Redacción
Los cuatro evangelistas nos entregan la escena de la entrada de Jesús a Jerusalén como el Mesías prometido. Entró en la ciudad de las promesas al llevar allí el reino de Dios: montado sobre un pollino. El asno era cabalgadura de los antiguos príncipes de Israel, hombres sencillos (Gn 49, 11; Jue, 5,9; 1Re 1,38). El caballo vino a ser símbolo de los reyes, soberbios y guerreros (Is 31, 1; 1Re 1, 5) por ello, predijo el profeta Zacarías que el futuro Mesías vendría montado sobre un asno y desterraría los caballos de guerra (la soberbia y el orgullo):
«¡Oh, hija de Sion! Regocíjate en gran manera;
Salta de júbilo, ¿oh, hija de Jerusalén!;
He aquí que a ti viene tu rey;
él es justo y es tu salvador;
viene pobre, y montado en un asno un pollino, cría de una asna.
Él destruirá los carros de guerra de Efraím
Y los caballos de Jerusalén,
y serán hechos pedazos los arcos guerreros;
y él anunciará la paz a las naciones,
y dominará desde un mar a otro,
y desde el río hasta los confines de la tierra» (Zac 9, 9-10.)
Naturalmente, Jesús no estaba obligado a cumplir literalmente estos signos; lo que importa es el espíritu de estos: sencillez y paz. Pero, en este caso, cumplió Jesús el signo aun en su excentricidad.
Así tenemos para siempre la imagen del rey que hace su entrada montado sobre un asno, y es proclamado «Hijo de David» por una muchedumbre que arroja por el suelo vestidos y ramos de palmera y manojos de flores campestres. Los niños, con escándalo de los fariseos, prosiguen sus aclamaciones hasta dentro del templo.
De este modo reaccionó Jerusalén de algún modo a la venida de Jesús y al comienzo del reino de Dios. Pero el verdadero comienzo estaría en otra parte: en su muerte.
La liturgia, siguiendo los evangelios, rememora con especial atención este acontecimiento.
El sexto domingo de cuaresma, una semana antes de pascua, se celebra antes de la Eucaristía una procesión (que por la contingencia de salud, este año no la tendremos), en la que se cantan himnos en honor de Cristo rey.
Se bendicen los ramos de olivo (u otras plantas), que se llevan durante la procesión y después a casa. Es un signo de que tomamos parte en el gesto de amor y de atención que los judíos tributaron a Jesús.
Estos ramos se usan a menudo para asperjar con agua bendita, por ejemplo, al bendecir la casa antes de la comunión de los enfermos o al administrar el sacramento de la unción de enfermos.
Después de la procesión de los ramos da inicio lo principal, que es la Eucaristía. Esta no habla ya de la entrada, sino de la pasión que está llegando. Como evangelio se lee la historia de la pasión, en este año por el ciclo “A” leeremos la pasión según san Mateo.
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