fisher y a Tomás Moro 400 años después de su martirio, diciendo: "Busco a unos hombres que defiendan la fe como ellos”.

"En razón de la misma economía de la salvación, los fieles han de aprender diligentemente a distinguir entre los derechos y obligaciones que les corresponden por su penitencia a la Iglesia y aquellos otros que les competen como miembros de la sociedad humana. Procuren apoyarlos armónicamente entre sí, recordando que, en cualquier asunto temporal, deben guiarse por la conciencia cristiana, ya que ninguna actividad humana, ni siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios".
L.G., n. 36.



Redacción

San Luis Gonzaga, primogénito de Ferrante Gonzaga, marqués de Castiglione y de Marta Tana Santena, dama de honor de la esposa de Felipe II, rey de España, nació el 9 de marzo de 1568 en el palacio de Castiglione delle Stivieri, en la región italiana de Lombardía.

Su madre lo educó cristianamente y no tardó Luis en mostrar inclinaciones poco comunes para la virtud. Su padre pretendía que se dedicara a las armas, por las que también manifestaba el niño gran afición y gusto. A los cinco años de edad, estando en Casal, cargó Luis incautamente una pieza de artillería que, al dispararse, estuvo a punto de destrozarlo. En el trato con los soldados aprendió a decir algunas palabras malsonantes, una costumbre que después deploró amargamente toda la vida. Vivió en la corte del duque de Toscana. En Florencia hizo voto de perpetua castidad cuando tenía apenas 9 años. Allí tomó por primera vez la Sagrada Eucaristía, de manos de San Carlos Borromeo. Luego pasó a Mantua y después a España, donde estuvo dos años en la corte de Felipe II.

En todas partes dio muestras de madurez de juicio superiores a sus años, así como de una elevada santidad. Imitaba los ejemplos de los santos conforme se describía en los escritos de entonces. Lo admirable en Luis era la extraordinaria tenacidad y fuerza de voluntad con que siguió las indicaciones de la voluntad de Dios. Renunció al título de príncipe, que le correspondía por derecho de primogenitura, a favor de su hermano Rodolfo e ingresó, el 25 de noviembre de 1585, en la Compañía de Jesús en Roma.

A las seis semanas de haber entrado en el noviciado, murió don Ferrante, su padre, el cual había reformado enteramente su vida ante el ejemplo de su hijo. Tuvo Luis el don de la oración, siendo Dios su principal y aun su único Maestro. Su devoción por la Santísima Virgen era tierna y filial. Cuando San Roberto Belarmino, su confesor, daba a los estudiantes jesuitas ciertos preceptos o reglas para la meditación, solía decir: "Esto lo aprendí de nuestro hermano Luis".

Tenía tan mortificados todos sus sentidos, que parecía haber casi perdido el uso de ellos. No dejaba de ser divertida su conversación ni le faltaba la sal de la gracia para sazonarla, además era de ingenio pronto y perspicaz y sobresalió en sus estudios de filosofía y teología; pero su salud fue siempre delicada y tuvo la revelación de que viviría poco.

Resolvió acertadamente las diferencias que se suscitaron entre su hermano Rodolfo y el duque de Mantua. Cuidando enfermos durante una de las epidemias de peste en Roma, contrajo la enfermedad que lo llevó a la tumba. Se despidió de su madre por carta. A diferencia de sus otras cartas, formales y estiradas, ésta fue escrita desde el fondo de su corazón, compenetrado de las verdades eternas y del cariño filial.

El jueves 21 de junio de 1591 entregó dulcemente su espíritu, cuando tenía poco más de 23 años de edad y seis de su ingreso en la Compañía de Jesús.

Treinta años después, en 1621, fue beatificado por el Papa Gregorio XV. A la ceremonia asistió su madre. En 1727, el 31 de diciembre, Benedicto XIII lo elevó al honor de los altares. El 13 de junio de 1926, Pío XI lo nombró patrono de la juventud cristiana.


"Oiréis a muchos deciros que vuestras prácticas religiosas están irremediablemente desfasadas, que dificultan vuestro estilo y vuestro futuro. Incluso muchas personas religiosas adoptarán tales actitudes, inspiradas en la atmósfera circundante, sin darse cuenta del ateísmo práctico que estará en sus orígenes.
Una sociedad que de este modo haya perdido sus más altos principios morales y religiosos, se convertirá en una presa fácil para la manipulación y la dominación por parte de fuerzas que, so pretexto de una mayor libertad, la esclavizará más aún.
Es necesario algo más; algo que podéis encontrar tan sólo en Cristo, porque él solo es la medida y la escala que debéis utilizar para evaluar vuestra vida.
En Cristo descubriréis la verdadera grandeza de vuestra propia humanidad: él os hará entender vuestra propia dignidad como seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26)".

Juan Pablo II, Homilía a los jóvenes de Irlanda en Galway,
30 de septiembre de 1979.



Redacción

El fundador de la congregación benedictina en Pulsano, nació en Matera, una ciudad de la región de Basilicata, que formaba parte del reino de Nápoles. Cuando era todavía un niño, Juan soñaba con vivir como un ermitaño y, tan pronto como llegó a la mayoría de edad, decidió realizar su sueño: abandonó la casa paterna y viajó hasta una isla, frente a Taranto, donde había un monasterio al que ingresó en calidad de pastor de los rebaños de los monjes.

Su carácter adusto, su retraimiento que le impedía unirse a los hermanos en cualquiera de sus diversiones o paseos, le valieron la antipatía y aun la hostilidad de los demás, hasta el grado de verse obligado a abandonar el monasterio y la isla para refugiarse en Calabria y luego en Sicilia. Poco tiempo después, en procura de realizar lo que él consideraba como un llamado divino, regresó a Italia y se quedó en Ginosa durante dos años y medio sin pronunciar una sola palabra y sin revelar su presencia a sus padres que, como consecuencia de las guerras, se habían refugiado en las vecindades de Ginosa. Por aquel entonces tuvo una visión de san Pedro, quien le pidió que reconstruyese una iglesia arruinada que llevaba su nombre y se encontraba a unos tres kilómetros de la ciudad.

Gracias a la tenacidad de sus esfuerzos y a la ayuda de algunos compañeros, pudo llevar a cabo con éxito la tarea. Pero entonces se le acusó de haber descubierto un tesoro oculto en la vieja iglesia y de haberse apropiado de él. Los acusadores lo llevaron ante el gobernador de la provincia, quien no quiso creer en su inocencia y le mandó a la cárcel.

A poco de estar en la prisión, escapó en una forma que nadie podía explicarse, por lo que se dijo que había sido liberado por un ángel. Llegó hasta Cápua y tuvo que seguir su camino, porque los pobladores no le permitieron quedarse. En la soledad de la noche, oyó de nuevo la voz interior que le instaba a regresar a su comarca natal y así lo hizo.

De nuevo en la Basilicata, consiguió ingresar en la comunidad religiosa de San Guillermo de Vercelli, en Monte Laceno. Ahí permaneció Juan hasta que un incendio destruyó las viviendas de los monjes; la mayoría se trasladó a la abadía de Monte Cagno, pero Juan se fue a Bari, donde comenzó a predicar con maravillosos resultados. Su éxito fue tan grande, que suscitó la envidia y, de nuevo, sus enemigos trataron de combatirlo con acusaciones falsas: aquella vez se le acusó de hereje.

Sin embargo, se defendió brillantemente en los tribunales y, a fin de cuentas, salió libre de culpa y cargo entre las aclamaciones triunfales del pueblo. Después regresó a Ginosa, donde sus antiguos discípulos le dispensaron una calurosa bienvenida y, en la iglesia reconstruida de San Pedro, predicó una misión que rindió abundantes frutos.

Sus constantes viajes estaban a punto de terminar: siempre dirigido por la misteriosa voz interior, se encaminó al Monte Gargano y, en Pulsano, a poco más de diez kilómetros del sitio bendecido por la aparición de san Miguel Arcángel, se dedicó a construir un monasterio. Desde todas partes acudieron los discípulos a ayudarle y, una vez terminado el edificio, albergó a sesenta monjes que tuvieron por superior a Juan hasta su muerte.

Venerado por todos en razón de su ciencia, sus milagros, sus profecías y sus virtudes, pasó a mejor vida el 20 de junio de 1139. Posteriormente, otras casas de religión se afiliaron a la suya y, en una época, la congregación de Monte Pulsano formó parte de la gran familia Benedictina.



Redacción

Cuando se conocen los detalles de la existencia de Romualdo, el hijo de noble familia de los Sergius de Ravena, se encuentran numerosos datos de una gran inquietud: cambios de domicilio, pleitos con los compañeros, amenazas de muerte y atentados contra su vida. Todo eso parecería contrario a una auténtica santidad.

Por cierto que Romualdo no fue un santo al estilo de San Benito de Nursia o San Francisco de Asís, sino que su santidad fue original, única e irrepetible. Dios quiso desarrollar aquella santidad en uno de sus hijos bautizados que vivió durante el siglo X, una época, por cierto, en la que era creencia general que se acabaría el mundo.

Durante un duelo el padre Romualdo, que tenía entonces unos 20 años, mató a su adversario. Consternado por esta desgracia entró en el convento de San Apolinar, cerca de Ravena; pero disgustado por la aparente indisciplina religiosa del monasterio empezó, con el permiso del abad, una vida más austera con el ermitaño Mario, fuera del convento. Después de tres años los dos ermitaños decidieron marcharse a la abadía de San Miguel de Cuxa, cerca de la frontera con España, donde permanecieron diez años.

En el año de 988 se trasladaron a la abadía de Montecassino. La regla benedictina los atraía, pero Romualdo quería incorporar los rezos litúrgicos a una vida monástica más austera, de tipo eremítico, aun sacrificando gran parte de su vida comunitaria.

Después de algunos años de peregrinación solitaria por Italia, huyendo de los hombres y fundando ermitas en varios lugares, Romualdo erigió sus dos conventos principales. Primeramente Val de Castro, donde murió en el año 1027, y el convento de Camaldoli, cerca de Arezzo, que fue la casa matriz de la Orden de los camaldulenses.

Lo importante en la vida de Romualdo fue la idea de penitencia en un tiempo de muchos relajamientos. Según el modelo de los primeros monjes en el desierto de Egipto, quiso preparar a sus frailes para que pasaran de este valle de lágrimas al encuentro nupcial con el Señor. Entre sus consejos se puede leer:
Vive en tu celda y considérala como un paraíso; desecha todo recuerdo del mundo…, persevera con temor en la presencia divina, como quien está delante del rey… y, a la vez, sé como un niño contento que tiene en posesión la gracia de Dios".
Entre las docenas de conventos que fundó se observa, con alguna modificación, la tendencia general a la oración, al trabajo, a las penitencias corporales; todo esto unido al silencio y ayunos prolongados.

Hasta el día de hoy no han faltado hombres generosos que se han sometido, por el amor de Cristo, a esta vida austera como una reparación a la malicia general de los bautizados de cualquier época.

Entre los contemporáneos de San Romualdo que aprendieron de él esta clase de vida ascética figura San Bruno, el fundador de los cartujos, cuya fiesta se celebra el 6 de octubre.





Redacción

Este simpático santo nació en Venecia (Italia) en 1632, de familia rica e influyente. La madre murió de peste de tifo negro, cuando el niño tenía solamente dos años. Pero su padre, un excelente católico, se propuso darle la mejor formación posible.

El papá lo instruyó en el arte de la guerra y en las ciencias, y lo hizo recibir un curso de diplomacia, pero al joven Gregorio lo que le llamaba la atención era todo lo que tuviera relación con Dios y con la salvación de las almas.

Estudiando astronomía admiraba cada día más el gran poder de Dios, al contemplar tan admirables astros y estrellas en el firmamento.

Deseaba ser religioso, pero su director espiritual le aconsejó que más bien se hiciera sacerdote de una diócesis porque tenía especiales cualidades para párroco. Y a los 30 años fue ordenado sacerdote.

Amistades por lo alto

Un amigo suyo y de su familia, el Cardenal Chigi, había sido elegido Sumo Pontífice con el nombre de Alejandro VII, y lo mandó llamar a Roma. Allá le concedió un nombramiento en el Palacio Pontificio y le confió varios cargos de especial responsabilidad.

La peste

Y en ese tiempo llegó a Roma la terrible peste de tifo negro (la que había causado la muerte a su santa madre) y el Santo Padre, conociendo la gran caridad de Gregorio, lo nombró presidente de la comisión encargada de atender a los enfermos de tifo. Desde ese momento Gregorio se dedicaba por muchas horas cada día a visitar enfermos, enterrar muertos, ayudar viudas y huérfanos y a consolar hogares que habrían quedado en la orfandad.

Obispo

Acabada la peste, el Sumo Pontífice le ofrece nombrarlo obispo de una diócesis muy importante, Bérgamo. El Padre Gregorio le pide que lo deje antes celebrar una misa para saber si Dios quiere que acepte ese cargo. Durante la misa oye un mensaje celestial que le aconseja aceptar el nombramiento. Y le comunica su aceptación al Santo Padre.

Llega a Bérgamo como un sencillo caminante, y a los que proponen hacerle una gran fiesta de recibimiento, les dice que eso que se iba a gastar en fiestas, hay que emplearlo en ayudar a los pobres. Luego él mismo vende todos sus bienes y los reparte entre los necesitados y se propone imitar en todo al gran arzobispo San Carlos Borromeo que vivía dedicado a las almas y a las gentes más abandonadas. En Bérgamo jamás deja de ayudar a quien le pide, y los pobres saben que su generosidad es inmensa.

Propaga libros religiosos entre el pueblo y recomienda mucho los escritos de San Francisco de Sales. En sus viajes misioneros se hospeda en casa de gente muy pobre y come como ellos, sin despreciar a nadie. Después de pasar el día enseñando catecismo y atendiendo gentes muy necesitadas, pasa largas horas de la noche en oración. El portero del palacio tiene orden de llamarlo a cualquier hora de la noche, si algún enfermo lo necesita. Y aun entre lluvias y lodazales, a altas horas de la noche se va a atender a moribundos que lo mandan llamar. Y es obispo.

El médico le aconseja que no se desgaste tanto visitando enfermos, pero él le responde: “ese es mi deber, y ¡no puedo obrar de otra manera!”.

Obispo de Padua

El Sumo Pontífice lo nombra obispo de una ciudad que está necesitando mucho un obispo santo. Es Padua. Los habitantes de Bérgamo decían: “Los de Milán tuvieron un obispo, santo que fue San Carlos Borromeo. Nosotros también tuvimos un obispo muy santo, Mr. Gregorio. Qué gran lástima que se lo lleven de aquí”.

En Padua se encuentra con que los muchachos no saben el catecismo y los mayores no van a Misa los domingos. Se dedica él personalmente a organizar las clases de catecismo y a invitar a todos a la S. Misa. Recorrió personalmente las 320 parroquias de la diócesis. Organizó a los párrocos y formó gran número de catequistas. Aun a las regiones más difíciles de llegar, las visitó, con grandes sacrificios y peligros. En pocos años la diócesis de Padua era otra totalmente distinta. La había transformado su santo obispo.

Cardenal

El nuevo Pontífice Inocencio XI nombró Cardenal a Monseñor Gregorio Barbarigo, como premio a sus incansables labores de apostolado. Él siguió trabajando como si fuera un sencillo sacerdote.

Fundó imprentas para propagar los libros religiosos, y se esmeró con todas sus fuerzas por formar lo mejor posible a los seminaristas para que llegaran a ser excelentes sacerdotes.

Todos estaban de acuerdo en que su conducta era ejemplar en todos los aspectos y en que su generosidad con los pobres era no sólo generosa sino casi exagerada. La gente decía: “Monseñor es misericordioso con todos. Con el único con el cual es severo es consigo mismo”.

Su seminario llegó a tener fama de ser uno de los mejores de Europa, y su imprenta divulgó por todas partes las publicaciones religiosas. Él andaba repitiendo:
para el cuerpo basta poco alimento y ordinario, pero para el alma son necesarias muchas lecturas y que sean bien espirituales”.




Redacción

Eliseo significa: “Dios es mi salvación”.

La historia del profeta Eliseo está narrada en la Santa Biblia, en el primer libro de los Reyes.

Vocación de Eliseo

Estaba arando en un campo, cuando de pronto se le acercó el profeta Elías y echándole su manto sobre los hombros, lo invitó a seguirlo y a dedicarse a extender la religión. Eliseo aceptó, pero le pidió permiso para ir antes a despedirse de su familia. Luego volvió y mató sus dos bueyes y repartió esas carnes entre los demás compañeros de trabajo, y quemó sus utensilios de arar, y así, libre de todo impedimento, se fue con Elías.

La separación de Elías

Cuando Elías iba a ser llevado al cielo, le dijo a Eliseo: “Quédate por aquí que yo me voy al Jordán”. Eliseo le respondió: “¡Padre, yo te seguiré a donde vayas!”, y se fue con él.

Cuando iban llegando al río Jordán les salió al encuentro un grupo de jóvenes que se preparaban para ejercer el profetismo, y Eliseo les aconsejó que se quedaran allí en una altura observando lo que iba a suceder.

Al llegar al Jordán, Elías tocó con su manto las aguas y estas se dividieron y así los dos profetas pasaron a pie por el terreno seco.

Pasado el Jordán, Eliseo le pidió a Elías un favor muy especial: “Padre, te pido que cuanto tú te vayas, me pase a mí una buena parte de tu espíritu, de tus poderes”. Elías dijo: “Si me logras ver, cuando sea elevado, se te concederá esto que has pedido”.

Luego llegó un carro de fuego y se llevó a Elías, y mientras este subía por los aires, Eliseo lo veía y le gritaba: “Padre mío, padre mío”. A Elías se le cayó el manto y Eliseo lo recogió.

Su primer milagro

Para comprobar que Dios sí le había pasado a él los poderes que le había dado a Elías, tocó Eliseo con el manto las aguas del Jordán, y éstas se abrieron y le dieron paso. Los 50 jóvenes que se preparaban para el profetismo vieron este milagro y en adelante le tuvieron gran respeto y lo consideraron como sucesor del Profeta Elías.

Las aguas amargas

La gente de Jericó le dijo: “Profeta, nuestra ciudad está bien situada, pero las aguas no sirven para tomar”. Eliseo echó su bendición a aquellas aguas y desde entonces se volvieron potables, muy buenas para tomar. Los hombres de Dios son muy valiosos para la sociedad.

Los muchachos burlones

Yendo Eliseo hacia la ciudad de Betel salió un grupo de muchachos maleducados que empezaron a burlarse del profeta diciendo: “¡Sube calvo! ¡Sube calvo!”. Eliseo les echó una maldición y salieron dos osos que mataron a 42 de esos atrevidos. Dios quería demostrar que se disgusta cuando se le falta respeto a sus enviados.

La vasija de aceite de la viuda

Una pobre viuda le contó a Eliseo que se había quedado en la ruina y que sus acreedores la iban a enjuiciar por las deudas que les tenía y que no tenía sino una botella de aceite. El profeta le aconsejó que fuera donde las vecinas y les pidiera vasijas prestadas y que empezara a llenarlas con el aceite que tenía en la botella. Ella pidió muchas vasijas prestadas y con la botella de aceite las fue llenando todas. Cuando ya  estuvo llena la última vasija, la botella dejó de producir aceite. Con la venta de todo aquello, pudo la viuda pagar todas sus deudas. ¡Milagro de Dios!.

La sunamita y su hijo

Una mujer de Sunam le daba siempre hospedaje gratuito a Eliseo cuando pasaba por allí misionando. El profeta para agradecerle sus favores, obtuvo de Dios que le concediera un hijo en su matrimonio, pues ese hogar no había tenido hijos. Pero un día el niño estaba trabajando en el campo con su padre y exclamó: “Papá, ¡me duele la cabeza!”, y murió. La sunamitia se fue corriendo donde el profeta Eliseo que estaba a bastantes horas de camino y le suplicó que corriera a darle una bendición a su hijo. Llegó Eliseo, y después de suplicar mucho a Dios, obtuvo la resurrección del niño. Un hecho prodigioso, que comprueba lo muy poderosas que son ante el Señor las súplicas de sus amigos que se dedican a propagar su santa religión.

Multiplicación de panes

Tenía Eliseo cien discípulos para darles de comer y solamente tenía veinte panes. Bendijo los panes y con ellos le alcanzó para alimentas a sus cien hambrientos discípulos y le sobró pan (Más tarde Jesús con cinco panes dará de comer a cinco mil hombres y le sobrarán 12 canastos de pan).

La curación del leproso Naaman

El rey de Siria tenía un general muy estimado, llamado Naaman. Pero este militar se volvió leproso. Una muchacha israelita les contó que en Israel había un profeta que hacía muchos milagros. El rey le envió a Naaman a que lo curara. Eliseo le mandó que se bañara siete veces en el río Jordán. A la séptima vez, se le fue completamente la lepra. 

Castigo del mentiroso

Naaman quiso darle un gran regalo a Eliseo, pero este no aceptó. Y sucedió que cuando Naaman ya iba lejos, el secretario de Eliseo, llamado Guezi corrió a decirle con mentira que el profeta le mandaba pedir un regalo. Naaman se lo envió pero a Guezi, por este robo y este engaño, se le prendió lo que antes tenía el general, la lepra.

Profecías finales

Eliseo le anunciaba al rey de Israel todas las trampas que los enemigos del país le iban a poner y así lo libraba de muchas derrotas. Luego, cuando el anciano profeta estaba muy enfermo mandó llamar al rey y le dijo: “¡Lance bastantes flechas por esta ventana!”. El rey lanzó únicamente tres flechas, y entonces el profeta le dijo: “Por no haber lanzado sino tres flechas, no lograrás derrotar a los enemigos del país sino ¡tres veces!”, y así sucedió.

Luego mandó a uno de sus secretarios a anunciarle al general Jehú que iba a ser rey y esto se cumplió también.

Milagros hasta después de muerto

A Eliseo lo enterraron en una cueva, y bastante tiempo después unos hombres iban a enterrar a un muerto, pero al ver venir un grupo de guerrilleros, dejaron el muerto sobre la tumba de Eliseo y salieron corriendo, y el muerto al tocar la tumba del santo profeta, resucitó.



Redacción

Los Mártires de Córdoba es como se conoce a un grupo de cristianos mozárabes condenados a muerte por su fe bajo los reinados de Abderramán II y Mohamed I en el Emirato de Córdoba.

Estos martirios se conocen gracias a una única fuente, la hagiografía de Eulogio de Córdoba el cual registró la ejecución de cuarenta y ocho cristianos que desafiaron la ley islámica. En su mayoría hicieron declaraciones públicas de rechazo del islam y proclamación de su cristianismo.

Las ejecuciones están recogidas en una única fuente escrita por San Eulogio, que fue uno de los dos últimos ejecutados en morir. En Oviedo se conservó un manuscrito de su Documentum martyriale tres libros del Memoriale sanctorum y el Liber apologeticus martyrum, que son los únicos escritos conservados de este santo, cuyos restos fueron trasladados a la capital asturiana en 884.

Se recogen 48 ejecuciones entre 850 y 859, de cristianos, 38 hombres y 10 mujeres. Veintidós eran naturales de Córdoba capital, 4 de la provincia, 6 de la diócesis de Sevilla, 3 de la de Granada y uno de los siguientes lugares: Martos, Badajoz, Toledo, Alcalá de Henares, Portugal, Palestina y Siria, de uno se debate el lugar de origen (Álava o Septimania) y no consta el origen de cuatro de ellos. Tres tienen nombres griegos, posiblemente relacionados con la provincia de Spania, el asentamiento que el Imperio bizantino había realizado en el sudeste peninsular durante el reinado de Agila I. Treinta y cinco eran clérigos de distinto tipo, sobre todo monjes pero también diáconos y sacerdotes, el resto eran seglares salvo de Salomón, del que se ignora su condición.

Todos salvo dos habitaban en Córdoba o en monasterios de la sierra cercana a la ciudad como monjes o en zonas próximas como eremitas. Cuatro eran conversos que provenían de familias completamente musulmanas, cinco de matrimonios mixtos y tres eran antiguos cristianos convertidos al islam que habían vuelto al seno de la Iglesia. Todos salvo Sancho y Argimiro fueron decapitados.




Redacción

Nace en Lisboa en 1195. Se llama Fernando. Antonio significa: defensor de la verdad.  Muy joven se hizo agustino.

Trabó amistado con un grupo de franciscanos y quiso imitar a San Francisco. Para ello se separó de los agustinos. A los 27 años se hizo franciscano y tomó el nombre de Antonio en recuerdo de San Antonio Abad.

San Francisco le dice: “Su oficio es el de predicador” y por obediencia recorre pueblos y ciudades predicando. Su predicación conmovía los corazones y transformaba las voluntades. Las multitudes lo seguían.

Fue a evangelizar  al África pero el clima y el trabajo lo enfermaron. Se embarcó para España pero una tempestad lo llevó a Italia. Allí y en Francia predicó previniendo a la gente para que no se dejara engañar por los herejes albigenses.

Fijó su residencia en Padua, ciudad universitaria. Allí consiguió los mejores frutos de sus sermones y adquirió una fama inmensa. Fue un evangelizador incansable y sigue haciendo mucho bien. Repetía que el gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree.

Desde niño se consagró a la Sma. Virgen y a Ella encomendaba su pureza. Surio dice que visitaba al Smo. Sacramento en muchas iglesias y que era sumamente compasivo con los pobres.

En la juventud fue atacado duramente por las pasiones sensuales pero no se dejó vencer y con la ayuda de Dios las dominó. Esta crisis de la juventud que para otros es el principio de la vida de pecado, fue para él la ocasión de buscarse un modo de vivir que lo preservara y así se fue a vivir a un monasterio a los 17 años y dicen sus antiguos biógrafos que ya en aquellos años llegó a un altísimo grado de santidad. Sus estudios preferidos eran los de la Sagrada Escritura. Se dedicaba a la oración y al estudio pero vio que en aquel convento estaban algunos que no eran tan santos como él lo deseaba y dispuso hacerse franciscano.

Cuando llegaron a Portugal los restos de los primeros mártires franciscanos de Marruecos se entusiasmó Antonio por la vida franciscana y consiguió ser admitido en ella. Pidió ir a Marruecos para ser martirizado, pero allá enfermó y tuvo que devolverse.

Estuvo en el Capítulo de las Esteras cuando se reunieron todos los franciscanos del mundo en 1221 y allí pasó inadvertido. Pidió a un franciscano que le prestara su celda en una cueva en un monte y allí pasaba el día rezando y haciendo penitencia. Se desmayaba de tanto ayunar.

Pero su ciencia no era luz para quedarse debajo del celemín. En 1221 el superior lo encargó de predicar un sermón ante los religiosos que iban a ser ordenados sacerdotes y brilló de tal manera su saber en aquel sermón que el provincial decidió dedicarlo únicamente a predicar.

Lo enviaron a Romaña, provincia del sur de Italia cuya capital era Ravena y que estaba infectada de herejes cátaros. Antonio empezó a luchar contra ellos aprovechando el inmenso caudal  de ciencias que había adquirido en sus años de soledad y las reservas de fervor que había acumulado en sus años de oración.

En Rímini los herejes impedían que el pueblo acudiera a sus sermones. Entonces acudió al milagro. Se fue a la orilla del mar y empezó a gritar:
Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. 
A su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro conmovió a la ciudad y los herejes tuvieron que ceder. San Francisco le escribió: “Me alegra que tenga por oficio enseñar a otros a comprender la Sagrada Escritura. Pero que el estudio no apague el fervor por la oración”.

El Papa quiso que se enviaran muchos misioneros a Francia a combatir la herejía de los albigenses. Antonio fue enviado a Montpellier y Tolosa. Argumentaba con admirable sabiduría a los herejes y conmovía sus corazones. Tenía una impresionante fuerza de persuasión para convencer. Antonio poseía todas las cualidades de un buen predicador: ciencia, elocuencia, un formidable poder para conmover, gran deseo de salvar las almas y una voz sonora y agradable que llegaba hasta muy legos. Además estaba dotado del poder de hacer milagros.

Poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética. Los pecadores caían de rodillas a sus pies. A donde quiera que fuera las gentes acudían en tropel a escucharle. Bastaba que empezara a predicar para que los pecadores comenzaran a conmoverse y los indiferentes  a entusiasmarse.

Horas antes de que empezaran sus sermones ya las iglesias estaban repletas de fieles, y muchas veces tuvo que predicar en las plazas porque en los templos no cabía la gente.

De 1227 a 1230 fue Provincial de la Romaña. Luego fue enviado a Padua. Dice un biógrafo de ese tiempo: “Era poderoso en obras y en palabras. Su cuerpo habitaba esta tierra pero su alma vivía en el cielo”.

Escribió sermones para todas las fiestas del año.Predicaba los 40 días de cuaresma y a pesar de la hidropesía que lo atormentaba. La gente se lanzaba a tocarlo y era necesario un escuadrón de hombres para protegerlo después de los sermones. Le quitaban pedazos de hábito.

En Padua, todos lo amaban, y fue en esa ciudad donde principalmente logró ver admirables frutos de su predicación. Las multitudes cambiaban de conducta de una manera nunca antes vista, al oírlo a él. La paz volvía a los que estaban peleados y muchos devolvían lo que se habían robado. Luchó fuertemente para que los que prestaban dinero no cobraran intereses demasiado altos y obtuvo que a los pobres no les echaran a la cárcel por deudas.

Tenía una gran devoción al Niño Jesús y se dice que logró contemplar en visión cómo era Jesús cuando era niño.

Consumido por el esfuerzo y la enfermedad sintió venir la muerte. Entonó un canto a la Sma. Virgen y sonriendo dijo: “Veo venir a Nuestro Señor” y murió. Era el 13 de junio de 1231. La gente recorría las calles diciendo: “¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!”.

Murió de sólo 35 años y durante sus funerales se produjeron impresionantes demostraciones de cariño de las gentes de Padua hacia él. La ciudad de Padua ha conservado sus restos con enorme devoción durante más de siete siglos y le construyó una bellísima basílica.

Uno descreído pidió al santo que le probara con un milagro que Jesús sí está en la Santa Hostia. El hombre aquel dejó a su mula tres días sin comer, y luego cuando la trajo a la puerta del templo le presentó un bulto de pasto fresco y al otro lado a San Antonio con una Santa Hostia. La mula dejó el pasto y se fue ante la Santa Hostia y se arrodilló.

Dios quiso glorificar su sepulcro obrando allí infinidad de milagros. El Papa Gregorio XI lo declaró santo al año de muerto. Pío XII lo declaró “Doctor Evangélico”. La gente experimenta que él conmueve el bolsillo de los ricos para ayudar a los pobres y consigue buenos matrimonios. La experiencia de cada día enseña que San Antonio no defrauda a los que le rezan con fe. Es muy especial protector para encontrar objetos que se habían perdido.



Redacción

La Beata Mercedes de Jesús, Molina se suma a la falange de los santos y santas de Ecuador. Por lo que se refiere a mediados del siglo pasado, merecen recordarse Mariana de Jesús Paredes y Flores (1618-1645), natural de Quito, beatificada el 20 de noviembre de 1835 y canonizada el 9 de julio del Año Santo, 1950. Más cercano a nuestra época está Miguel Francisco Febres Cordero, Hermano de las Escuelas Cristianas (1854-1910), nacido en Cuenca, Ecuador, quien fue beatificado el 30 de octubre de 1977 y canonizado el 21 de octubre de 1984.

Sor Mercedes de Jesús Molina nació en Baba, departamento de Guayaquil, en 1828. A los dos años quedó huérfana de padre, y a los quince perdió a su madre. Recibió educación cristiana y pronto se distinguió en la virtud, sobre todo en la caridad para con los pobres. Bajo la sabia dirección de los sacerdotes Pedro Pablo Carbó, en primera instancia, y Vicente Pastor después, siguió un itinerario de ascesis y perfección de creciente elevación. La dirección del canónigo Amadeo Millán le dio a su vez un impulso especial, que prosiguió con la guía del jesuita Domingo Bovo García, quien le marcó con la impronta ignaciana, captó su grandeza espiritual y le permitió hacer votos de pobreza y obediencia, que ella practicó con sumo rigor.

Dejó pues la casa en que vivía con su hermana para residir en la de huérfanas de Guayaquil y ser la directora de dicho centro. Al cabo de tres años, siguió al P. Bovo García en la misión con los jíbaros de los Andes y comenzó la catequesis con niñas indias. Apenas pasado un año tuvo que abandonar la misión, pues a causa de las constantes guerras tribales y una epidemia de viruela, los jesuitas se vieron precisados a dejarla.

Se estableció en Cuenca con las dos jóvenes que habían ido con ella a la misión y se dedicó a atender niñas, reeducar adultas y acompañar a moribundos. En enero de 1873 siguió al P. Bovo García a Riobamba, donde dirigió un orfanato. Sin embargo la fecha más significativa de su vida es el 14 de abril de 1873, cuando hizo sus votos con tres compañeras más ante el obispo de Riobamba, monseñor Ordóñez. Comenzó así la fundación de la Congregación de Santa Mariana de Jesús Paredes (marianitas), primera congregación autóctona de Ecuador, dedicada a la educación de la mujer y a la recuperación de mujeres marginadas de la vida moral.

Con el favor del presidente de la República, Gabriel García Moreno, ferviente católico, la Congregación creció rápidamente hasta el asesinato del citado presidente. A causa de malentendidos de los directores espirituales, las religiosas fueron obligadas a dedicarse a fines ajenos a su misión.

Sor Mercedes renunció al cargo de superiora y se entregó con más intensidad a la formación de las religiosas, sin desdeñar ser a la vez y ejercer otras funciones como, por ejemplo, la de portera.

Una pulmonía acabó con su vida terrena el 12 de junio de 1883. Enseguida se expandió su fama de santidad y se inició el proceso informativo ordinario en Riobamba. En 1946 se introdujo la causa de beatificación; en 1949 se celebró en Riobamba el proceso apostólico sobre las virtudes. Juan Pablo II proclamó la heroicidad de sus virtudes el 27 de noviembre de 1981, teniendo en cuenta el hecho de la curación de la niña Zoila Elena Cáceres Larrea. En fin, el 9 de junio de 1984 Juan Pablo II aprobó el carácter milagroso de la citada curación y la “fama signorum”. Se abrió así mismo el camino a su beatificación, que tuvo lugar el viernes 1º. De febrero de 1985 en Guayaquil  (Ecuador).

Beata Mercedes de Jesús Molina, vida consagrada a Dios en medio del mundo.
“Con el acto de beatificación que acabo de ratificar he querido poner simbólicamente en medio de toda la Iglesia a esta mujer del Ecuador, Mercedes de Jesús. En ella veneramos una cristiana ejemplar, una educadora y misionera, la primera fundadora de una congregación religiosa ecuatoriana que como inmenso rosal, según el sueño y la inspiración de la Madre, se extiende ya por diversas naciones perfumando con su apostolado la Iglesia en América Latina.
Vivió primero consagrada a Dios en medio del mundo, bajo la guía de sacerdotes insignes y siguiendo las huellas de la entonces beata Mariana de Jesús.
…Primero como madre y maestra de huérfanas en Guayaquil; más tarde, siguiendo las huellas de su confesor, como intrépida y amorosa misionera entre los indios jíbaros de Gualaquiza; de nuevo como educadora y protectora de la niñez abandonada en Cuenca. Todo era preparación providencial en la que se iba templando su carisma de fundadora que finalmente recibe la aprobación del obispo de Riobamba el lunes de Pascua de 1873, cuando nace oficialmente la Congregación de las Religiosas de Mariana de Jesús, las marianitas.
Esta fue en realidad la santidad de esta mujer de la costa ecuatoriana… según el lema escogido en los primeros apuntes biográficos:  “Amor por tantos cuantos dolores en el mundo los hay…”
En ella resplandece claramente la verdadera opción preferencial por los pobres. Es la opción de Cristo y de la Iglesia a través de todos los tiempos. Es la predilección por los más humildes, opción preferencial ni exclusiva ni excluyente”.
Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de beatificación de la Sierva de Dios Mercedes de Jesús Molina en Guayaquil, 1º de febrero de 1985.



Redacción

Además de los doce Apóstoles, encontramos en la Biblia otros 72 discípulos. Entre estos ayudantes del Colegio Apostólico, figura ciertamente el levita José de Chipre, al cual le dieron el nombre de Bernabé, que quiere decir “hijo de la consolación”. La primera vez que hablan de él los Hechos de los Apóstoles (4, 36-37) aparece como un hombre sumamente generoso que vendió su campo en beneficio de las comunidades de los cristianos. Al mismo tiempo se convirtió en el misionero más importante al lado de San Pablo. Gracias a la mediación de Bernabé, San Pablo fue aceptado e incorporado en el colegio de los Apóstoles. (cfr. Hech 11, 24).

En Antioquia de Siria, sobre el río Torontos, una ciudad cosmopolita y eminentemente financiera, empieza la gran misión de la joven Iglesia entre los paganos. Bernabé busca a Pablo en Tarso y los dos obtienen gran número de conversiones para Cristo. Desde entonces los paganos les empezaron a llamar “cristianos”.

Parece que en el año 44 hubo una gran crisis económica en Jerusalén. Por iniciativa de Bernabé y de Pablo, los neoconversos paganos regalaron una generosa cantidad de dinero a sus hermanos judíos bautizados en Jerusalén, aún desconocidos para ellos. Al principio del capítulo 12, los Hechos nos refieren cómo Bernabé y Pablo fueron escogidos por el Espíritu Santo y, después del rito sagrado apostólico de la imposición de las manos, fueron enviados a otra misión entre los judíos y paganos de la isla de Chipre, la patria de Bernabé.

El procónsul romano Sergio Pablo se convirtió al darse cuenta de que aquellos hombres eran verdaderamente guiados por el Espíritu Santo, a diferencia de los adivinos, astrólogos y magos que servían al espíritu malo. El sobrino de Bernabé, Marcos, los ayudó en esta primera parte del viaje; pero los abandonó cuando empezaron las mayores dificultades, en la segunda parte del viaje por Asia Menor.

En medio de toda clase de penas y adversidades, provocadas por los judíos y paganos de Listra, encontramos siempre a Bernabé al lado de Pablo. Con humildad confiesa en Antioquia cuánto había hecho Dios por medio de ellos y cómo habían abierto a los gentiles la puerta de la fe (Hech 14, 27). Delante del primer Concilio de los Apóstoles, en Jerusalén, dieron el mismo testimonio. A la vez lograron convencer al sagrado colegio que eximiera definitivamente a los paganos de la circuncisión y las demás cargas rituales del judaísmo, superadas por la libertad de Cristo (Hech 15, 25-31).

Durante el segundo viaje de San Pablo sobrevino un disgusto entre el impetuoso Pablo y el bondadoso Bernabé, por causa de Marcos. Estos dos últimos se limitaron a predicar a Cristo en la isla de Chipre, mientras Pablo empezaba su gigantesca misión por Asia Menor; para los dos apóstoles de carácter tan diferente valía la misma promesa del Señor: <A todo el que me confiese delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre celestial> (Mt 10, 32).

"El Evangelio no lleva al empobrecimiento o desaparición de todo lo que cada hombre, pueblo o nación, y cada cultura en la historia, reconoce y realiza como bien, verdad y belleza. Es más, el Evangelio induce a asimilar y desarrollar todos los valores, a vivirlos con magnanimidad y alegría y a completarlos con la misteriosa y sublime luz de la Revelación".

SI. Ap., n. 18.



Redacción

Entre los registros del Beato Juan Dominici que han llegado a nosotros, hay una breve biografía escrita por San Antonino, Arzobispo de Florencia, así como un retrato pintado del famoso Fray Angélico, en los muros de la catedral de San Marcos.

San Juan era un florentino de origen humilde que vino al mundo en 1376. A los 18 años recibió el hábito de los dominicos, en el priorato de Santa María Novella, pese a cierta oposición causada por su falta de educación y su tendencia a tartamudear. Pero aquellas carencias quedaron compensadas por su extraordinaria capacidad de retener en la memoria lo que aprendía.

El Santo se convirtió en poco tiempo, en uno de los mejores teólogos de su época y en un predicador elocuente. Escribió los ‘laudi’o himnos en la lengua vernácula. Después de terminar sus estudios en la Universidad de París, dedicó 12 años a la enseñanza y la predicación en Venecia. Se le nombró prior en Santa María Novella. En Fiésole y en Venecia, fundó nuevas casas para monjes y estableció un convento para monjas dominicas, llamado Corpus Christi. Desde aquí trabajó para introducir o restablecer la estricta regla de Santo en varios prioratos.

Asimismo, se preocupó muchísimo para que se impartiese una educación cristiana a la juventud y fue el primero en combatir las perniciosas tendencias de la nueva herejía que comenzaba ya a ser un peligro: el humanismo.

En 1406, asistió al cónclave que eligió al Papa Gregorio XII. Después fue el confesor y consejero del Pontífice y éste, le consagró Arzobispo de Ragusa y Cardenal de San Sixto. Murió en Buda, Hungría, el 10 de junio de 1419. Su culto fue confirmado en 1832.



Redacción

Fue famoso en su vida como maestro, orador, poeta, comentarista de la Sagrada Escritura y defensor de la fe. En 1920 se le dio el título de doctor de la Iglesia. Los sirios, tanto católicos como separados, lo llaman “el arpa del Espíritu Santo”.

San Jerónimo dice de él que sus escritos se leían en algunas iglesias después de las Sagradas Escrituras y le reconoce un alto ingenio. San Roberto Belarmino consideraba que San Efrén era más piadoso que erudito. A este santo se debe la introducción en la Iglesia de los cantos en el culto divino y en la enseñanza sagrada.

San Efrén nació en al año 306, en Nísibi de Mesopotamia, entonces bajo el dominio romano. Fue bautizado a la edad de 18 años. En el año 325 acompañó al obispo de su ciudad al Concilio de Nicea. Cuando Nísibi pasó al poder de los persas, los cristianos abandonaron la ciudad y San Efrén se retiró a una cueva, cerca de Edessa. Allí observó una manera de vivir muy ascética.

Se nos describe como un hombre pequeño de estatura, calvo, sin barba, de piel seca y agrietada, vestido con harapos; sin embargo, estaba muy enterado de los asuntos eclesiásticos de la ciudad y ejercía en ella considerable influencia con su frecuente predicación.

De madura edad fue ascendido al diaconado. Se dice que por humildad no se ordenó sacerdote. El hecho de que sus biógrafos lo designan siempre con el nombre de diácono parece  indicar que no pasó más allá en las órdenes sagradas, pero hay pasajes en sus escritos que indican que tenía la dignidad sacerdotal.

Cerca del año 370 visitó a San Basilio de Cesarea. La última época de su vida la pasó San Efrén administrando los bienes de los pobres y enfermeros confiados a él. Parece que el año de su muerte fue el 373. Escritor prolífico, de sus obras que nos han llegado unas están escritas en sirio, otras en griego, latín y armenio. Se pueden agrupar en exegéticas, polémicas, doctrinales y poéticas. Todas ellas están escritas en forma métrica, excepto los comentarios a las Escrituras.


"El admirable Hijo del carpintero llevó su cruz a los infiernos, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera que, a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.

¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!

¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!".
San Efrén, Sermón sobre nuestro Señor, 3-4.



Redacción

Medardo significa: “audaz y valeroso” (Med: audaz. Ard: valeroso. Del antiguo alemán).

San Medardo es el santo preferido de los campesinos de Francia. Le tienen gran fe para que les obtenga lluvias para los tiempos de la siembra, y para que les cuide sus viñedos o plantaciones de uva, contra los ladrones y el mal tiempo.

Siendo muy joven, una vez le regaló su caballo a un pobre viajero que lloraba porque los ladrones le habían robado el caballo en el que él viajaba. Su papá al verlo tan generoso para con los necesitados opinó que el hijo más iba a servir para sacerdote que para negociante. Y así sucedió.

A los 33 años fue ordenado sacerdote, y siguió ejercitando una gran caridad para con los pobres. A los estudiantes muy necesitados los sentaba a su mesa, gratuitamente para que se alimentaran lo mejor posible. Con sus oraciones obtuvo lluvias para los campos, y en otras ocasiones libró de granizadas los cultivos.

Como era un sacerdote verdaderamente ejemplar fue elegido obispo y entonces le sucedieron unas anécdotas que se han hecho famosas.

Tenía San Medardo una vaquita, y para saber por dónde andaba el animalejo le había colgado al pescuezo una campanilla que iba anunciando por dónde estaba pastando. Y sucedió que un ladrón le robó la vaca. El ratero le quitó la campanilla del pescuezo y la echó entre las alforjas, pero la campana seguía sonando. Entonces la llenó de pasto y la escondió entre el montón de pasto seco de su pesebrera, pero la campana siguió sonando. Al fin el ladrón dispuso enterrar la campana en el suelo, pero apenas se acostó a dormir, empezó a oír que seguía sonando. Desesperado sacó la campana y colgándola otra vez del pescuezo de la vaca se fue a donde el santo y le devolvió el animal robado, diciéndole: “Padre, aquí le traigo su vaca, porque la campanilla no quiso dejar de sonar ni por un momento”, y San Medardo le dijo sonriente: “Hijo, lo que sonaba no era la campanilla, era tu conciencia, que no quería que te quedaras en paz con este pecado”. Al otro le fue muy provechosa esta lección.

Tenía San Medardo un cultivo de matas de uva y una noche en pleno tiempo de cosecha se entraron los ladrones a robarle las uvas. Pero cuando ya tenían los costales llenos, fueron a salir y no encontraron la puerta de salida. Les parecía como si se hubieran vuelto ciegos, porque por ninguna parte encontraron la puerta. Y así amaneció y llegó el santo, y ellos muy asustados le pidieron perdón y con tal de que no los denunciara, le dejaron también los costales, y así  el santo recolectó sus uvas gratis y de encime le dieron los costales.

También tenía San Medardo unas colmenas que le producían muy buena miel, y las abejas eran muy mansas y muy buenas. Pero un día llegó un ratero a robarse la miel y las abejas lo persiguieron tan terriblemente que al otro no lo quedó otro remedio que meterse a la casa del santo a pedirle que rezara por él. San Medardo echó una bendición a las abejas y estas se fueron muy obedientes, y él vuelto hacia el ladrón le dijo: “Esto es señal de los castigos que te pueden llegar si sigues robando. Ahora son unas sencillas abejas, pero después los que te picarán serán tus remordimientos eternamente”. Y el otro no volvió a robar.

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