Domingo de resurrección
Los evangelios inician con una narración muy sencilla y modesta: las mujeres que el domingo por la mañana van a ver al sepulcro. Una palabra clave para entender plenamente el sentido de esta narración, es la mención del color “blanco”. Junto al sepulcro es visto un “joven” (Sn Mc; un “ángel”, Sn Mt). Joven o ángel que llevan vestiduras blancas. Blanco es el color de la santidad de Dios, el color del fin de los tiempos, cuando Dios reinará; es el color del “día de Yahveh”.
Ahora inmediatamente después del sábado, cuando por vez primera en la historia universal sale el sol sobre una mañana de domingo, sobre el “día del Señor” (Apc 1, 10), unas mujeres son recibidas por alguien vestido de las blancas ropas del fin de los tiempos. Su reacción es de miedo.
En san Marcos esta escena está penetrada toda por la consternación; en san Mateo, la tierra tiembla al descender el ángel; en san Lucas las mujeres se postran rostro en tierra. Es la reacción del hombre al entrar Dios en el mundo. Pero todo esto es mera envoltura de lo que importa, el engarce donde brilla el verdadero diamante de la narración: “¡Ha resucitado!” He aquí la palabra tranquilizante y gozosa. Es el mismo mensaje de pascua que en san Pablo: El Señor vive.
Los cuatro evangelistas ofrecen el mensaje de la resurrección de Jesús en forma narrativa. Si se comparan sus relatos entre sí, observaremos que éstos difieren mucho más, que por ejemplo, en las historias de la pasión. Los distintos autores aducen apariciones distintas, y, cuando tratan el mismo hecho, difieren en pormenores.
De esto deduce legítimamente la ciencia bíblica que estas narraciones tardaron más en llegar a una forma narrativa fija, que la precedente historia de la pasión.
El sepulcro vacío no es prueba de la resurrección de Cristo, pero si Cristo resucitó el sepulcro debe estar vacío.
Felices pascuas de resurrección.
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