Redacción
En el siglo VII Inglaterra había llegado a ser la principal nación cristiana de Europa. Ya desde el siglo II el catolicismo se difundía en la Britania por medio de los soldados romanos. Más tarde Irlanda y Escocia conocieron el Evangelio por los santos misioneros, como San Patricio. En Inglaterra la evangelización sufrió un tremendo retraso por las continuas invasiones de los pueblos paganos en el siglo V.
El Papa Gregorio VII logró la definitiva consolidación de la fe católica por medio del fraile benedictino Agustín, enviado directamente desde Roma.
El año 597, Agustín y otros cuarenta frailes desembarcaron en Inglaterra. Así empezó la gran misión en una tierra adversa y hostil.
El mismo Papa le había dado a Agustín un consejo importante para el éxito de la obra misional: no destruir los santuarios paganos; respetar sus costumbres y ritos; purificar las tradiciones ya existentes y atraer, con paciencia, a los paganos a la vida sobrenatural con la riqueza de signos, lugares y cánticos de la liturgia católica.
El rey Etelberto de Kent recibió a los frailes con benevolencia y, después de algunos meses, él aceptó la fe cristiana. Poco a poco se logró la evangelización de toda isla, superando las muchas dificultades que presentaban los ingleses, aferrados a sus costumbres. Agustín escogió como sede del arzobispo la ciudad de Canterbury.
Nuestro santo tiene el gran mérito de haber promovido una conversión sólida de este pueblo a la fe de Cristo y haber consolidado la unión con la Sede apostólica.
Los frailes benedictinos promovieron una verdadera primavera monástica en la Inglaterra del siglo VII. Celosos misioneros, como los frailes Willibrot y Bonifacio, las religiosas Edith y Lioba, surgieron de aquel movimiento y cooperaron después en la evangelización de Europa Central.
Siete años después de su llegada a Inglaterra, murió San Agustín, en el año 604. La iglesia conmemora su memoria el 27 de mayo. Canterbury conserva hasta nuestros días la dignidad de sede del primado de Inglaterra.
"Él, para mostrar que el mundo se convierte no por la sabiduría humana, sino por el poder de Dios, eligió como predicadores suyos, para enviarlos al mundo, a unos hombres iletrados; esto es lo que hace también ahora, ya que en Inglaterra ha manifestado su poder valiéndose de unos débiles instrumentos".
Cartas de San Gregorio Magno 9, 36.
"La separación de la patria que Dios exige a veces a los hombres elegidos, aceptada por la fe en su promesa, es siempre una misteriosa y fecunda condición para el desarrollo y el crecimiento del Pueblo de Dios en la tierra. El Señor dijo a Abraham: “Salte de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré; yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, que será una bendición” (Gen 12, 1).
Durante la visión nocturna que San Pablo tuvo en Tróade en el Asia Menor, un varón macedonio, por lo tanto un habitante del continente europeo, se presentó ante él y le suplicó que se dirigiera a su país para anunciarles la Palabra de Dios: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hech 16, 9) Sl. Ap., n. 8.
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