Redacción
Los dos hermanos de Tesalónica, nacidos alrededor del año 827, que hicieron sus estudios en Constantinopla, no pudieron ser pasados por alto ni aun en esta brillante metrópoli del Bósforo.
Cirilo, el filósofo y sobresaliente conocedor de lenguas, siendo todavía joven y apenas consagrado sacerdote, obtuvo un doble profesorado, mientras que su hermano mayor, Metodio, subió por su propio esfuerzo, escalón por escalón, en el servicio público y fue nombrado gobernador de una provincia eslava. Pero Dios tenía otros planes para ellos.
Él mandó a Cirilo en el año 860, por medio de la emperatriz Teodora, hacia el sur de Rusia con las tribus paganas, y ahí comprobó que aquel antiguo erudito había logrado dominar, por medio de su inteligencia y su energía, a un pueblo medio salvaje de las estepas y lo había conducido hacia el cristianismo.
Metodio, quien desde el año 840 se había retirado del servicio público y había entrado como sencillo hermano a un monasterio en la montaña del Olimpo, acompañó a Cirilo a Rusia y participó en sus éxitos misioneros. Cuando concluyeron su misión, condujo a Cirilo a su querido monasterio de Policrón. En celdas contiguas ayunaron e hicieron penitencia los dos hermanos, retirados completamente del mundo; sin embargo, en sus corazones ardía el fuego para llevar la palabra de Dios también a otros pueblos eslavos.
Más rápidamente de lo que suponían se realizó su anhelo. Ratislavo, el príncipe de la pagana Moravia, había oído prodigios de la obra misionera y pidió, por medio de una legación en Constantinopla, que le enviaran sacerdotes cristianos. Lo más acertado era enviar a aquellos que ya habían tenido éxito.
Cirilo acudió sin vacilar, pero no fue solo: de nuevo lo acompañó Metodio. Y ya en camino, en Bulgaria, donde judíos y sarracenos desplegaban una propaganda activa, consolidaron la fuerza de los católicos. La verdadera cosecha, sin embargo, comenzó en Moravia, donde fueron apoyados por el príncipe y acogidos por el pueblo, debido a que no exigieron ni diezmos ni otras contribuciones, sino que se dieron por satisfechos con lo que les fue obsequiado en agradecimiento y con sentimiento piadoso.
Nuestros misioneros predicaron el Evangelio en Moravia e igualmente en Panonia, hablando a la gente en su propio idioma.
Cirilo tradujo la Biblia y otros libros litúrgicos al eslavo y celebró más tarde la Santa Misa en lengua eslava, ya que solamente así podía ganarse la confianza de dichos pueblos.
Esta renovación, desde luego, causó escándalo en Roma; pero pronto el escándalo se convirtió en admiración cuando los dos hermanos aparecieron en la Ciudad Eterna y no solamente presentaron, de manera convincente, su fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, sino que además entregaron las reliquias del santo Papa Clemente, que Cirilo había descubierto en Crimea.
El Papa Adriano II honró los méritos de estos dos evangelizadores, autorizándoles expresamente a fomentar la liturgia eslava para lograr así una divulgación más rápida del cristianismo en Moravia.
Poco antes de partir, Cirilo fue atacado por una grave enfermedad; en la celda de un monasterios romano se preparó para morir y falleció pacíficamente el 14 de febrero del año 869. Se colocó al difunto, en reverente agradecimiento, al lado de la sepultura de San Clemente.
Metodio, antes de dejar el cuerpo de su hermano al cuidado de los romanos y dirigirse él hacia el norte, fue nombrado, por el Papa, arzobispo y delegado apostólico. Estas distinciones pronto se convirtieron para nuestro santo en fuente de violentos sufrimientos.
Por razones de su nuevo cargo tuvo dificultades no solamente con el nuevo soberano Svatopluk, sino también con los vecinos obispos bávaros, porque los límites de su diócesis no estaban marcados claramente. Se apoderaron de su persona; una corte ficticia juzgó sus aparentes delitos y Metodio fue retenido en prisión en Ellwangen; fue tratado rudamente por sus atormentadores y humillado hasta lo indecible. Finalmente, después de tres años, el delegado papal Pablo de Ascona, consiguió su liberación.
Como si la estrechez de su reclusión hubiera aumentado aún más el impulso hacia la extensión de su apostolado, Metodio multiplicó sus actividades hacia las comarcas vecinas; pero siempre se limitó a los países eslavos. Desde su sede en Welehrad emprendió misiones a Carintia, Dalmacia, Hungría, Bohemia, Polonia, Galicia y Rusia; se le atribuye la fundación del obispado de Kiev.
El 6 de abril del 885, Metodio seguía a Cirilo a la eternidad.
Nuestra época, para la cual la reconciliación de todos los cristianos, desde el oriente hasta el occidente, es un asunto de unidad de corazones, comprende la gigantesca obra de estos dos hermanos de Tesalónica a quienes alabó el Papa Juan XXIII, como “dos columnas de la unión” y “dos antorchas ante el Señor de la tierra”.
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