San Felipe Neri - 26 de mayo


Redacción

Felipe pasó su juventud en Florencia, ciudad que en aquel tiempo recibía la influencia de la piedad mística de un Fray Angélico y del humanismo secular del Renacimiento. Un tío suyo, comerciante en Roma, le propuso que aprendiera contabilidad y dirigiera, más tarde, la administración del negocio.

Pero un día Felipe regaló a los pobres todo lo que había ganado y renunció definitivamente a la futura herencia para peregrinar a Roma, donde visitó las catacumbas y los lugares que los cristianos de los primeros siglos habían regado con su sangre, como el Coliseo y el Circo Máximo, y donde descubrió, con entusiasmo, los tesoros espirituales de la Ciudad Eterna de los mártires.

La “comunión de los santos” era para él una hermosa realidad y, por eso, procuraba estar siempre junto al pueblo sencillo. A los niños y a los enfermos los entretenía con insuperable maestría. Cantaba con ellos y les hablaba de la Buena Nueva con amenidad y gracia. Supo adaptarse a la mentalidad de todos y siempre fue portador de una profunda alegría cristiana.

Desde 1546, reunió a algunos seglares que tomaron el nombre de “Hermanos  de la Santísima Trinidad”. El Año Santo de 1550 representó para él continuo servicio a favor de peregrinos y enfermos.

Animado por prelados importantes de la Curia romana, Felipe inició los estudios filosóficos y teológicos y fue ordenado a los 36 años. Se convirtió entonces en un verdadero apóstol de la ciudad de Roma.

Cuatro actividades ayudaron a convertir el centro del Renacimiento en una Roma santa: en primer lugar su incansable servicio prudente y bondadoso en el confesionario, algunas veces hasta doce horas al día. En segundo lugar, su piadosa costumbre de visitar en peregrinación las siete iglesias principales de Roma. Él mismo, con la cruz a cuestas, realizaba el recorrido seguido por centenares y a veces millares de fieles. En tercer lugar  su catequesis personal y sus consejos pastorales a hombres de todos los círculos sociales, incluyendo cardenales y hombres santos y sabios, como San Ignacio, San Carlos Borromeo y San Camilo de Lelis. De aquel apostolado personal surgió “el Oratorio” con sede en la “iglesia nueva”. Por último, demostró un amor especial por los jóvenes. Durante sus 60 años de trabajo en Roma siempre tuvo tiempo para ellos. Famoso es un dicho suyo:
"Me pueden molestar en lo que quieran, hasta pueden partir leña sobre mis espaldas. Lo importante  es que no pequen". 

Durante su vida  pudo contemplar la coronación, el pontificado y la muerte de 14 Sumos Pontífices.

No faltaron las calumnias y la evidencia clerical en su contra. Tuvo momentos difíciles cuando le prohibieron las confesiones y las peregrinaciones. Todos los que lo conocían a fondo, lo llamaron “Felipe el bueno”.

A los 80 años de edad entregó su alma al Señor, el 26 de mayo de 1595, en la fiesta de Corpus Christi.



"Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Esa debe ser vuestra alegría; y en cualquier lugar en que estéis y todo tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna".

San Agustín, Sermón 171, 1-3, 5.

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Forma de Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets