Octava de pascua
Las apariciones del resucitado
Hemos hablado del Jueves Santo, Viernes Santo, Sábado Santo y del Domingo de resurrección; ahora lo haremos sobre las apariciones del Señor Jesús, durante la octava de pascua.
La alegría que empieza con la resurrección no viene acompañada de acontecimientos deslumbrantes, con música estruendosa o luces de reflectores al estilo de Hollywood, todo lo contrario, la resurrección fue en el secreto de la oscuridad, de manera sencilla.
María Magdalena piensa que es el hortelano. Él sólo tiene que decir “María”, para darse a conocer. A las mujeres las saluda simplemente: “Dios las guarde”. En Jerusalén, se presenta en medio de los apóstoles y sopla sobre ellos, come con ellos, pescado y miel, y les dice: “la paz este con ustedes”. En Galilea aparece sobre un monte, se acerca a los allí presentes y habla con ellos. Con Pedro y otros toma su desayuno a orillas del lago. También a Pablo se le aparece, más aún, se le muestra entre esplendores deslumbrantes, y con palabras tan humanas como éstas: “Yo soy Jesús, a quien tu persigues”.
Consuela como un amigo. Dondequiera tropieza con gentes desalentadas.
En estos relatos de apariciones asoma, entre líneas, pero con claridad meridiana, el contraste entre lo que hace Dios y lo que hacen los hombres, es decir, las mujeres, los apóstoles, los testigos que nos representan. Tienen miedo, se sienten impotentes y se aglutinan tímidamente unos con otros como gentes a quienes se les ha terminado toda sabiduría y toda confianza. Su esperanza no tiene ya base alguna. “Habría que poner la cabeza bajo todos los relatos de pascua, si hubiera que cifrarlos en las palabras de Fausto: “Celebran la resurrección del Señor, porque ellos mismos han resucitado”. No, ellos no han resucitado. Lo experimentan -primero con temor y angustia y después con alegría y jubilo- es precisamente que ellos, los discípulos, están señalados por la muerte el día de la pascua; en cambio, el crucificado y sepultado vive”.
No es posible imaginarse, por tanto, que la resurrección pueda explicarse por el estado de espíritu de los apóstoles. No dieron formas de visiones a sus expectaciones. Para asegurar habría que comenzar por poner realmente cabeza abajo los relatos pascuales. Los textos dan a entender claramente que los apóstoles no abrigaban expectación alguna. Por lo que atañe a las predicciones de Jesús sobre su propia resurrección, los apóstoles no las entendieron cuando las hizo, y menos después de su muerte. Después de una de esas predicciones leemos en san Lucas “Sin embargo, ellos nada de esto comprendieron; pues estas cosas resultaban para ellos ininteligibles, ni captaban el sentido de lo que les había dicho” (Sn Lc 18, 34).
Otras hipótesis que quieren explicar la resurrección de Jesús como invención humana son todavía más inverosímiles: un embuste planeado a ciencia y conciencia por los apóstoles y discípulos pugna con su carácter tal como nos lo pintan los evangelios. Un embuste de otros, que habrían robado el cadáver y engañado así a los mismos apóstoles, se contradice con el desenvolvimiento de los hechos: a la postre no los convenció el sepulcro vacío, sino las apariciones.
Ha habido también otra teoría, la de un mito de primavera que se habría creado a base de la vida renaciente. Esta fantasía puede rechazarse sin más, pues no tiene nada que ver con la Biblia.
La tesis, finalmente, de que Jesús no murió siquiera, pugna no sólo con la historia de la pasión, sino también con el nuevo modo con que Jesús se presenta entre los suyos. Su modo de existir es distinto. Se le ve y súbitamente se le deja de ver. Las puertas cerradas no le impiden entrar a donde Él desea.
En conclusión, lo que comienza a renovar la historia universal no es una obra humana, sino una acción de Dios. La cabeza humillada de Jesús se levanta para siempre. El reino de Dios se despliega en un hombre que se ha hecho nuevo.
Las apariciones visibles, signos de su presencia invisible. En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los discípulos no lo reconozcan de pronto. Por otra parte, comprueban que es Él. Esto tiene un profundo sentido. Naturalmente, es ante todo una prueba más de que la imagen del Señor resucitado les viene de la realidad y no es creación de su fantasía. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Esto nos hace ver algo aún más profundo que atañe al mismo Jesús: su novedad. Jesús no es ya enteramente el mismo. Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más con su vida terrena, sino que inicia a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera de su presencia. El hecho de que súbitamente pueda ser visto en medio de sus discípulos, no significa sólo que puede entrar “con las puertas cerradas”, sino que está siempre presente aunque no lo vean. El Señor resucitado es la nueva creación entre nosotros. Las apariciones son indicios tácitos de su presencia permanente.
A María en el huerto, a los discípulos en el cenáculo, sobre un monte y a orillas del mar, se les manifiesta en su palabra. Esto nos llama señaladamente la atención en el relato de san Lucas en la perícopa de los discípulos de Emaús. Se les junta en persona en el camino, pero esto no parece decirles nada. Sin embargo: “¿Verdad que dentro de nosotros ardía nuestro corazón cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras” (Sn Lc 24, 32). En la palabra encontraron al Señor.
Una segunda manera de darse a conocer es un gesto preciso: la “fracción del pan” en Emaús. Que Jesús celebrara entonces la Eucaristía con los discípulos de Emaús o no la celebrara, es punto irrelevante. En ambos casos tenía este gesto el sentido de aludir a la Eucaristía, en que en adelante se daría a conocer. También el pescado y la miel, que Jesús come, alude a ella, pues antiguamente se juntaba a la celebración eucarística dicha comida. Son indicaciones de su presencia en la Eucaristía. Así pues, al aparecerse visiblemente, ilustró sobre su presencia invisible.
Por lo mismo sopló también sobre sus discípulos y les dio el Espíritu Santo, por el que en lo sucesivo nos uniríamos con Él. En las apariciones se habla igualmente del oficio pastoral de Pedro y del perdón de los pecados. Esto todo son modos de la presencia permanente de Jesús.
Publicar un comentario