Redacción
Este santo diácono figura entre los mártires más famosos de la Iglesia romana. Con los diáconos mártires Esteban y Lorenzo, tiene un puesto honorífico en la liturgia, en la tradición y el arte cristiano.
La Iglesia ortodoxa celebra también esta fiesta el mismo día, de manera que se le puede considerar por ello un “Santo ecuménico”. El nombre de San Vicente es invocado en las letanías de todos los santos.
A pesar de los escasos datos históricos que poseemos, su fama se debe a la antiquísima tradición sobre las espantosas crueldades que soportó con extraordinaria fortaleza durante su martirio, sin aceptar en ningún momento la oferta de liberación a cambio del abandono de su fe.
Sabemos que nació en Zaragoza y fue ordenado diácono por el obispo Valerio. Con el mismo obispo fue encarcelado durante la persecución de Diocleciano, en el año 304.
Parece que el obispo salvó la vida y fue desterrado por amnistía general de Diocleciano, por el vigésimo aniversario de su gobierno.
Todo el furor anticristiano del gobernador Daciano se lanzó en contra del joven diácono, quien, a la par de San Esteban, no sólo defendió la fe, sino que atacó la caducidad del paganismo.
El poeta desconocido de “Las Coronas” pone en labios de Vicente, en forma artística, las siguientes palabras:
Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar, un ser libre, sereno, exento de dolor. Lo que tú intentas destruir es… un vaso de arcilla, destinado a romperse. En vano te esforzarás por tocar lo que está adentro.”
En el poder del Espíritu Santo, que se manifiesta especialmente en todos los mártires que soportaron torturas prolongadas, debemos encontrar la raíz de la propagación del culto a San Vicente y el envío de sus reliquias por casi todos los países de Europa.
Muchas Iglesias llevan su nombre, entre ellas tres de la ciudad de Roma. En la misma España su fama fue sólo superada, en el siglo IX, por la del Apóstol Santiago, ya que por el año 812 se divulgó la noticia del hallazgo de su tumba en la ciudad de Compostela.
“El diácono, colaborador del obispo y del presbítero, recibe una gracia sacramental propia. El carisma del diácono, signo sacramental de “Cristo Siervo”, tiene gran eficacia para la realización de una Iglesia servidora y pobre, que ejerce su función misionera en orden a la liberación integral del hombre”. D. P., n. 697.
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