Redacción
Esta fiesta fue primeramente observada por los Frailes Menores en el siglo XIII y se extendió al mundo occidental desde el año de 1389. En el Oriente no se celebra, excepto entre los católicos melkitas, maronitas y entre los cristianos de la India.
Al mismo tiempo que el ángel Gabriel anunció a María la encarnación del Hijo de Dios, le dio la noticia de que su parienta Isabel, estéril y de edad avanzada, tenía en su vientre hacía seis meses un hijo destinado a ser el Precursor del Mesías. María, llena de gracia, animada por el Espíritu Santo, partió sin dilación a visitarla. Llegó a una ciudad de las montañas de Judea. Generalmente se sostiene que es la actual Aín-Karem. Entrando María en casa de Zacarías, esposo de Isabel, saludó a ésta. Y sucedió que el niño que Isabel llevaba en sus entrañas, saltó de gozo e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
María, para responderle, pronunció el sublime canto del “Magníficat” que tenemos en el Evangelio y que debemos mirar como el triunfo de la humildad.
María reconoció, en primer lugar, los dones singulares que le fueron concedidos; pero mencionó también los beneficios comunes que Dios, su Salvador, derramaría sobre la humildad. Ella sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno Autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y habría de ser una misma y única persona su verdadero Hijo y Señor.
No se atribuye María nada a sus méritos, sino que toda su grandeza la refiere a la libre donación de Aquel que es por esencia poderoso y grande y que tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez y debilidad para hacerlos grandes y fuertes.
Muy acertadamente añade: "Su nombre es santo", para que los que entonces la oían y todos a los que habían de llegar sus palabras comprendieran que la fe y el recurso a este nombre habían de procurarles una participación en la santidad eterna y en la verdadera salvación.
En la Iglesia se introdujo la hermosa y saludable costumbre de cantar diariamente este cántico de María en la salmodia de alabanza vespertina, ya que así el recuerdo frecuente de la Encarnación del Señor inflama la devoción de los fieles, y la meditación repetida de los ejemplos de la Madre de Dios los afirma en la solidez de la virtud.
"El misterio de la Visitación es un misterio de gozo, Juan el Bautista salta de alegría en el seno de Santa Isabel; ésta, llena de alegría por el don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva el Magníficat, un himno todo desbordante de la alegría mesiánica.
Pero ¿cuál es la misteriosa fuente oculta de esta alegría? Es Jesús, a quien María ha concebido por obra del Espíritu Santo, y que comienza ya a derrotar lo que es la raíz del miedo, de la angustia, de la tristeza: el pecado, la esclavitud más humillante para el hombre…
¡Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros! Enséñanos a saber recoger, en la fe, la paradoja de la alegría cristiana, que nace y florece del dolor, de la renuncia, de la unión con tu Hijo crucificado: haz que nuestra alegría siempre sea auténtica y plena, para poderla comunicar a todos".
Juan Pablo II, Alocución, 31 de mayo de 1979.
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