marzo 2020
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Redacción

Martirologio Romano: En el lugar de Argol, en Persia, san Benjamín, diácono, que al predicar insistentemente la palabra de Dios, consumó su martirio con cañas agudas entre sus uñas, en tiempo del rey Vararane V.

Etimológicamente: Benjamín = Aquel que es el último nacido o Hijo de dicha, es de origen hebreo.

El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendió el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas.

El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.

Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año.

Benjamín era un joven de un gran celo apostólico en bien de los demás. Hablaba con fluida elocuencia.

Incluso había logrado muchas conversiones entre los sacerdotes de Zaratustra. Los meses que pasó en la cárcel le sirvieron para pensar, orar, meditar y escribir.

En estas circunstancias llegó a la ciudad un embajador del emperador bizantino y lo puso en libertad. Y le dijo el rey Yezdigerd: "Te digo que tú no has tenido culpa alguna en el incendio del templo y no tienes que lamentarte de nada".

¿No me harán nada los magos?, preguntó el rey al embajador. No, tranquilo. No convertirá a nadie, añadió el embajador.

Sin embargo, desde que lo pusieron en libertad, Benjamín comenzó con mayor brío e ímpetu su trabajo apostólico y convirtió a muchos magos haciéndoles ver que algún día brillará en sus ojos y en su alma la luz verdadera.

"De no ser así –decía – yo mismo sufriré el castigo que el Señor reserva a los seguidores que no sacan a relucir los talentos que él les ha dado."

Esta vez no quiso intervenir el embajador. Pero poco después, el rey lo encarceló de nuevo y mandó que le dieran castigos hasta la muerte,siendo luego decapitado

Murió alrededor del año 420.




Redacción

San Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio Nacianceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección.

El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.

Pasó 40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.

Su oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.

El principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo.

Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la santidad".

El superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección.

El primer peldaño o la primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.

A San Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan con la oración".

Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a la gente:
Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". 
Y él fue ese guía providencial para millares de personas por 40 años.

Un joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.

En un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.

Era tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.

Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad.

Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.




Redacción

Se pueden conocer hechos genuinos de los mártires San Jonás y San Baraquicio, relatados por un testigo ocular llamado Isaías, un armenio al servicio del rey Sapor II. Las versiones griegas contienen ciertas adiciones e interpolaciones, pero el texto sirio original ha sido publicado por Esteban Assemani y por Bedjan.

En el décimo octavo año de su reinado, Sapor, rey de Persia, emprendió una recia persecución contra los cristianos. Jonás y Baraquicio, dos monjes de Beth-Iasa, sabiendo que varios cristianos estaban sentenciados a muerte en Hubaham, fueron allí a alentarlos y servirlos. Nueve de ellos recibieron la corona del martirio.

Después de la ejecución, Jonás y Baraquicio fueron aprehendidos por haber exhortado a los mártires a perseverar hasta morir. El presidente empezó instando a los dos hermanos y urgiéndoles a que obedecieran al rey de reyes, esto es, al monarca persa y a que adoraran al sol.

Ellos contestaron que era más razonable obedecer al inmortal Rey de los cielos y la tierra que a un príncipe mortal. Baraquicio fue entonces arrojado a un estrecho calabozo, mientras que a Jonás se le detuvo y se le ordenó sacrificar a los dioses. Fue tendido en tierra boca abajo, con una aguda estaca bajo el cuerpo y azotado con varas. El mártir perseveró todo el tiempo en oración, así que el juez ordenó que se le arrojara a un estanque helado; pero tampoco esto produjo el menor efecto.

Más tarde, el mismo día, se llamó a Baraquicio y se le dijo que su hermano había sacrificado. El mártir replicó que no era posible que hubiera rendido honores divinos al fuego, una creatura, y habló tan elocuentemente del poder y la grandeza de Dios, que los magos, asombrados, se dijeron unos a otros que si se le permitiera hablar en público, sus palabras arrastrarían a muchos al cristianismo. Decidieron, por lo tanto, de allí en adelante, llevar al cabo sus interrogatorios de noche. Entre tanto, lo atormentaron a él también.

A la mañana siguiente, a Jonás se le sacó del estanque y se le preguntó si no había pasado una noche muy incómoda. "No" replicó. "Desde el día en que vine a este mundo no recuerdo haber pasado una noche más tranquila, porque fue maravillosamente confortada con la memoria de los sufrimientos de Cristo." Los magos dijeron: "¡Tu compañero ha apostatado!" Pero el mártir, interrumpiéndolos, exclamó: "Yo sé que hace largo tiempo renunció al demonio y a su séquito".

Los jueces le advirtieron que tuviera cuidado, no fuera a ser que pereciera abandonado de Dios y de los hombres, pero Jonás replicó: "Ya que pretendéis ser sabios, juzgad si no es más prudente sembrar el grano que almacenarlo. Nuestra vida es una semilla sembrada para volver a nacer en el mundo futuro, donde será renovada por Cristo en una vida inmortal".

Continuó desafiando a sus verdugos y después de muchas torturas, fue prensado en un molino de madera hasta que sus venas reventaron y finalmente, su cuerpo fue despedazado con una sierra y sus mutiladas partes arrojadas a una cisterna. Se apostaron guardias para vigilar las reliquias a fin de que los cristianos no las robaran.

Después de haber martirizado a Jonás en esta forma, se le aconsejó a Baraquicio, nuevamente, que salvara su propio cuerpo. Esta fue su respuesta: "Yo no armé este cuerpo, ni yo lo destruiré. Dios que lo hizo, lo restaurara y os juzgará a vosotros y a vuestro rey".

Se le sujetó de nuevo a tormentos y finalmente, se le dio muerte, vertiéndole pez y azufre ardientes en la boca. Habiendo recibido noticia de su muerte, un viejo amigo compró los cuerpos de los mártires por 500 dracmas y tres vestiduras de seda, prometiendo no divulgar nunca la venta.




Redacción

Fue un prodigio de santidad en un ambiente muy corrompido. Nació en 1296 en Suabia, Alemania.
A los 15 años fue admitido como religioso en el convento de los Padres Dominicos en Constanza. Su apellido era Von Berg, pero como su padre era descuidado borrachín y en cambio la mamá era una santa, el joven tomó el apellido materno que era Susso.

En la comunidad encontró como profesor un místico muy famoso que influyó en él de manera inmensa. Era el Padre Eckart, cuyos consejos seguían muchas personas con gran entusiasmo. Enrique decía: “El padre Eckart demuestra tan gran sabiduría que parece como si Dios no le hubiera ocultado nada”.

Los datos que vamos a narrar enseguida están extraídos de la “Autobiografía” del propio Enrique Susso.

Los primeros años de religioso no fue muy fervoroso, pero luego un día empezó a oír continuamente este mandamiento: “Renuncie a todo lo que no lo ayude a conseguir la santidad”. Y se repetía tan frecuentemente este mandato en su mente que se propuso empezar una vida espiritual verdaderamente seria.

El demonio intentó disuadirlo y desanimarlo con consideraciones de prudencia humana, haciéndole ver que esa conversión era demasiado rápida y que no sería capaz de perseverar en el bien. El se dedicó a pedir a Dios la sabiduría celestial. 

Y repetía las palabras del libro de la Sabiduría: “Señor, envíame las sabiduría que procede de tu trono. Tú sabes que soy muy joven, sin experiencia y de pocos años. Pero si Tú me mandas la sabiduría, podré perseverar”.

Y pedía al Espíritu Santo el Don de Consejo y la virtud de la prudencia, y así logró perseverar. En adelante durante toda su vida será un administrador constante de la Sabiduría Eterna, y recomendará a sus discípulos el pedir mucho a Dios el don de la Sabiduría. Y les repetía las palabras del Libro Santo: “Sabiendo que no tendría la sabiduría si Dos no me la concedía, me dediqué a pedirla en oración, y me fue concedida”.

Su amor a la Virgen María era inmenso y predicaba constantemente su devoción.
Publicó el libro titulado “La Sabiduría Eterna”, el cual fue sumamente famoso y muy popular por varios siglos.

Sus atroces sufrimientos

Al principio de su conversión, creyó Enrique que debía dedicarse a mortificaciones muy fuertes y así lo hizo. Sus ayunos, vigilias, azotes y demás penitencias llegaron a causar asombro y casi acaban con su vida. Pero según cuenta en su “Autobiografía”, una iluminación del cielo le comunicó que en vez de estas mortificaciones buscadas por él, debía más bien dedicarse a aceptar con buena voluntad los sufrimientos que Dios iba a permitir que le llegaran. Y fue entonces cuando empezaron a llegarle penas tremendas.

La tortura de las tentaciones

Los enemigos del alma trataban de atacarle de mil maneras. Le llegaban los pensamientos más impuros y las imaginaciones más indecentes. Y una melancolía o sentimiento continuo de tristeza que trataba de desanimarlo del todo. Y luego las tentaciones contra le fe. Y como si no bastara todo esto, le llegó la convicción de que él estaba destinado a condenarse para siempre.

Buen remedio

Afortunadamente había tenido un buen profesor y se fue en busca del sabio Padre Eckart y le contó todo. “El famoso místico me consoló y logró sacarme de aquel infierno en el cual estaba viviendo”. Y volvió a su alma la paz. Una vez más se cumplía lo que dice el Libro de los Proverbios: “Triunfarán los que saben pedir consejos”. Pero ahora le iba a llegar un tercer tormento.

Los ataques de los enemigos

Una voz interior le dijo: “Hasta ahora has sufrido ataques venidos del interior. Ahora empezarán los ataques que llegan desde el exterior”. Y así sucedió. Pronto empezó a experimentar la ingratitud, y la pérdida de los amigos y de la buena fama. Sus paisanos se dividían en dos clases: los fervorosos y los relajados. Los fervorosos querían que se cumplieran exactamente los deberes de piedad. Entre ellos estaban Enrique Susso, su profesor Eckart y el gran predicador Taulero. Pero los otros eran mayoría y empezaron a perseguir a Susso.

Durante 37 años había recorrido campos y ciudades predicando. Había obtenido curaciones milagrosas. En pleno sermón vieron su rostro rodeado de resplandores. Pero insistía muy fuertemente en que había que dedicarse con toda seriedad a la santidad, y esto no agradaba a los relajados. Y entonces se valieron de la calumnia.

Las calumnias

Se valieron de un muchacho mentiroso para inventar que él había cometido sacrilegios. Logró comprobar que era inocente. Luego inventaron que Enrique había tratado de envenenar a una persona. Pronto se supo que era mentira. Lo acusaron de haber inventado un milagro, pero los mentirosos quedaron al descubierto. Fueron tantas las falsas acusaciones que tuvo que huir por un tiempo a Holanda. Allá lo acusaron de haber escrito herejías contra la fe. El logró probar que todo lo que había escrito estaba de acuerdo con nuestra santa religión.

Luego le llegó otro sufrimiento: su hermana, que era religiosa, perdió el fervor y se retiró de su comunidad. Enrique ofreció por ella una grave enfermedad que él tuvo que sufrir, y con este sufrimiento logró que la prófuga volviera otra vez al convento donde pasó santamente sus últimos años.

Graves denuncias

Enrique estaba dirigiendo espiritualmente a una mujer que lo engañaba diciéndole que ella se estaba convirtiendo de su mala vida. Pero cuando el santo sacerdote se dio cuenta de que aquella mujer le mentía, se negó a seguir con su dirección espiritual. Entonces ella en venganza inventó el cuento de que él era el padre de una criatura que ella tenía. Y algunos hasta creyeron porque el religioso demostraba mucha caridad para con el pobre niño. Entonces el Superior General de la Comunidad mandó  hacer una severa investigación y se vino a saber que todo eran cuentos de aquella perversa mujer.

Burlas

Fue nombrado Enrique como superior de un convento de Padres Dominicos y aquel convento estaba terriblemente endeudado. El nuevo superior en vez de dedicarse a pedir limosnas o a conseguir empréstitos lo que hizo fue recomendar a sus religiosos que se dedicaran a celebrar con mayor fervor la santa misa y a rezar con mayor fe y devoción.

Muchos se burlaban de él diciendo que era un hombre que no ponía los pies en la tierra y que se imaginaba que con rezos se pagaban las deudas. Pero poco después un hombre rico sintió una inspiración interior de que debía ayudar a aquel convento y llegó con veinte paquetes de monedas de plata y con esto se pagaron todas las deudas.

Los últimos años los pasó el Padre Enrique dedicado a dar dirección espiritual a las religiosas, especialmente a las dominicas, las cuales lo consideraban un verdadero hombre de Dios y un guía espiritual sumamente acertado.

Le ofrecieron altos puestos pero una iluminación interior le dijo que si quería llegar a altos puestos en la santidad tenía que huir de los cargos que producen muchos honores. Y por eso se mantuvo siempre entre los más humildes y desconocidos aunque su sabiduría y sus escritos y su santidad lo hacían resplandecer ante muchísimas gentes piadosas que lo admiraban fervorosamente.

Murió en 1365, y dicen que su cuerpo permaneció muchos años incorrupto. Pero después el templo donde estaba enterrado pasó a poder de los protestantes y no se volvió a saber de sus restos.

Tuvo muchas visiones y se le apareció la Sma. Virgen María a traerle mensajes celestiales. En una de sus visiones preguntó qué medios debería emplear para alcanzar más fácilmente la santidad y la salvación y le fue respondido: “Negarse a sí mismo; no apegarse a las criaturas; recibir todo lo que sucede, como venido de la mano de Dios, y ser infinitamente paciente y amable con todos, aun con los que son ásperos e injustos en su modo de tratarlo a uno”.

San Alfonso de Ligorio al meditar en las mortificaciones y en los sufrimientos de este hombre de Dios exclamaba: “Qué pequeños nos sentimos nosotros antes estos campeones tan valerosos para sufrir todo por amor de Dios y por la salvación de las almas”.




Redacción 

Ruperto significa (en alemán): “hombre de fama brillante”.

Fue el gran misionero que evangelizó el sur de Alemania, la región de Baviera. Era obispo de la ciudad de Worm. Acompañado de un buen número de misioneros  llegó a Baviera en el año 697 y se presentó al duque Teodo, que era pagano, y le pidió permiso para evangelizar en esa región.

Como llevaba recomendaciones del rey Childeberto, el duque le concedió el permiso de predicar. Una hermana del duque era cristiana y logró convencerlo para que fuera a escuchar los sermones de San Ruperto, y tanto le agradaron que al poco tiempo se hizo cristiano, y junto con gran número de los empleados de su palacio y de su gobierno se hizo bautizar.

Esto facilitó mucho la obra de evangelización de San Ruperto y sus compañeros, porque ya en el gobierno no había oposición a la predicación.

El pueblo de Baviera demostró muy buenas disposiciones para aceptar el cristianismo. Y pronto los templos paganos se fueron transformando en templos cristianos y apoyados por las curaciones milagrosas que hacía, los sermones de San Ruperto lograron un gran número de conversiones.

Nueva ciudad bautizada por el santo

Junto con sus misioneros fue recorriendo las orillas del río Danubio predicando y convirtiendo a miles de personas. Llegando a la ciudad de Juvavum obtuvo del gobierno el permiso de reconstruirla y cambiarle de nombre. Le puso el nombre de Salzburgo (nombre que se ha hecho después mundialmente famoso porque en esa ciudad nació el célebre músico Mozart).

En aquella ciudad construyó ocho edificios para obras religiosas y varios templos. Se fue a su tierra Irlanda y se trajo doce nuevos misioneros y convenció a su hermana Santa Erentrudes a que fundara un convento de religiosas allí, y ella y sus monjas contribuyeron mucho a propagar la religión por toda esa región.

Los compañeros de San Ruperto eran tan fervorosos que tres de ellos han sido declarados santos por la Iglesia Católica.

El santo no sólo se preocupaba por la instrucción religiosa de su pueblo sino por su progreso material. En los alrededores de Salzburgo había unas fuentes de agua salada y las hizo explotar técnicamente obteniendo sal para todas las gentes de los alrededores.

En Alemania, Austria e Irlanda se levantaron después numerosos templos en honor de este gran misionero y evangelizador, como agradecimiento por sus grandes obras.

Señor: envíanos  muchos santos misioneros que despierten la fe de nuestros pueblos y los hagan



Redacción

Braulio significa: “espada de fuego”.

Fue discípulo y amigo del gran sabio San Isidoro de Sevilla, al cual le ayudó mucho en la corrección y edición de sus libros.

Al morir su hermano Juan, que era obispo de Zaragoza, el clero y los fieles lo eligieron para que lo reemplazara.

Como obispo se preocupó mucho por tratar de que el pueblo se instruyera más en la religión y por extirpar y acabar con los errores y herejías que se habían propagado, especialmente el arrianismo, una doctrina hereje que negaba que Jesucristo sea Dios verdadero.

Tan grande era la elocuencia de San Braulio y su capacidad para convencer a quienes le escuchaban sus sermones que la gente decía: “Parece que cuando está hablando es el mismo Espíritu Santo el que le va diciendo lo que él tiene que decir”.

Los obispos de España lo encargaron de las relaciones epistolares con el Papa de Roma.

En la catedral, y en el famosísimo santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, pasaba varias horas cada día rezando con especial fervor.

Aborrecía todo lo que fuera lujo y vanidad. Sus vestidos eran siempre pobres, y su comida como la de un obrero de clase baja.

Todas las limosnas que le llegaban las destinaba para ayudar a los pobres. Y se dedicaba con mucho esmero a enseñar a los ignorantes.

Las gentes decían que era difícil encontrar en el país uno que fuera más sabio que él. Y en sus cartas se nota que había leído muchos autores famosos. Había estudiado muy profundamente la S. Biblia. Y su estilo es elegante y lleno de bondad y de amabilidad. Se afirmaba: “Braulio, siervo inútil de los santos de Dios”.

Los últimos años tuvo que sufrir mucho por la falta de vista, algo para él que era tan gran lector, era un verdadero martirio. Pero aprovechaba su ceguera para dedicarse a rezar y meditar.

Tuvo como alumno a otro gran santo: San Eugenio, obispo.



Redacción

Esta Fiesta del Señor es, a la vez, una de las fiestas más grandes de la Virgen en el nuevo calendario universal de la Iglesia. Acerca de la importancia de este día, que se celebra nueve meses antes de Navidad, escribe el Papa Pablo  VI en la Marialis Cultus (6, 37): “Para la solemnidad de la Encarnación del Verbo, en el calendario romano, con decisión motivada, se ha restablecido la antigua denominación –Anunciación del Señor-- pero la celebración era y es una fiesta conjunta de Cristo y de la Virgen; del Verbo, que se hace “Hijo de María” (Mc 6, 3), y de la Virgen, que se convierte en Madre de Dios. Con relación a Cristo, el Oriente y el Occidente, celebran esa solemnidad en las inagotables riquezas de sus liturgias, como memoria del “Fiat” salvador del Verbo encarnado que, al entrar en el mundo dijo: “He aquí que vengo a cumplir, oh Dios, tu voluntad” (cfr. Heb 10, 7).”

Innumerables obras de arte cristiano trataron de representar  el misterio incomparable que narra San Lucas y que se puede meditar con asombro bajo dos aspectos:

Primer aspecto

El oficio divino exclama: “El Verbo de Dios, engendrado por el Padre antes del tiempo, se anonadó haciéndose hoy hombre por nosotros” (1 vísperas, art. 3).

En este hecho todas las esperanzas del Antiguo Testamento, todas las miserias y gritos de la historia humana desde el pecado original, encuentran su respuesta definitiva: Dios no sólo ama al hombre, sino que se hace solidario con él, se hace íntimamente uno con él; que ningún pensamiento humano, ni de los más elevados filósofos y teólogos de todos los tiempos pasados, hubiera podido adivinar este misterio del Niño Divino en el seno de María. La Encarnación del Verbo es así el principio de toda la obra salvadora de Dios, en lo futuro hasta el fin del mundo.

El mundo se salva por Cristo Rey, por Cristo Sacerdote y por Cristo Hostia; por su Iglesia y sus sacramentos, que son la continuación de lo que se inició en la Encarnación.

También estos misterios de fe están muy por encima de toda razón humana, y serán piedra de escándalo para aquellos que no sienten necesidad de la Redención o que quieren imponer a Dios el modo como Él debería –según sus cálculos humanos y según el estilo de la vanidad humana—realizar la obra salvadora.

La segunda consideración

Por la que debemos postrarnos de rodillas el día de hoy y adorar al Señor, es el hecho de que Dios quiso ofrecer todo este plan de su infinita misericordia a la libre aceptación de una persona humana, a una jovencita que formaba parte de un pueblo pequeño y oprimido; a una pobre campesina, virgen, que delante del mundo de entonces no valía casi nada.

De este “fiat”, de este sí, depende la suerte de todos los hombres; la fidelidad absoluta a este compromiso hasta la muerte, la verdadera y libre entrega humana de la “segunda Eva”, que se asocia libremente a la obra redentora de Cristo, es causa de nuestra alegría común.

Así como Dios invitó a María, así también cada hombre es llamado para que acepte el plan divino de su vida terrestre (cfr. Ap 3, 20).

María es ideal para el diálogo salvífico de Dios con toda criatura libre, y, naturalmente, también es nuestra mejor intercesora para que el plan amoroso de Dios llegue a feliz término en nuestra vida.

¿Cómo no podemos aceptar entonces, con gratitud, la invitación del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo II a rezar diariamente la oración del Ángelus?


“Por medio de María, Dios se hizo carne; entró a formar parte de un pueblo; constituyó el centro de la historia. Ella es el punto de enlace del cielo con la tierra. Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista”.
                                                                                                                        D. P., n. 301.




Redacción

En Vástena, en Suecia, santa Catalina, virgen, hija de santa Brígida, que casada contra su voluntad, con consentimiento de su cónyuge conservó la virginidad y, al enviudar, se entregó a la vida piadosa. Peregrina en Roma y en Tierra Santa, trasladó los restos de su madre a Suecia y los depositó en el monasterio de Vástena, donde ella misma tomó el hábito monástico.

Etimológicamente: Catalina "Aquella que es pura y casta, es de origen griego."

A Catalina de Suecia o de Vadstena nació alrededor del año 1331 del matrimonio formado por el príncipe Ulf Gudmarsson y Brigitta Birgesdotter; fue la cuarta de ocho hermanos. La educaron, como era frecuente en la época, al calor del monasterio; en este caso lo hicieron las monjas de Riseberga.

Contrajo matrimonio con el buen conde Egar Lyderson van Kyren con quien acordó vivir su matrimonio en castidad; ambos influyeron muy positivamente en los ambientes nobles plagados de costumbres frívolas y profanas.

Brígida, su madre, ha tenido la revelación de fundar la Orden del Santísimo Salvador que tenga como fin alabar al Señor y a la Santísima Virgen según la liturgia de la Iglesia, reparar por las ofensas que recibe de los hombres, propagar la oración contemplativa -preferentemente de la Pasión- para la salvación de las almas.

Madre e hija se encuentran juntas en Roma. Cuando Catalina tiene planes de regresar a su casa junto al esposo, Brígida comunica a su hija otra revelación sobrenatural de Dios: ha muerto su yerno. Esto va a determinar el rumbo de la vida de Catalina desde entonces. Ante el lógico dolor y la depresión anímica que sufre, es sacada de la situación por la Virgen. Es en estas circunstancias cuando muestra ante su madre la firme disposición interna a pasar toda suerte de penalidades y sufrimientos por Jesucristo.

Las dos juntas emprenden una época de oración intensa, de mortificación y pobreza extrema; sus cuerpos no conocen sino el suelo duro para dormir; visitan iglesias y hacen caridad. La joven viuda rechaza proposiciones matrimoniales que surgen frecuentes, llegando algunas hasta la impertinencia y el acoso. Peregrinan a los santuarios famosos y organizan una visita a Tierra Santa para empaparse de amor a Dios en los lugares donde padeció y murió el Redentor.

En el año 1373 han regresado, muere en Roma Brígida y Catalina da sepultura provisional en la Ciudad Eterna al cadáver de su madre en la iglesia de san Lorenzo. El traslado del cuerpo en cortejo fúnebre hasta Suecia es una continua actividad misionera por donde pasa. Catalina habla de la misericordia de Dios que espera siempre la conversión de los pecadores; va contando las revelaciones y predicciones que Dios hizo a su santa madre.

Söderkoping es el lugar patrio que recibe la procesión en 1374 como si fuera un acto triunfal. Se relatan conversiones y milagros que se suceden hasta depositar los restos en el monasterio de Vadstena, donde entra y se queda Catalina, practicando la regla que vivió durante veinticinco años con su madre.

Un segundo viaje a Roma durará cinco años; tendrá como meta la puesta en marcha del proceso de canonización de la futura santa Brígida y la aprobación de la Orden del Santísimo Salvador. A su regreso a Vadstena, muere el 24 de marzo de 1381.

Aparte de las revelaciones que tuvo y de las predicciones sobrenaturales que hizo la santa, se cuenta de ella la finura de alma que le llevó a la confesión diaria durante veinticinco años -no por ser escrupulosa- y que consiguió la confesión arrepentida de impenitentes a punto de morir.

También se habla de luces que rodean el cuerpo inerte después de su muerte, de una estrella que pudo verse por un tiempo señalando el lugar del reposo y de luminosidades que refulgían junto al sarcófago. No es extraño que la leyenda haya querido dejar su huella intentando hacer que los sentidos descubran la magnanimidad de su alma que sólo es perceptible por lo externo. Por eso dijeron que nunca mamó la leche de la nodriza mundana mientras buscaba el pecho de su madre santa y de otras mujeres honestas. Igualmente contaron que libró a Roma de inundación entrando sus pies en el Tiber y hablaron de la liberación de una posesa.

De todos modos, los santos de ayer y de hoy, siempre han sido puntos de inflexión de la gracia para el bien de todos los hombres.

Fecha de canonización: Culto confirmado por el Papa Inocencio VIII el año 1784.



Redacción

Toribio Alonso de Mogrovejo era de la pequeña población de Villaquejida, según algunos biógrafos, y según la mayoría de ellos era de Mayorga, provincia de León, España. Nació el 18 de noviembre de 1539.

Primeramente estudió en Valladolid, después en Salamanca y por último en el Colegio del Salvador de Oviedo. El año de 1573 obtuvo la licenciatura en derecho. Fue después profesor de leyes en la Universidad de Salamanca. Siendo todavía estudiante, repartió parte de su fortuna entre los pobres.

En 1575, a sólo dos años de haber empezado a ejercer su oficio, fue nombrado por Felipe II para presidir la inquisición de Granada, aunque era entonces un simple laico. Durante cinco años desempeñó el cargo de inquisidor a satisfacción de todos, demostrando un gran espíritu de caridad y un celo extraordinario. Tan bien lo hizo, que pronto fue propuesto para arzobispo de Lima, región de América muy necesitada de buenos obispos. Toribio opuso tenaz resistencia a este nombramiento. El rey insistió y, al fin convencido el inquisidor por las razones que le dieron y movido por la gracia divina, resolvió aceptar el puesto y ordenarse de sacerdote.

Después de recibida la consagración episcopal, Toribio se embarcó hacia el Perú y llegó a Lima el año de 1581. Tenía 42 años de edad.

Lima, la capital del virreinato, constituía el centro político y espiritual de Sudamérica. En 1541 había sido erigida como sede episcopal. Desde el 11 de febrero de 1546 formaba la cabeza de la provincia eclesiástica, desde Panamá hasta el Río de la Plata. En su jurisdicción se hallaban las diócesis de Cuzco, Cartagena, Quito, Popayán, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa. Los puntos extremos de norte a sur distaban cinco mil kilómetros, y su área abarcaba cerca de seis millones de kilómetros cuadrados.

La enorme magnitud de su arquidiócesis (18,000 millas), los abusos de algunos conquistadores, las injusticias para con los indígenas, las continuas querellas entre los españoles y la irreligiosidad de muchos clérigos, fueron las principales dificultades con que tropezó Toribio al hacerse cargo de su oficio. A todo se sobrepuso el arzobispo, trabajando con paciencia y tenacidad como el gran restaurador de la disciplina eclesiástica. Su principal intento fue implantar las reformas propuestas por el Concilio de Trento, celebrado hacía poco tiempo (1545-1563).

Recorrió tres veces toda su arquidiócesis, casi siempre a pie; bautizó y confirmó a unos 500,000 infieles. Su segundo recorrido duró seis años. Se le acusó ante Felipe II de estar ausente mucho tiempo de la sede episcopal, cosa que corrigió inmediatamente. Construyó caminos, escuelas y hospitales. En 1591 fundó el primer seminario conciliar de América del Sur.

Predicaba a los indígenas en su propia lengua. Convocó 13 sínodos diocesanos y 3 concilios provinciales. Entre aquellos a quienes confirió el sacramento de la Confirmación, se cuentan Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y el Beato Francisco Macías.

Decía Misa todos los días y, siguiendo las ideas teológicas de entonces, se confesaba cotidianamente con su capellán. Se preocupaba de una manera especial por los pobres. Defendió con valentía los derechos de la Iglesia. Amabilísimo y humilde con todos, mostraba excepcional energía en los negocios eclesiásticos, aún cuando tuviera que oponerse a beneméritos religiosos.

Cuando contaba con 68 años de edad cayó enfermo en Pacamayo, al norte de Lima, mientras hacía la visita pastoral. Conociendo que le llegaba su fin, regaló sus objetos personales a sus criados y el resto de sus propiedades a los pobres. Pidió que lo llevaran a la iglesia y allí recibió el Viático, y después la Unción de enfermos en la casa parroquial; a las palabras del salmo “Iremos a la casa del Señor”, entregó su espíritu el día 23 de marzo de 1606.

Sus restos fueron llevados a Lima el año siguiente. Inocencio XI lo beatificó en 1679. Benedicto XIII lo canonizó en 1726. Benedicto XIV lo comparó con San Carlos Borromeo y le dio el nombre de “reformador de las costumbres y gran propagandista del amor”.






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Epafrodito parece haber nacido en Filipos. Había ido a Roma, donde Pablo estaba cautivo, para llevarle una nueva colecta de parte de los filipenses.

Allí cayó enfermo de cuidado, pero Dios tuvo misericordia de él y no quiso añadir tristeza sobre el alma de Pablo.

Los mismos filipenses, al saber que su emisario había estado enfermo, ardían en deseos de volverlo a ver, por lo que Pablo no dudó en separarse de su amado colaborador y lo despidió con una carta para los fieles de Filipos.

En la carta, Pablo rogaba a sus queridos neófitos que recibieran a su compatriota con toda alegría en el Señor, ya que para realizar la misión que le habían encomendado se había visto al borde de la muerte.

Entregaba su vida para suplir los cuidados que los filipenses no le podían dar. Fuera de este auténtico testimonio, no se posee otros detalles de la vida de Epafrodito; sin embargo, el Martirologio Romano señala que "luego fue Obispo de Terracina, enviado por San Pedro cuando éste estuvo en Roma, y donde bautizó a un buen número de conversos, dejando allí como obispo a Lino y partió a Terracina donde consagró a Epafrodito".





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La Diócesis de Zacatecas, consciente de la situación de emergencia sanitaria que estamos viviendo, ha decidido suspender la celebración pública de la Eucaristía a partir del domingo 22 de marzo (IV Domingo de Cuaresma) hasta que pase la emergencia sanitaria.

Por lo que nuestra parroquia transmitirá en vivo la Celebración Eucarística el domingo a las 8:00 PM y de lunes a sábado a las 6:00 P.M., les invitamos a que sea por este medio por el que continuemos participando de los misterios de Nuestro Señor Jesucristo.

La transmisión se hará desde la página de Facebook: Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

A todos los fieles les recordamos que tomen las medidas necesarias de higiene, prevención y cuidados que nos han hecho las autoridades sanitarias.

#ModoSinodo



Redacción

“Afortunadamente cuento con un Amigo que no se separa de mí en ningún momento y es él quien me brinda apoyo en los momentos difíciles. Con su ayuda, nada me es pesado. ¡Cómo agradezco a Cristo el haberme señalado, a través del ejemplo de su propia vida, el sendero que ahora recorro!” Así escribió en una carta a su madre el joven trabajador francés Marcel Callo, que murió de inanición en el campo de concentración de Mauthausen (Austria) el 19 de marzo de 1945.

Marcel Callo nació el 6 de diciembre de 1921 en Rennes y fue el segundo de nueve hijos. La familia era pobre, el padre trabajaba en el pueblo; la madre, como sirvienta con algunas familias.

Marcel era lo que llaman los franceses un “auténtico bretón” terco y enérgico. El no permitió que sus talentos se desenvolviesen sin dirección alguna. El muchacho necesitó años para dominar su temperamento. A ello le ayudó mucho la responsabilidad que tuvo dentro de la Juventud Obrera Católica. De día Marcel trabajaba de impresor en una editorial, y no guardó secreto respecto a su convicción católica. “Él tuvo sólo una cara, y ésta cara de cristiano la mostró por doquier”, afirmó uno de sus amigos.

En 1940 Francia fue ocupada por las tropas alemanas. El compromiso de Marcel con la Juventud Obrera Católica (JOC) se vio por primera vez pública. Durante la Cuaresma del año 1941, gracias a la labor de Marcel muchos jóvenes encontraron nuevamente el camino hacia la Iglesia. En una junta de sacerdotes, el párroco de Marcel decía a los padres del decanato presentes: “A cada párroco de la Bretaña deseo un Marcel Callo”.

En todo lo que emprendía Marcel no sólo mostró valor, sino también fantasía. El y sus compañeros de la JOC dedicaron su tiempo libre al “centro de recepción” del ferrocarril de Rennes, a donde llegaban miles de refugiados. Allí buscó obtener contacto con sus paisanos que habían sido llevados a Alemania para efectuar trabajos forzados. Durante estos fugaces contactos, Marcel y sus compañeros “perdieron” una y otra vez sus brazaletes con el emblema de la Cruz Roja. Discretamente los ponían en los brazos de los jóvenes que peligraban ser deportados a Alemania. Con este brazalete valían como ayudantes de la Cruz Roja y podían subir a cualquier vagón que los llevara a la libertad. En el centro de recepción se sospechaba respecto de la pérdida de tantos brazaletes, pero no se enteraron del truco.

Esto señala lo fácil que hubiera sido para Marcel salvarse de su propia deportación. El 19 de marzo de 1943 fue enviado a un campo de trabajo forzado en Zella-Mehlis, Turinga. Marcel vio en el evento una misión apostólica. “Para ayudar a los demás a aguantar, me voy a Alemania. Me voy como prisionero y no como preso.” Durante su reducido tiempo libre en el campamento, Marcel luchó contra la despersonalización y la desesperación de los compañeros.

Allí fundó un club de teatro, un club deportivo, organizó discursos y meditaciones. También buscó a escondidas contactos con la Asociación de Juventud Obrera Alemana (CAJ). Para afianzar  su lealtad hacia Cristo, Marcel se obligó a un riguroso programa de vida espiritual. El preso voluntario fue el líder indiscutible para los mil adolescentes del campamento.

El 19 de abril de 1944, la Gestapo arresta a Marcel después de haber recibido aviso de un traidor en el sentido de que Marcel significaba sostén religioso para sus camaradas. Su amigo Joel Poutret relata: “Yo tuve  el turno nocturno de vigilancia y me encontraba en la barraca cuando entró Marcel a eso de las 23 horas. “¿Qué hay, Marcel, estás enfermo?” “¡Estoy arrestado!”, me respondió. Un policía de la GESTAPO entró tras Marcel y se dirigió a su closet para confiscar sus libros. “¿Por qué arresta usted a mi compañero?” “Este señor es demasiado católico”, contestó. Entonces se llevaron a Marcel a la prisión de Gotha. La última carta de su madre logró esconderla en sus zapatos.”

Durante medio año permaneció Marcel en custodia de la guardia nazi (SS). En una ocasión recibió una gran alegría cuando alguien logró introducir a su celda la Sagrada Comunión. El 5 de octubre de 1944 Marcel fue trasladado al campo de concentración de Buchenwald, pero a causa de un bombardeo sobre la ciudad, el transporte tuvo que ser desviado hacia Hof y luego a Mauthausen en Austria.

A través de testigos oculares, se llegó a saber algo respecto a este infierno. Marcel recibió en cuatro ocasiones latigazos tan brutales, que su vida peligraba. Su jornada de trabajo era de 14 horas. El único alimento al día no merecía el nombre de comida. El día de su muerte, 19 de marzo de 1945, tenía la edad de 23 años.

En la fiesta de San José de 1943 empezó voluntariamente su Via Crucis; dos años más tarde, también en la fiesta de San José, terminó su vida ejemplar en la tierra.

Fue beatificado en Roma el 4 de Octubre de 1987.



Redacción

Hay en los Evangelios dos genealogías de San José, una en San Mateo (4, 1-16) y la otra en San Lucas (3, 23-38). No pretenden presentar un registro histórico completo de ascendencia, sino que las dos quieren probar lo esencial para la vocación de San José: que era “hijo de David” y que era “el esposo legal de María, de la cual nació Jesús” (Mt 1, 16).

La gran bendición, prometida en la Antigua Alianza a David y a su descendencia (II Sam 7, 12), se realiza en este obrero de Nazaret, que transmitió a Jesús el derecho a la herencia de David y que, por ley, impone el nombre al niño nacido de María.

La Biblia nos cuenta pocas escenas de la vida de José y María y de la convivencia de ambos con el Niño Dios; pero la Biblia no satisface ciertas curiosidades que quieren penetrar, sin reverencia, en la esfera privada de la Sagrada Familia y analizar todo bajo un supuesto control técnico y psicológico.

La Sagrada Escritura nos dice lo más importante de San José: que ante los ojos de Dios era hombre justo y santo. San Mateo (1, 19) relata cómo José ya siendo novio comprometido con María, sin reclamar, sin gritar, sin hacer oír su voz por las calles, pensó despedirla, porque aparentemente había cometido una falta grave.

Dios le exige a José una fe como la de Abraham, la fe en el milagro, que le obliga a superar sus propios criterios y sus legítimas esperanzas de hombre. La manifestación del ángel: “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1, 20) significaba para José la aceptación y transformación de su vida humana en ofrenda permanente a Dios.

Por gracias muy especiales vemos cómo en el curso de los acontecimientos siguientes José presta siempre una obediencia a la fe, inmediata e incondicional, que se levanta contra toda clase de obstáculos, una obediencia silenciosa y humilde, que convierte a este hombre en uno de los santos más grandes del Nuevo Testamento.

Durante los años que vivió en Nazaret, José introdujo al Niño Jesús en las costumbres civiles y religiosas de su tiempo. En su crecimiento humano, Jesús aprendió de José el rezo diario en el hogar y el rezo comunitario en la sinagoga de Nazaret. Recordemos que Jesús, María y José, las personas más sagradas de la tierra, alaban a Dios con los mismos textos sagrados de los Salmos que nosotros.

Jesús aprendió de José, pero también José aprendía cada vez más de Jesús. José experimentó en su vida lo mismo que decía Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca y que yo venga a menos”. (Jn 3, 30).

Se deben mencionar dos grandes falsificaciones de la vida de San José: la primera se realizó en la literatura apócrifa, por medio de leyendas primitivas que no vale la pena mencionar; la segunda, ha llegado hasta nuestros días en gran parte por las manifestaciones del arte cristiano, que nos han presentado a José de avanzada edad o de dudosa virilidad.

La grandeza de este hombre estriba, precisamente, en su libre cooperación a la misión especial que Dios le había confiado, como hombre normal, en la edad normal de un obrero judío que se prepara para llevar una digna existencia humana. Desde los tiempos de Cristo, la incomprensión de los hombres se cebó ante el misterio y la grandeza de San José.

La liturgia tardó muchos siglos en darle un sitio apropiado a su dignidad. Entre los santos que promovieron su devoción figuran: San Bernardo de Claraval, Santa Teresa de Ávila y San Francisco de Sales.

El Papa franciscano Sixto IV introdujo su fiesta en el calendario de la Iglesia en 1479. Desde 1919 tenemos el prefacio de San José. El Papa Pío XII declaró, en 1956, el 1º de mayo como fiesta universal en honor de San José Obrero. El Papa Juan XXIII hizo que se añadiera su nombre en el Canon romano y casi lo declaró como “santo ecuménico” al recibir a un grupo de peregrinos judíos, presentándose a ellos con las palabras: “Soy José, vuestro hermano”.

En las letanías dirigidas a San José podemos encontrar una fuente de profunda meditación sobre su vida y virtudes.

“El Hijo de Dios, el Verbo encarnado, durante 30 años de su vida terrena permaneció oculto; se ocultó a la sombra de José.
Al mismo tiempo, María y José permanecieron escondidos en Cristo, en su misterio y en su misión. Particularmente José, que –como se puede deducir del Evangelio—dejó el mundo antes de que Jesús se revelase a Israel como Cristo, y permaneció oculto en el misterio de aquel a quien el Padre celestial le había confiado cuando todavía estaba en el seno de la Virgen, cuando le dijo por medio del ángel: “No temas recibir en tu casa a María, tu esposa” (Mt 1, 20).
Eran necesarias almas profundas –como la de Santa Teresa de Jesús—y los ojos penetrantes de la contemplación, para que pudieran ser revelados los espléndidos rasgos de José de Nazaret: aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza.”
                                                                                     Juan Pablo II, Catequesis, 19 de marzo de 1980.



Redacción

De la juventud de Cirilo no sabemos mucho. Probablemente nació cuando el Edicto de Milán devolvió a la Iglesia, en 313, la libertad. Su estilo cultivado de predicar y escribir hace suponer que había recibido excelente formación literaria.

Hacia el año 350, fue consagrado obispo de Jerusalén. Era creencia general que, entre los escombros de la ciudad destruida, en el sitio donde había estado la casa en la que Jesús y sus discípulos celebraron la Última Cena, se había construido un templo cristiano, que fue escogido por Cirilo para predicar su famosa Catequesis sobre los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.

El siglo IV fue la época en la que se desarrollaron las más encarnizadas luchas teológicas sobre la divinidad de Cristo y el misterio de la Santísima Trinidad. En esas discusiones Cirilo expuso su posición. Acusado falsamente de inclinarse a la herejía del arrianismo, fue expulsado de su sede episcopal. Tres veces tuvo que abandonar la “Ciudad Santa” por las intrigas de sus adversarios, tanto clericales como políticos. De sus 38 años de episcopado, pasó 16 en el destierro.

A partir del año 378 presidió su diócesis de Jerusalén, de la cual escribía Gregorio de Nisa en el mismo año: “En esa mal llamada “Ciudad Santa” no hay crimen como el robo, el asesinato y las calumnias de herejías, que no se encuentre.”

A pesar de tantos sufrimientos, Cirilo se mostró siempre un obispo pacificador, piadoso y lleno de amor a sus adversarios; jamás los atacó o insultó, sino todo lo contrario, siempre los quiso traer al amor de Cristo.

En el Concilio de Constantinopla, del 381, se le aplaudió por su heroísmo y sus declaraciones: “El error presenta muchas formas; la verdad, una sola cara.”  Debemos observar, además, que nuestro santo evitó el error de algunos teólogos de entonces: el menosprecio del cuerpo humano y del matrimonio. Apoyándose en la Sagrada Escritura, San Cirilo encontró la verdadera armonía de todos los valores naturales y sobrenaturales.

En su Catequesis es notable su reverencia a la Eucaristía. Sobre  las personas que recibían a la Eucaristía en la mano, y entre las cuales algunas lo hacían con poco respeto, San Cirilo escribió lo que hoy vale al pie de la letra: “Hagan de su mano izquierda como un trono en que se apoye la mano derecha que ha de recibir al Rey; santifiquen luego sus ojos con el contacto del Cuerpo Divino y comulguen; no pierdan la menor partícula.”

Podemos decir, como conclusión, que al lado de los grandes teólogos que ilustraron el misterio de la Santísima Trinidad, como San Hilario, San Anastasio, San Agustín, etc., figura ciertamente San Cirilo, obispo de Jerusalén, el cual practicó plenamente el mandato de Cristo: “Id y enseñad” (Mt 28, 18).

“El esposo llama a todos sin distinción, ya que su gracia es amplia y liberal; la fuerte voz de sus pregoneros convoca a todos; pero él discierne luego a los que han entrado en aquel banquete de bodas, figura del bautismo.
Que no suceda ahora que algunos de los que han dado su nombre para ser bautizados, llegue a oír aquellas palabras: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de bodas?”
Cada uno de nosotros comparecerá ante Dios, en presencia de un innumerable ejército de ángeles. El Espíritu Santo sellará sus almas como elegidos, para formar parte de la milicia del gran rey.”
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 3. 1-3; PG 33, 426-430.



Redacción

En atención a las recomendaciones emitidas por la Diócesis de Zacatecas ante la contingencia sanitaria por la que atravesamos en el país (CORONAVIRUS), la Parroquia del Perpetuo Socorro, en la ciudad de Zacatecas, hace del conocimiento de la comunidad parroquial lo siguiente:

ACTIVIDADES SUSPENDIDAS 

a partir del 20 de marzo y hasta nuevo aviso

- Catequesis infantil
- Pláticas para el Sacramento del Bautismo
- Formación pastoral
- Formación litúrgica


ACTIVIDADES QUE PERMANECEN 

con las medidas sanitarias recomendadas por las autoridades del gobierno en materia de salud.

- Celebración Eucarística diaria de 8:00 A.M. y 7:00 P.M.
- Celebraciones Eucarísticas dominicales
- Hora Santa de los jueves a las 6:00 P.M.





Redacción

Es un hecho providencial que los irlandeses tengan como su canto y misionero más grande a un hombre que nació en Inglaterra. Fue bautizado y educado como católico hasta la edad de 16 años.

En este tiempo fue raptado, con muchas otras personas, por piratas irlandeses todavía paganos. Fue vendido como esclavo y tuvo que trabajar como pastor; sin embargo, Patricio ofreció los seis años penosos de su juventud, a Dios.

Por entonces logró huir y llegar otra vez a Inglaterra. Sentía el llamamiento de Dios para dedicar su vida como misionero en esa “Isla Verde”, cuyos habitantes consideró como sus futuros hermanos en el amor de Cristo, ya que conocía perfectamente su lengua y sus costumbres.

Aceptado por el obispo Germanus, de Auxerre (Francia), fue ordenado y unos años después consagrado “obispo misionero” de Irlanda.

Durante 30 años se dedicó a la evangelización de aquel pueblo, a pesar de que algunos fanáticos paganos y sus hechiceros trataron de matarlo varias veces.

Su arma era caminar sin armas por este mundo, fundar comunidades de vida monástica y convertir ante todo a los hijos de los príncipes, quienes eran después sus mejores cooperadores.

Diariamente trató de ofrecer a Dios el rezo de los 150 salmos que figuran en el breviario de los sacerdotes, durante todo un mes. Ofrecía a Dios penitencias voluntaria a favor del pueblo irlandés, que finalmente desarrolló una fe tan arraigada, que no ha podido ser quebrantada por todo el poder de la persecución inglesa –muy larga, cruel y discriminatoria-. Muchos misioneros y emigrantes han llevado desde Irlanda la fe católica a los Estados Unidos, a Australia y a varias regiones de misión.

El éxito del catolicismo en los Estados Unidos no se puede explicar sin la abnegación y el heroísmo de los inmigrantes irlandeses, seglares, sacerdotes y religiosos. Por eso la fiesta de San Patricio se identifica con la fiesta del catolicismo en los Estados Unidos de Norteamérica.

Iglesia y pueblo forman en Irlanda una admirable unidad que ciertamente vencerá las acciones terroristas de un pequeño grupo desobediente a sus pastores y apoyado por grupos terroristas del extranjero.

“Cuando el sucesor de Pedro se encuentra por primera vez en tierra irlandesa, en el suelo de Armagh, no puede dejar de recordar la primera venida aquí, hace más de mil quinientos años, de San Patricio. Desde el día en que fue pastor de Slemish, hasta su muerte en Saul, Patricio fue un testigo de Jesucristo. No muy lejos de aquí, en la colina de Slane, se dice que él incendió por primera vez en Irlanda el fuego pascual, de tal manera que la luz de Cristo ha iluminado a Irlanda entera y ha unido al pueblo entero en el amor del único Jesucristo.
“Que yo permanezca fiel hasta el fin de mi vida a la luz de Cristo”. Esta era la  oración de San Patricio. “Que el pueblo de Irlanda permanezca fiel a la luz de Cristo”. Esta era su oración constante por los irlandeses.”  Juan Pablo II en Irlanda, 29 de septiembre de 1979.



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Clemente fue el noveno de los 12 hijos de un carnicero. Nació en Moravia, Austria, en 1751.
A los siete años muere su padre. Después del funeral, la mamá le presenta un crucifijo y le dice: “Jesucristo será tu padre. Debes tener mucho cuidado para no ofenderlo con pecados”.

Vocación contrariada

Quiere ser sacerdote. Seis veces lo intenta y las seis veces tiene que desistir. Varias por pobreza, y otras por oposiciones de diversas clases. A los 15 años trabaja como panadero. Se va a colaborar en la panadería de un convento y el superior entusiasmado al ver su gran heroísmo por ayudar a los necesitados, lo ayuda a estudiar para el sacerdocio. Pero muere el superior y el joven estudiante queda otra vez desamparado.

Un encuentro providencial

A los treinta años un día ve que dos señoras en pleno aguacero están necesitando una carroza para dirigirse a su casa, y él se ofrece apara ir a conseguirla. Y este favor muy oportuno lo llevó a realizar el deseo de su corazón, pues las dos señoras que eran muy ricas, al saber que él deseaba ser sacerdote pero que no tenía con qué costearse los estudios, se encargaron de correr ellas con los gastos de su seminario. Y así a los 34 años llegó al sacerdocio.

Redentorista y casi segundo fundador

Enseguida se fue a Roma y allá supo que había una comunidad religiosa recién fundada y sumamente fervorosa: los Padres Redentoristas. Pidió ser admitido allí, y el mismo fundador, San Alfonso de Ligorio, lo recibió muy gozoso. Y sucederá que más tarde a San Clemente lo llamarán “El segundo Fundador de los Redentoristas”, porque será él quien extenderá esa Congregación por el norte de Europa.

Éxitos apostólicos en la capital de Polonia

El Padre Clemente fue enviado por sus superiores a Varsovia, la capital de Polonia, y allí empezó a conseguir éxitos admirables. El templo que le asignaron se llenaba cinco veces por día (y su capacidad es de mil personas). Las ceremonias y el culto eran tan atrayentes y solemnes, que hasta los no creyentes asistían con gusto. Cada día se predicaba allí cinco veces: tres en polaco y dos en alemán. Y diariamente se celebraban tres misas solemnes con orquesta.

Los muchos miles de alemanes que había en Varsovia llevaban tiempo sin quién les celebrara y les predicara en alemán, y hasta estaban asistiendo a centros protestantes. Ahora empezaron a llegar en grandes grupos a las celebraciones del Padre Clemente y de los otros padres redentoristas.

El santo no se negaba a ningún gasto, aunque fuera muy costoso, con tal de que las ceremonias religiosas resultaran lo más solemnes posibles. Y esto atraía muchos fieles y fue la causa de muchísimas conversiones.

Aunque eran tiempos en que los herejes jansenistas andaban diciendo a todos que nadie debía comulgar más de una vez por año o por mes, sin embargo San Clemente logró que en su templo las comuniones llegaran a 104,000 en un solo año.

Durante nueve años predicó sin cansancio y fueron muchísimos los católicos indiferentes y los protestantes y hasta los judíos que se volvieron fervorosos católicos. Y además las vocaciones llegaban en número impresionante.

Educador y benefactor

Las continuas guerras habían dejado a las gentes pobres en la más tremenda miseria. Entonces San Clemente fundó orfanatos para recoger y educar gratuitamente a la juventud desamparada. Uno de 300 varones y otro de 200 niñas.

Una respuesta admirable: Un día cuando él pasaba de tienda en tienda buscando ayudas para sus niños pobres, al pedirle limosna a un jugador de cartas en una taberna, éste lo insultó y lo escupió en la cara. El santo sacó el pañuelo, se limpió y le dijo amablemente: “Caballero: esto fue un obsequio personal para mí. ¿Ahora me quiere obsequiar algo para los pobres del niño de Jesús?”. Aquel hombre se sintió confundido y en adelante fue amigo y ayudador del gran apóstol, a quien escogió como confesor y director espiritual.

Preso sigue haciendo conversiones

Napoleón mandó suprimir la Comunidad Redentorista. El Padre Clemente fue llevado con sus compañeros redentoristas a la cárcel, sacándolo la policía de su propio templo, mientras estaba confesando. Pero en la cárcel era tanto el gentío que llegaba a pedir consejos y a oír hablar de Dios, que la policía tuvo que soltarlo, para que no  convirtiera a tantos pecadores. Fue expulsado del país.

San Clemente vuelve a su patria, Austria, y llega a la capital, en un viaje de muchos días a pie, y después de haber sido apresado varias veces en el camino por los agentes del gobierno. En Viena lo reciben con cuatro días de cárcel, pero luego lo dejan en libertad. Allí trabajará incansablemente los últimos 12 años de su vida.

Un predicador especial

El Sr. Arzobispo lo nombró capellán de las monjas Ursulinas de Viena. El primer domingo asistieron a su predicación solamente seis personas. Pero al domingo siguiente las monjas ven con admiración que la iglesia está totalmente llena. Su predicación era algo totalmente nuevo para aquella ciudad.

Los demás predicaban vaguedades

Clemente habla claramente de la Iglesia Católica y no tiene ningún miedo en defenderla. Otros se callan cuando hay que hablar francamente a favor de la Virgen María, del Sumo Pontífice, de la frecuente confesión y de comulgar más frecuentemente. El habla de frente y sin miedos ni rodeos y esto le atrae cada domingo una mayor cantidad de oyentes.

Clemente durante toda su vida de predicador tuvo una cualidad muy especial: hablar con mucha sencillez, como para que lo entendiera el pueblo ignorante. Y esta sencillez agradaba también a los muy instruidos. Así que el grupo más numeroso entres sus oyentes, después del pueblo humilde, era el de los universitarios, artistas y profesores.

La gente exclamaba al escucharlo: “Parece al hablar, que él hubiera estado allí presente de testigo en el momento en que sucedieron los hechos de la Biblia que nos va narrando”. Pero lo que más oyentes le atraía no era el gusto de oírle hablar tan sabrosamente, sino el hecho de que los oyentes volvían a su casa transformados. Sus sermones no los dejaba en paz con sus pecados ni les permitían quedarse paralizados en su ascenso hacia la santidad. Cada sermón que se le escuchaba a San Clemente era como una oleada de fervor que inundaba el alma.

Una señora le dijo un día escandalizada: ¿Uf, qué diría la gente si yo, la esposa de semejante señor tan conocido me dedicara a comulgar frecuentemente? Y el santo le respondió: “Piense más bien, ¿qué dirá la gente si Ud., la esposa de un señor tan conocido, se condena eternamente? Y esa respuesta la hizo estremecer y cambiar.

Prohibición de predicar

Los enemigos y los envidiosos acusaron al padre Clemente de ser demasiado amigo del Sumo Pontífice en sus sermones. A su predicación nunca faltaba un numeroso grupo de policías y detectives enviados por el gobierno. Unos se convertían pero otros lo acusaban. Y entonces llegó el decreto que mucho lo iba a hacer sufrir. Se le prohibía predicar. Querían expulsarlo del país, pero el Papa y el Arzobispo intercedieron ante el emperador, y éste, en una entrevista privada, le prometió al santo que no permitiría su expulsión.

Confesor extraordinario

Entonces se cumplió lo que San Clemente repetía muy frecuentemente: “Lo que Dios permite que nos suceda, aunque a nosotros nos parezca que es para nuestro mal, al fin resulta ser para nuestro bien”. Su expulsión de Polonia sirvió para que llegara a ser el gran apóstol de Viena. Y la prohibición de predicar sirvió para que se dedicara con gran provecho a confesar, y a atender a los enfermos. Esto no se lo podían prohibir y aquí obtuvo prodigios.

Su confesionario llegó a ser una fuente de influencia tan poderosa en muchísimos penitentes, que fue llamado “El apóstol de Viena”. Horas y horas pasaba en su confesionario absolviendo e impartiendo dirección espiritual. Y hasta personas que ocupaban altos puestos llegaban a ser dirigidos por él. La ciudad de Viena y su universidad recibieron su benéfico influjo que las fue transformando.

Visitador de moribundos

San Clemente visitó más de 2000 moribundos. Cada noche lo veían envuelto en un manto negro y con una linterna en la mano recorriendo aun los más lejanos barrios para visitar, consolar, confesar y ayudar a bien morir a cuanto enfermo lograba encontrar.

Repetía frecuentemente:
Si desde mi habitación hasta la habitación del enfermo alcanzo a rezar un rosario, ya puedo estar seguro de que se confesará, comulgará y terminará santamente sus días”. 
Un día las monjas lo ven muy preocupado buscando algo que se le ha perdido.  “Busco mi arma de combate. Busco la llave que abre todas las puertas”. Al fin una monjita le dice: ¡Yo me encontré esta camándula! Y el santo muy alegre le responde: “Gracias, gracias: esa es el arma que me consigue victorias, mi Rosario”.

Un caso raro

Un día ante un moribundo que se negaba a confesarse y a comulgar, se quedó de pie frente a él y le dijo: “Voy a mirar cómo es que se muere uno que se va a condenar”. El enfermo se impresionó al oír esto, y arregló los problemas de su alma y recibió los sacramentos y murió con señales de arrepentimiento y fervor.

Apóstol de la juventud

Una de sus mayores y más fuertes maneras de influir en Viena fue el haber fundado un Colegio Católico. Allí formó muchísimos líderes que después supieron defender nuestra religión en el parlamento, en la prensa y el gobierno. Clemente reunía universitarios, artistas, y gentes influyentes y les daba instrucción religiosa. Los entusiasmaba por el rezo del rosario y los animaba a hacer apostolado cada uno en el medio donde vivía. Esto produjo un despertar religioso en toda la ciudad.

Varios de sus discípulos fundaron periódicos católicos, otros se oponían fuertemente en la Universidad a los que atacaban a la religión católica, y buen número de ellos fue formando un partido católico que más tarde será una fuerza poderosa que defenderá a la religión.

Un escritor llegó a decir: “Los tres que más han influido últimamente en nuestra patria son: el emperador Napoleón, el poeta Goethe y el Padre Clemente”.

Orden de destierro y partida para la eternidad

Los enemigos obtuvieron que el gobierno dictara orden de destierro. Clemente aguarda y se niega a cumplir inmediatamente la tal orden tan injusta. Pero en ese tiempo el emperador va a visitar a Roma y el Santo Padre, el Papa, le habla  de tal manera a favor del santo que de Italia llega luego una orden imperial mandando que no se cumpla el decreto de destierro.

Y el 15 de marzo de 1820 nuestro santo entrega su alma plácidamente a Dios. Deja 32 novicios a su Congregación. Al día siguiente de su muerte, el 16 de marzo, el día de su entierro, llega la orden del emperador aprobando que en Austria se extienda la Comunidad de Redentoristas. Se cumple así lo que el santo había anunciado: “Tengamos paciencia y confianza en Dios, que después de mi muerte, la Congregación se extenderá por nuestra nación” y así sucedió.

San Clemente apóstol: ayúdanos a formar muchos apóstoles seglares que defiendan y extiendan nuestra santa religión.




Redacción

A fines del siglo XVI la situación religiosa en Francia era lamentable. En este tiempo, en Alemania el protestantismo perdía terreno por obra de la Contrarreforma, en España la mística alcanzaba sus más altas cimas y en Italia se apagaba la bacanal del Renacimiento con una floración de nuevos santos. La situación de la Iglesia de Francia era diferente. Los obispos tuvieron bastante dificultad para sobrevivir a las guerras de religión, sin tiempo para aplicar las reformas y remedios ordenados por el Concilio de Trento.

Al subir al trono francés  Enrique IV, se consiguió la paz. Bajo el vigoroso impulso de este monarca y de su ministro Sully, el país conoció un notable mejoramiento de la situación. Llegaron de España a París nuevas comunidades religiosas: jesuitas, carmelitas, capuchinos y oratorianos. Además de la santidad de los claustros, la Iglesia de Francia intentó una mayor santificación del clero y de los seglares.

Se formaron centros de espiritualidad, pero no para aislarse en estériles discusiones. La piedad no se redujo a la devoción interior: se organizaron obras de caridad para remediar la miseria de las clases populares. El catolicismo de Francia se renovó por el ejemplo de algunos hombres y mujeres de gran santidad, entre ellos la señora Acarie en el Carmelo, Sor María de la Encarnación, Francisco de Sales, Juana Francisca de Chantal, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac.

Luisa de Marillac nació el 12 de agosto de 1591, quedando huérfana de madre en la más tierna edad. Su padre, hombre de extraordinaria inteligencia y de gran virtud, no omitió medio para que su hija recibiera una educación esmerada: literatura, arte, filosofía, e incluso el latín, fueron base de sus estudios. Al mismo tiempo aprendió los oficios de su propio sexo.

A los 15 años perdió también a su padre y se desposó después con Antonio Le Gras, secretario de la reina María de Médici, dando ejemplo de un matrimonio ideal. Cuando el señor Le Gras en 1625 murió santamente en brazos de su esposa, ella no pensó más que en consagrarse del todo a Dios.

La viuda fue colaboradora eficacísima de San Vicente de Paúl. Ella supo poner la nota femenina en sus obras de caridad. Vicente había fundado ya las Cofradías de la Caridad, una asociación de damas al servicio domiciliario de los pobres. La visita a los pueblos y aldeas le hicieron ver a Luisa otra enorme deficiencia; la falta de instrucción y educación en niñas y jóvenes.

Ya no bastaban las “Cofradías de la Caridad” sin organización. Luisa encontró colaboración valiosa en Margarita Nassau, aldeana que había aprendido a leer sola. Otras jóvenes siguieron los pasos de Margarita y en 1633 Luisa recibía a las cuatro primeras hermanas y así comenzó el grupo, hasta que se convirtió en un verdadero noviciado.

A partir de entonces la bola de nieve se transforma en alud arrollador. Realizaron visitas a hospitales que estaban espantosamente abandonados. Luego vendrían obras como la asistencia y cuidado de los niños  huérfanos de París, de los abandonados en calles, parques y puertas de iglesias.

En ese tiempo en París niños abandonados morían de hambre, o eran mutilados para usarlos como instrumento para pedir limosna. Luisa fundó además asilos de ancianos: a los hombres les ocupó en diversos oficios, a las mujeres las dedicó a hilar. Posteriormente fundó otro establecimiento, “Las Casitas”, donde acogió a locos y enfermos mentales. No hubo dolencia, desgracia ni miseria, material o espiritual, que no fuera remediada por Luisa y su obra.

En 1655, después de 20 años de labor, Vicente y Luisa presentaron una instancia al arzobispo de París; con base en esta petición se erigió la Congregación de “Hermanas de la Caridad”.

 Asombra pensar que Luisa de Marillac, de constitución débil pero espíritu fuerte, tuviera tiempo de escribir cientos de cartas y resumir numerosas conferencias de San Vicente; hizo extractos de sus meditaciones y ejercicios espirituales, hasta formar tres volúmenes de 1,500 páginas con sus obras completas.

Las Hermanas de la Caridad son hoy unas 45,000 extendidas por todo el mundo, en más de 4,000 casas. La casa matriz se encuentra en el número 140 de la Rue du Bac de París y allá mismo está el sepulcro de Luisa.

Cuando en 1660 entregó su alma al Creador, tras una dolorosa enfermedad, no tuvo el consuelo de que San Vicente la asistiese, pues también él estaba enfermo. No obstante le envió este sencillo recado: “Usted va adelante, pronto la volveré a ver en el Cielo.” Luisa falleció el día 15 de marzo de 1660. Vicente de Paúl murió el 27 de septiembre del mismo año.

Fue canonizada en 1934 y declarada patrona de todos los fieles que se dedican a trabajos caritativos.



Redacción

Matilde significa: “valiente en la batalla”.

Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque  de Westfalia. Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres.

Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de Alemania. Enrique, duque de Baviera. San Bruno, Arzobispo de Baviera. Gernerga, esposa de un gobernante, y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.

Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su santa esposa Matilde.

Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin ser atendido.

Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su santo comportamiento.

Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique. Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto. Terminada la misa se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear ya joyas nunca más.

Persecuciones

Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano, Enrique, deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se les ocurrió que todo el dinero que Matilde afirmaba que había gastado en ayudar a los pobres, lo tenía ella guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no lograron encontrar ningún dinero porque todo lo había dado a los menesterosos. Ella decía con humor: “Es verdad que se unieron contra mí. Pero por lo menos se unieron”.

Malos efectos

Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran error había sido el tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.

Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.

Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador, la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.

Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas que esta santa mujer distribuía, le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces más.

Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y rodeada de sus hijos y de sus nietos murió santamente el 14 de marzo del año 968.

Oh Matilde, reina santa y generosa: haz que todas las mujeres del mundo que tienen altos puestos o bienes de fortuna, sepan compartir sus bienes con los pobres con toda la generosidad posible, para que así se ganen los premios del cielo con sus limosnas en la tierra.



Redacción

Santa Eufrasia vivió en el siglo IV y fue hija de un pariente del emperador romano Teodosio I. Según la tradición provenía de una familia noble y por ello fue tentada recurrentemente por el demonio a llevar una vida de opulencia.

También fue atacada por satanás mientras trabajaba o ayunaba, pero siempre continuó con sus sacrificios para que sean agradables a Dios. Fue así que recibió el don de hacer milagros y echar malos espíritus. Sanó muchos enfermos y poseídos: como a un niño que no podía andar o a una monja poseída que le hacía la vida imposible.

Cuando Eufrasia tenía un año falleció su padre y fue criada bajo la protección del emperador Teodosio I,  quien se encargó de cuidar tanto a ella como a su madre. Al cumplir los cinco años el emperador la comprometió en matrimonio con el hijo de un rico senador romano para cuando tuviera edad suficiente.

A los siete años Eufrasia viajó junto a su madre a Egipto donde conocieron a eremitas y monjes de la Tebaida. Empezaron a visitar el monasterio de Santa María, fundado por San Cirilo de Alejandría y Santa Sara y se hicieron amigas de las monjas del lugar.

La pequeña Eufrasia se sintió atraída fuertemente hacia la vida religiosa eremita y rogó a las monjas que le permitieran permanecer con ellas, tomando los hábitos como novicia a la edad de ocho años.

Pronto su madre falleció, y la santa permaneció en la soledad del convento creciendo en gracia.

Cuando la muchacha cumplió los doce, el Emperador Arcadio recordó la promesa que había hecho  su predecesor Teodosio I y envió un mensaje al convento de Egipto rogando a Eufrasia que regresara a casarse con el senador a quien había prometido.

La santa se negó a abandonar el convento y escribió una carta al emperador suplicando que la dejara en libertad, que vendiese todos los bienes heredados de sus padres para que sean distribuidos entre los pobres así como dejar libres a todos los esclavos de su casa.

El emperador accedió a los deseos de Eufrasia pese a considerar que su herencia debía pertenecerle. La joven prosiguió con su vida en el convento atravesando diversas tentaciones que combatió con la gracia, caridad e invocando el nombre de Cristo.

Cuando la santa alcanzo los treinta años la abadesa del convento, Sara, tuvo una visión en la que un Cristo glorioso tomaba a Eufrasia por esposa en el paraíso.

Al poco tiempo Santa Eufrasia enfermó de fiebres, y en su lecho de muerte, tanto Julia su compañera de celda y la abadesa le imploraron a la santa que le obtuviera la gracia de estar con ella en el cielo.

Tres días después de la muerte de Eufrasia, Julia falleció y poco tiempo después, lo hizo la abadesa.

La fiesta de Santa Eufrasia se celebra el 13 de marzo.



Redacción

En Tebessa, en Numidia, en la actual Argelia, san Maximiliano, mártir, que, siendo hijo del veterano Víctor y llamado también al ejército, respondió al procónsul Diono que a un fiel cristiano no le era lícito ser soldado y, tras rehusar el juramento militar, fue ajusticiado a espada.

La "Pasión" de San Maximiliano es uno de los más valiosos documentos de una pequeña colección. Es el relato auténtico de un contemporáneo, sin adornos teóricos, del juicio y muerte de uno de los primeros mártires. Se desarrolla como sigue:

Durante el consulado de Tuscus y Anulinus, el 12 de marzo, en Tebessa, Numidia, comparecieron ante la corte Fabio Víctor y Maximiliano. El juez, Pompeyano, abrió el caso con estas palabras: "Fabio Víctor está ante el comisario del César, Valeriano Quintiniano. Exijo que Maximiliano, hijo de Víctor, conscripto apropiado para el servicio, sea medido".

El procónsul Dion preguntó al joven por su nombre y él contestó: "¿Qué caso tiene responder? No puedo ser anotado en las listas, puesto que soy cristiano".

El procónsul no lo atendió y ordenó que midieran su estatura. Pero el joven insistió: "No puedo servir; no puedo hacer mal a nadie. Soy cristiano".

El procónsul repitió la orden y el ujier informó que Maximiliano medía 1.75 m. Luego el procónsul dijo que se le debería dar el emblema militar, pero Maximiliano persistía: "¡Nunca! No puedo ser soldado".

Dion: Debes servir o morir.
Maximiliano: Nunca serviré. Pueden decapitarme, pero no seré un soldado de este mundo, ya que soy un soldado de Cristo.
Dion: ¿ De dónde has sacado esas ideas?
Maximiliano: De mi conciencia y de Aquél que me ha llamado.
Dion: (A Fabio Víctor) Corrige a tu hijo.
Víctor: El tiene sus ideas y no cambiará.
Dion: (A Maximiliano) Sé un soldado y acepta el emblema del emperador.
Maximiliano: Nunca. Ya llevo conmigo la marca de Cristo mi Señor.
Dion: Te enviaré a tu Cristo inmediatamente.
Maximiliano: No puedo pedir nada mejor. Hazlo pronto, que allá está mi gloria.
Dion: (Al oficial de reclutas) Dadle el emblema.
Maximiliano: No lo aceptaré. Si tú insistes, le quitaré la efigie del emperador. Soy un cristiano y no se me permite portar en el cuello ese emblema, puesto que ya llevo la sagrada señal de Cristo, el Hijo de Dios Vivo a quien tú no conoces, el Cristo que sufrió por nuestra salvación y a quien Dios nos entregó para que muriera por nuestros pecados. Es a El a quien todos nosotros los cristianos servimos, a El a quien seguiremos, pues El es el Señor de la Vida y el Autor de nuestra salvación.
Dion: Únete al servicio y acepta el emblema, o si no, perecerás miserablemente.
Maximiliano: No pereceré: mi nombre está ya desde ahora delante de Dios. Me rehúso a servir.
Dion: Eres un hombre joven y la profesión de las armas va de acuerdo a tus años. Sé un soldado.
Maximiliano: Mi ejército es el de Dios y no puedo pelear por este mundo; como te digo, soy cristiano.
Dion: Hay soldados cristianos al servicio de nuestros soberanos Diocleciano y Maximiano, Constantino y Galerio.
Maximiliano: Eso es cosa de ellos. Yo también soy cristiano y no puedo servir.
Dion:: Pero ¿ qué daño pueden hacer los soldados?
Maximiliano: Tú lo sabes bien.
Dion: Si no haces tu servicio, te condeno a muerte por desacato al ejército.
Maximiliano: No moriré. Si me voy de este mundo, mi alma irá con Cristo mi Señor.
Dion: Anoten su nombre. ..Tu rebeldía te hace rehusar el servicio militar y serás castigado por ello para escarmiento de los demás.

Procedió entonces a leer la sentencia:

Dion: Maximiliano ha rehusado el juramento militar por rebeldía. Deberá ser decapitado.
Maximiliano: ¡Alabado sea Dios!

Maximiliano tenía veintiún años tres meses y dieciocho días de edad. De camino al sitio de la ejecución, habló a los cristianos:
Amados hermanos, apresúrense a alcanzar la visión de Dios y a merecer una corona como la mía, con todas sus fuerzas y el más profundo anhelo". 
Estaba radiante. Después se dirigió a su padre:
La túnica que me tenías preparada para cuando fuera soldado, dásela al lictor. El fruto de esta buena obra será multiplicado cientos de veces. ¡Déjame que te dé la bienvenida en el cielo y glorifique a Dios contigo! "

Al primer golpe lo decapitaron.

Una matrona llamada Pompeya obtuvo el cuerpo de Maximiliano y lo llevó en su litera a Cartago, donde lo sepultó cerca del de San Cipriano, no lejos del palacio.

Víctor se fue a su casa regocijado, agradeciendo al Señor por permitirle enviar tal regalo al cielo. No tardó mucho en seguir a su hijo.

El texto de la "pasión" está en el Acta Sanctorum, marzo, vol. II y Acta Sincera, de Ruinart.  En el siglo III, el ejército romano estaba formado principalmente por voluntarios, pero los hijos de los veteranos tenían la obligación de servir. El rechazo de San Maximiliano a esta obligación ha ocasionado controversias entre ciertos escritores (por ejemplo Paul Allard); los puntos de vista de la Iglesia primitiva sobre el servicio militar se pueden examinar convenientemente (sin que sea necesario aceptar todas sus conclusiones) en la obra del escolástico protestante Dr. C. J. Cadoux, The Early Christian Attitude to War. Cf. San Victricius (agosto 7) y San Martín de Tours (noviembre 11).

En el Martirologio Romano, San Maximiliano es llamado Maximilianus, y erróneamente se considera a Roma como el lugar de su martirio.


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