La Epifanía del Señor - 5 de enero



Redacción

Desde tiempo inmemorial, el recuerdo de los “Santos Reyes Magos” está unido a la fiesta de la “Manifestación del Señor”. Fueron aquellos magos de Oriente que, como primeros mensajeros del mundo pagano tributaron homenaje al Hijo de Dios, recién nacido. Mateo es el único de los cuatro evangelistas que nos informa de aquel suceso maravilloso y su relato es tan sencillo y conmovedor, que ante él sale sobrando cualquier explicación.

Pero, ¿Quiénes eran aquellos magos? Lejos de los pastizales de Belén estaban las grandes ciudades y los inconmensurables reinos orientales, donde el ser humano –mucho antes de nuestra era—había creado culturas florecientes, cuyas ruinas descubiertas despiertan asombro y admiración.

En estos recintos sagrados y majestuosos, los sacerdotes de la casta de la nobleza guardaban un secreto conocimiento astrológico y las ideas mágico-religiosas de sus pueblos.

Probablemente sabían de la esperanza devota del judaísmo, de que algún día vendría el “Rey Mesías” para liberar a su pueblo de toda esclavitud y de todo pecado. Un día, los nobles peregrinos de
Asia, atraídos por la estrella descubierta en el horizonte y movidos por la gracia del Salvador del mundo, se lanzaron a una aventura llena de peligros.

Llegaron a Jerusalén y a Belén, más o menos un año después del nacimiento del Hijo de Dios. Encontraron a la Sagrada Familia en la casa sobre la cual se detuvo la estrella. Con gran alegría se arrodillaron ante el niño y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra.

Según la costumbre oriental, reconocieron al Niño Jesús como soberano espiritual de ellos y de sus pueblos. Había terminado la peregrinación que emprendieron también como representantes de todos nosotros, los fieles que descendemos de todos los pueblos paganos del mundo.

Ni siquiera conocemos los nombres de los magos. El pueblo llamó a aquellos hombres, llegados del lejano Oriente, “Los tres reyes” a partir del siglo VI, aunque sea poco probable que hayan sido reyes de sus países, en el sentido propio de la palabra.

La Edad Media les dio nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, haciéndolos pasar por representantes de las diferentes edades de la vida, de los continentes y de las razas humanas y festejándolos en peregrinaciones y juegos.

Desde que en 1164 el canciller Reinaldo von Dassel llevó sus restos mortales, como botín de guerra, de Milán a Colonia, día a día gentes de todas las naciones rezan ante el valioso relicario que alberga sus restos, en la catedral erigida a su memoria.

En los primeros siglos, la Iglesia festejó el nacimiento del Salvador del mundo precisamente el día en que ahora festejamos a los tres Reyes Magos, y aún hoy la Congregación “de Propaganda Fide” en Roma, o sea la central de las misiones católicas para los paganos, celebra este día como fiesta especial, pues la gloria de Dios resplandece ante todos los pueblos del mundo.


“…La solemnidad de hoy nos habla a través del recuerdo de algunos hombres, los magos de Oriente, que, habiendo llegado de lejos a Belén, tras la luz de la estrella, encontraron a Jesús recién nacido. En estos hombres vemos representados a todos los que, desde cualquier lugar y en cualquier tiempo, han ido a Jesús y los han encontrado y le han ofrecido el don de su fe, tanto en las generaciones pasadas, como en la nuestra y en las futuras. Esos magos del oriente simbolizan a los descendientes de todos los pueblos de la tierra, que adoran a Dios en el misterio de su Encarnación, esto es, en su amor inescrutable hacia el hombre, por el cual el Verbo se hizo carne y nació de la Virgen María…”
Juan Pablo II, Alocución dominical, 6 de enero de 1980.

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