Redacción
Entre la entrada de Jesús a Jerusalén y su prendimiento en el huerto de los olivos, los evangelios nos ofrecen diversas situaciones de Jesús: discusiones con los escribas, saduceos y fariseos, parábolas sobre la reprobación de Israel, la violentos discursos contra escribas y fariseos, y, finalmente, la predicación sobre la destrucción de Jerusalén, que pondría fin a la existencia del pueblo judío en la tierra prometida. Esta destrucción era para Jesús símbolo de las catástrofes del fin del mundo, cuya perspectiva deja ver en todo su discurso, pero sin señalar «día ni hora» (Sn Mt 24, 36).
Jesús pues, actúa como los otros profetas que, antes de Él, fueron asesinados en Jerusalén; Él es el último profeta, el Hijo amado (Sn Lc 20, 13). Más aún que en los profetas, su violencia es un intento supremo de ganar al pueblo: «¡Ah, si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ¡ay! Queda oculto a tus ojos» (Sn Lc 19,42).
Los días que pasó en Jerusalén, son un encuentro último y supremo con el mal, que anida en los hombres. Una y otra vez aconseja a los suyos que vigilen y estén atentos. Son días muy serios, imagen de todos los días decisivos en la vida de la Iglesia y de todo hombre.
El conflicto llega rápidamente a su punto culminante. Jesús no tiene más armas que las palabras que le manda decir su Padre, las obras que su Padre le manda ejecutar, la autoridad de su persona y el testimonio del mismo Padre en la parte mejor del corazón de cada uno. Los fariseos y la autoridad optan por la violencia y así deciden su prendimiento.
La liturgia conmemora los últimos días antes de la pasión de Jesús (lunes, martes y miércoles de la semana santa) leyendo pasajes muy violentos y personajes de los profetas, por ejemplo Is 50,6.
Entregué mis espaldas a los que me azotaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba.»
El evangelio del lunes cuenta cómo María hermana de Lázaro, derrama sobre los pies de Jesús un vaso de perfume de nardo, de gran precio; sin saberlo -dice Jesús- se adelantó a ungirlo para su sepultura. El martes se lee la traición de Judas Sn Jn 13, 21-33. 36-38; y el miércoles, la venta de Jesús por 30 monedas de plata Sn Mt 26, 14-25.
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