Sábado Santo - 11 de abril



Sábado Santo

El Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene de la celebración de la Eucaristía, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que se entone el canto del “Gloria” en la Vigilia Pascual.

En los salmos no se predijo sólo la pasión de Jesús, sino también su liberación y gloria. Una y otra cosa en los mismos salmos: el 22, cuyo comienzo recitó Jesús en la cruz; el 16, 69, 118 y muchos otros. “No he de morir, viviré para contar las hazañaz del Señor.” (Sal 118, 17).

Jesús pasó la puerta oscura, de la que nadie vuelve. Murió realmente. Éste es el misterio propio del sábado santo que confesamos en el símbolo de los apóstoles con las palabras “descendió a los infiernos”. Esta es  una expresión en la que apenas nos detenemos hoy día, un punto de fe al margen de nuestra atención. La razón se entiende fácilmente. Tal expresión corresponde a una imagen distinta del mundo. Para los judíos y para los griegos paganos, morir quería decir bajar al shcol, al hades, al mundo subterráneo, al reino de los muertos. Esto quiere decir aquí la palabra “infiernos”. No es el lugar de los malos, sino el reino de los muertos, adonde van a parar los buenos y los malos. Se tenía, pues, una idea más o menos especial de un lugar habitado por sombras, donde, por lo demás, todo era distinto al mundo, porque allí todo estaba “muerto”.

Para nuestra conciencia de creyentes de hoy, estar muerto no significa estar ligado a un determinado lugar. El muerto existe, pero ¿dónde? (en el cielo, en el purgatorio o en el infierno) no lo sabemos de todos y cada uno de ellos. La Iglesia solo puede afirmar que están en el cielo aquellos que ha elevado al honor de los altares después de un proceso muy riguroso de canonización.

Resumiendo, Jesús realmente murió, quedó separado de esta vida. 

Esta nota introductoria del misal romano explica el espíritu del día. No debemos dar paso a una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado. Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Sn Mt 2, 19-21).

Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere el texto del oficio de lecturas de hoy:

Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. (LH II 475)

El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente la Virgen María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una Eucaristía votiva y oficio en su honor.

Una nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.

Los salmos elegidos para la liturgia de las horas emanan confianza y expectación. Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene este versículo (9): “En paz me acuesto y en seguida me duermo”, que se aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en el salmo 15,16 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: “No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

La lectura de la Biblia (Hb 4, 1-13) nos habla del descanso sabático preparado para el pueblo de Dios después de las fatigas de esta vida. De ella se desprende esta conclusión: “Un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa él también de sus tareas, como Dios de las suyas”.

Todos participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda: “Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida” (Rm 6, 4). En la Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y sepultura, y salían significando la resurrección.

Nuestra participación en la sepultura de Cristo se expresa en las oraciones finales de la liturgia de las horas. Así se expresa la petición final de laudes: “Cristo, Hijo de Dios vivo, que has querido que por el bautismo fuéramos sepultados contigo en la muerte, haz que, siguiéndote a ti, caminemos también nosotros en una vida nueva”. En la oración final rogamos: “Te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna”. (LH II 482).



Etiquetas:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Forma de Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets