Santa Rita de Casia - 22 de mayo



Redacción

Toda una vida que con cada nueva etapa iba creciendo; como virgen, como mujer, como madre, como viuda, como religiosa. Con toda naturalidad y seguridad, caminó Rita por esta vida guiada por la mano del Señor, por los diversos senderos que el destino de la Providencia le tenía reservados. En cada una de estas etapas de su vida encontró la posibilidad de servir a Dios entrañablemente con fidelidad y abnegación.

Nació Rita aproximadamente hacia el año de 1380 en Rocca Porena, cerca de Casia. Su pueblo natal estaba situado en un estrecho y umbroso valle donde muy pocas horas al día penetraba la luz solar. La naturaleza áspera y sencilla en la que creció Rita modeló su carácter desde la infancia.

No encontró satisfacción en el juego, ni en vanidades, ni tampoco en las charlas prolongadas alrededor de la fuente de la plaza. Si no ayudaba a su madre en los trabajos cotidianos, se recogía en un rincón de la pequeña iglesia para reflexionar sobre la Pasión de Cristo que la conmovía interiormente. Para poder participar aunque fuera un poco de estos sufrimientos, trenzó un cilicio de espinas.

Feliz de haber conseguido de sus padres una pequeña habitación, pudo dedicarse con placer a la contemplación y a las penitencias. Sus padres se dieron cuenta de esta situación cuando Rita anunció su decisión de tomar el velo en el convento de las agustinas en Casia, pero se opusieron violentamente. Rita les prometió obediencia y decidió aplazar sus íntimos deseos.

Sus progenitores, no conformes aún, empezaron a buscar a alguien con quien desposarla. Medio año después Rita estaba casada. Su esposo, Pablo Fernando, la golpeaba e insultaba apenas ocho días después de la boda. Rita aceptó con resignación cristiana la cruz de este matrimonio. No protestó, ni pagó con la misma moneda, tampoco hizo reproche alguno a sus ancianos padres. Guardaba silencio y durante 18 años rezó, hasta que su profunda religiosidad de mujer triunfó sobre la violenta naturaleza del hombre. Llorando Pablo Fernando le pidió perdón, y en el futuro, cuando esos arrebatos coléricos le dominaban, abandonaba presuroso el hogar para regresar después de que se hubiera apaciguado su temperamento fogoso.

Un corto período de dicha floreció en Rocca Porena, pero entonces Pablo Fernando fue asesinado. Rita cayó sin sentido sobre el cadáver de su esposo. Cuando volvió en sí, el asesino se presentó ante ella y le suplicó clemencia, para no sufrir todo el rigor de la ley que pedía su cabeza.

Rita perdonó el crimen, incluso le ofreció asilo provisional en una casa suya. De esta forma le defendió del hacha del verdugo, pero no pudo protegerle contra la ira de sus hijos, que heredaron el carácter indómito del padre. Al oír cómo ambos hijos le juraron vengarse del asesino de su padre, Rita estaba dispuesta al mayor y último sacrificio: le rogó a Dios, si ésta fuera su voluntad, llevarse a sus dos hijos de este mundo antes de que ellos cometieran un nuevo crimen.

Dios aceptó sus oraciones. Los dos hijos murieron uno tras otro en un corto espacio, antes de que tuvieran tiempo de poner en práctica sus planes vengativos. Rita quedó sola, todos habían muerto: sus padres, esposo e hijos. Dado su recogimiento de toda la vida, sólo conocía la vida de Cristo, su iglesia, el cementerio y las casuchas de los pobres. El ideal juvenil de ingresar a un convento renació en su conciencia con nueva fuerza. Las religiosas agustinas de Casia negaron a Rita tres veces la admisión al convento. No podían conformarse con la idea de que una viuda llegara a formar parte de la vida conventual junto con las doncellas consagradas al Señor. Durante las oraciones nocturnas Rita tuvo una visión: San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás Tolentino la acompañaban hasta el convento y le abrían las puertas del mismo. Por fin las monjas dieron su consentimiento.

Aquí comenzó la última etapa de la vida de esta mujer indultada. Observar el precepto de la pobreza no le resultó demasiado difícil. Ella, siempre caritativa, se sentía conforme con todo. Hasta su muerte llevó el único hábito que tenía, muchas veces remendado. En su celda sólo se encontró una cama dura, una pequeña banca, una lámpara de aceite y algunas estampas piadosas. Ahora, igual que antes, ayunó con frecuencia y se mortificó tres veces diariamente por la salvación de las almas.

Fue designada enfermera del convento y ella aceptó con alegría este difícil trabajo lleno de responsabilidad. A pesar de su deseo de pasar mucho tiempo en adoración al Santísimo Sacramento, Rita siempre estaba dispuesta al servicio del prójimo. Durante su estancia en el gran convento atendió a los enfermos y asistió a los moribundos en la agonía.

Rita murió a la edad de 76 años, el 22 de mayo de 1457.

Fue canonizada el 24 de mayo de 1900, aumentando con ello su culto en el mundo católico. Sobre todo se implora su ayuda en momentos de verdadera necesidad. Su espíritu está presente en las organizaciones católicas de asistencia médica. Especialmente las madres católicas buscan su intercesión en los problemas matrimoniales y educacionales.


"La comunicación familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y de cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión; de aquí los múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la “reconciliación”; esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. 
                                                                                                F.C., n. 21.

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Forma de Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets