noviembre 2019
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Redacción

Junto con su hermano Simón, Andrés creció en la rivera del lago Tiberíades o mar de Galilea, ganándose un escaso sustento como pescador, bregando contra viento y marea.

Fue muy diferente de Simón, el hombre impetuoso y colérico que pronto olvidaba su ira y volvía a la tranquilidad. Andrés amaba el lago, como todo hombre ama su patria chica, pero sus pensamientos viajaban, con las aguas del Jordán, hacia el sur de su región.

Predicando penitencia y bautizando, había surgido un profeta nuevo, Juan el Bautista. Andrés se preguntaba si era justo salir con su barca y remendar sus redes como si nada hubiera pasado, mientras en el sur sucedían grandes acontecimientos y tal vez se cumplía el anhelo de Israel por la llegada del Mesías.

Pronto, el pescador de Betsaida se contó entre los discípulos de Juan el Bautista. La austeridad del maestro, sus ayunos y su clamor exigente de penitencia no lo asustaron. Con él esperaba la llegada del “Poderoso” anunciado por las profecías de Isaías.

Cierto día, el Bautista señaló a un hombre extraño, sencillamente vestido, llamado por algunos “el hijo del carpintero” de Nazaret y considerado como el “largamente esperado”, como la promesa y consumación de Israel. Dijo que aquél era “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Ciertamente sus palabras exigían una fe que trasladara montañas, pero Andrés necesitaba tiempo para aclarar sus dudas y calmar su alegría desbordante. Un buen día, a hurtadillas, con Juan, el hijo de Zebedeo, siguió al desconocido Rabí, fue aceptado con bondad y pasó horas inolvidables con el Hijo del Hombre. En una noche decidió su futuro.

Cuando los esbirros de Herodes llevaron al Bautista a la mazmorra del castillo de Maqueronte, Andrés, sin esperar más tiempo, se declaró públicamente discípulo de Jesús y acompañó al “Buen Maestro” en sus caminatas por Judea y Galilea; también le presentó a su hermano Simón, y no se asombró cuando el Señor le dio el honroso nombre de “Pedro”; humildemente cedió a Simón el primer lugar en el cariño del Maestro.

Andrés tenía una fe inalterable: la religión de temor del Antiguo Testamento y la austera seriedad del Bautista del Jordán quedaron superadas por la Buena Nueva que todo lo abarca y todo lo salva, por el amor paternal de Dios, que Cristo vino a manifestar. Por eso, sin recelo, el apóstol condujo a los griegos ante Jesús, ya que deseaban ver al Señor y habían sido rechazados despectivamente por los discípulos.
Andrés también se había preocupado por saciar el hambre de los miles de hombres y mujeres que rodeaban al Salvador. Lleno de confianza, le llevó al muchacho que traía cinco panes y dos peces. Jesús recompensó su fe y su bondad con uno de los milagros más bellos, que sirvió como símbolo de la Sagrada Eucaristía.


Existen datos de que, después de la dispersión de los Apóstoles, Andrés predicó el Evangelio en el sur de Rusia, en la región de los Balcanes y en Grecia. Según la tradición, fue martirizado el 30 de noviembre del año 60, clavado en una cruz en forma de equis, en Patras. Los restos del primer discípulo del Salvador se conservan en Amalfi; su cráneo fue llevado a Roma en el transcurso del siglo XII.

En 1964 todos los padres del Concilio Vaticano II rindieron homenaje a esta venerable reliquia de San Andrés y después fue regalada, por orden del Papa Pablo VI, como señal de unión con los griegos ortodoxos, a la ciudad de Patras, en Grecia.

Existen muchos templos en honor de San Andrés, tanto en Roma como en el resto de Europa, particularmente en Grecia, Escocia y Rusia.




Redacción

Se llama “taumaturgo” al que hace muchos milagros. A este santo le pusieron ese nombre porque según decía la gente, desde tiempos de Moisés, no se había visto a un simple hombre conseguir tantos milagros como los que obtuvo él.

Nació Gregorio cerca del Mar Negro, de una familia pagana. Sus padres que eran de familia noble lo encauzaron hacia los estudios de leyes.

Cuando era joven tuvo que viajar a Cesarea, en Palestina, a acompañar a una hermana, y allá conoció al sabio más grande de su tiempo que era Orígenes, el cual había puesto una escuela de teología en esa ciudad. Desde el primer encuentro el sabio Orígenes se dio cuenta de que Gregorio poseía unas cualidades excepcionales para el estudio y lo recibió en su famosa escuela. Lo dedicó enseguida a que leyera todo lo que los antiguos autores habían escrito acerca de Dios y el joven se fue dando cuenta de que lo verdaderamente admirable y cierto acerca de Dios es lo que dice la S. Biblia, y se convirtió al cristianismo y se hizo bautizar.

Fascinado por la personalidad de Orígenes, el joven Gregorio renunció a su antiguo plan de dedicarse a la abogacía y se consagró totalmente a los estudios religiosos. Más tarde dirá:
Cuando estábamos estudiando nuestro maestro Orígenes era para nosotros como un ángel de la guarda. Siempre cuidaba de nuestra alma con un interés increíble. Parecía que cuando íbamos a sus clases el ángel guardián no tenía nada que hacer porque el maestro Orígenes lo reemplazaba cuidando amorosamente del alma de cada uno de nosotros. Nos guiaba por el camino de la virtud no sólo con sus luminosas palabras sino con los admirables ejemplos de su buen comportamiento."
 ¡Quisiera Dios que los alumnos de hoy pudieran decir lo mismo de sus maestros!

El año 238 cuando Gregorio terminó sus estudios hizo un hermoso discurso de despedida a su gran profesor, alabando los métodos que Orígenes tenía para educar. En este discurso, que aún se conserva, se señalan ciertos datos de importancia para conocer como aquel sabio se preocupaba no sólo de que sus alumnos fueran muy instruidos sino también de que fueran sumamente virtuosos.

Al llegar a su patria, a su ciudad Neocesarea del Ponto, fue nombrado obispo, y empezó entonces una cadena incontable de milagros. San Gregorio de Nisa al hacer el discurso fúnebre de nuestro santo, narra unos cuantos como por ej. El poder tan extraordinario que tenía de expulsar los malos espíritus.

En cierta ocasión dos familias se peleaban a muerte por un nacedero de agua. Viendo que la pelea no acababa nunca, el santo le envió una bendición al nacedero y éste se secó y ya no hubo más peleas.

La casa del obispo Gregorio estaba siempre llena de gente aguardando en su puerta para que les diera la bendición. El los instruía en la religión y luego les obtenía de Dios su curación. Y así con su predicación y sus milagros lograron aumentar enormemente el número de cristianos en aquella ciudad.

San Gregorio Taumaturgo necesitaba construir un nuevo templo porque el número de creyentes había aumentado mucho, pero no tenía como terrenos sino un cerro abrupto. Y un día dijo:
Vamos a ver si es cierto lo que Jesús dijo: “si tenéis fe, podréis decir a un monte: ¡quítate de ahí! –y éste obedecerá”. 
Y se puso a rezar con mucha fe, y sobrevino un terremoto y el cerro se derrumbó quedando allí una buena explanada para construir el templo.

San Gregorio de Nisa y San Basilio comentaban como su abuela Santa Macrina, que había conocido a este santo, les narraba que la vida de Gregorio era como un retrato de los que el evangelio dice que debe ser la vida de un buen amigo de Dios; que nadie veía en él jamás un estallido de cólera; que siempre sus respuestas eran sencillas: “sí, sí” o “no, no”, como lo manda el evangelio. Que su piedad era tan admirable que al rezar parecía estar viendo al invisible”.

Al estallar la persecución de Decio en 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se escondieran para que no tuvieran peligro de renegar su fe cristiana por temor a los tormentos. Él mismo se retiró a un bosque, acompañado de un antiguo sacerdote pagano, al cual él había convertido al cristianismo.

Y sucedió que un informante fue y avisó a la policía dónde estaban escondidos los dos. Y llegó un numeroso grupo de policías y por más que requisaron todo el bosque no lo lograron encontrar. Cuando la policía se fue, llegó el informante y al verlos allí y darse cuenta de que por milagro no los habían logrado ver los policías, se convirtió él también al cristianismo.

San Gregorio se propuso hacer que la religión fuera muy agradable para la gente y así en las vísperas de las grandes fiestas organizaba resonantes festivales populares donde todo el mundo estaba contento y alegre sin ofender a Dios. Esto le atrajo la simpatía de la ciudad.



Se ha hecho célebre en la historia de la iglesia la frase que dijo este gran santo poco antes de morir. Preguntó: “¿Cuántos infieles quedan aún en la ciudad sin convertirse al cristianismo?” Le respondieron: “Quedan 17”, y él exclamó gozoso: “Gracias Señor; ese era el número de cristianos que había en esta ciudad cuando yo llegué a misionar aquí. En ese tiempo no había sino 17 cristianos, y ahora no hay sino 17 paganos”.

Poco antes de morir pidió que lo enterraran en el cementerio de los pobres porque él quería estar también junto a ellos hasta después de muerto.

Las gentes lo invocaban después cuando había inundaciones y terremotos, y es que él con sus oraciones logró detener terribles inundaciones que amenazaban acabar con todo.

En verdad que en la vida de San Gregorio Taumaturgo sí que se cumplió aquello que decía Jesús: “Según sea tu fe, así serán las cosas que te sucederán”. Quiera Dios bendito y adorado darnos también a cada uno de nosotros una gran fe que mueva montañas de dificultades. Amén.
SEÑOR: AUMENTA NUESTRA FE.




Redacción

Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hicieran la Medalla Milagrosa.

Nació de una familia campesina en 1806 en Francia. Huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre en vez de la mamacita muerta, y la Madre de Dios le aceptó su petición.

Como su hermana mayor se fue de religiosa vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y así no pudo aprender a leer ni a escribir.

A los 14 años pidió al papá que le permitiera irse de religiosa a un convento, pero él que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos”. La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.

Al fin a los 24 años logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.

Siendo Catalina una joven religiosa, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia.

En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo sea celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.


Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando en sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le recomendó que hicieran una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandaran hacer una medalla que tuviera por un lado la imagen de la Virgen Milagrosa, y por el otro lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.

Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta religiosa era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.

Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, conseguían favores formidables, y todo mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.

En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.

Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen a la tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden”.

Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas.

El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la religiosa que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a  quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como las más humilde e ignorada de todas las hermanitas, recibiendo frecuentemente malos tratos y humillaciones.

Una conversión famosa

En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa. Y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

46 años oculta

Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina pasó en el convento haciendo los oficios más humildes y ordinarios, sin que a nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen”
.
Revelación

Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella se murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).

Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado.

En 1947 el Santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era verdad.




Redacción

El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera:

La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra. María Santísima dijo entonces a Sor Catalina:
Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan”.
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo aureola con estas palabras:
Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Y una voz dijo a Catalina: 
Hay que hacer una Medalla semejante a esto que estás viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen”
y apareció una M sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.


El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros.



Redacción

Este santo ha sido uno de los mejores predicadores que ha tenido Italia, y logró popularizar por todo el país el rezo del santo Viacrucis.

Nació en Puerto Mauricio (Italia) en 1676.

Estudió con los jesuitas en Roma. Y a los 21 años logró entrar en la Comunidad de los franciscanos. Una vez ordenado sacerdote se dedicó con gran éxito a la predicación pero uniendo a este apostolado al más estricto cumplimiento de los Reglamentos de su comunidad, y dedicando largos tiempos al silencio y a la contemplación.

Decía que hay que hacer penitencia para que el cuerpo no esclavice el alma y que es necesario dedicar buenos tiempos al silencio para tener oportunidad de que Dios nos hable y de que logremos escuchar sus mensajes.

Fue nombrado superior del convento franciscano de Florencia y allí exigía la más rigurosa obediencia a los severos reglamentos de la comunidad, y no recibía ayudas en dinero de nadie ni cobraba por la celebración de las misas. Como penitencia, él y sus frailes vivían únicamente de lo que recogían por las calles pidiendo limosna de casa en casa. Su convento se llenó de religiosos muy fervorosos y con ellos empezó a predicar grandes misiones por pueblos, campos y ciudades.

Un párroco escribía:
Bendita sea la hora en que se me ocurrió llamar al Pable Leonardo a predicar en mi parroquia. Sólo Dios sabe el gran bien que ha hecho aquí. Su predicación llega al fondo de los corazones. Desde que él está predicando no dan abasto todos los confesores de la región para confesar los pecadores arrepentidos”.
El padre Leonardo fundó una casa en medio de las más solitarias montañas, para que allá fueran a pasar unas semanas los religiosos que desearan hacer una época de desierto en su vida. En esta casa había que guardar el más absoluto silencio y no comer carne, sino solamente frutas y verduras. Había que dedicar bastante tiempo al rezo de los salmos, y hubo varios religiosos que rezaron allí hasta nueve horas diarias. Volvían a sus casas totalmente enfervorizados. El mismo santo se iba de vez en cuando a esa soledad a meditar, en absoluto silencio, y decía: “Hasta ahora he estado predicando a otros. En estos días tengo que predicarle  a Leonardo”.

Se fue  a Roma a predicar unos días y allá lo tuvo el santo Padre predicando por seis años, en la ciudad y sus alrededores. Al fin el Duque de Médicis envió a un navío con la orden expresa de volverlo a llevar a Florencia porque allá necesitaban mucho de su predicación. La gente acudía en tal cantidad a escuchar sus sermones, que con frecuencia tenía que predicar en las plazas porque los oyentes no cabían en los templos. Las conversiones eran numerosas y admirables.

San Leonardo estimaba muchísimo el rezo del Santo Viacrucis (las 14 estaciones del viaje de Jesús hacia la cruz). A él se debe que esta devoción se volviere tan popular y tan estimada entre la gente devota. Como penitencia en la confesión ponía casi siempre rezar un Viacrucis, y en sus sermones no se cansaba de recomendar esta práctica piadosa. En todas las parroquias donde predicaba dejaba instaladas solemnemente las 14 estaciones del Viacrucis.

Logró erigir el Viacrucis en 571 parroquias de Italia.

Otras tres devociones que propagaba por todas partes eran la del Santísimo Sacramento, la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María. En este tiempo esas devociones estaban muchísimo menos popularizadas que ahora.



A San Leonardo se le ocurrió una idea que después obtuvo mucho éxito: recoger firmas en todo el mundo para pedirle al Sumo Pontífice que declarara el dogma de la Inmaculada Concepción. Esto se hizo después en el siglo XIX y el resultado fue maravilloso: millones y millones de firmas llegaron a Roma, y así los católicos de todo el mundo declararon que estaban convencidos de que María sí fue concebida sin pecado original.

Daba dirección espiritual a muchas personas por medio de cartas. Se conservan 86 cartas que dirigió a una misma persona tratando de llevarle hacia la santidad.

Se le encomendó ir a predicar a la Isla de Córcega que estaba en un estado lamentable de abandono espiritual. Fue la más difícil de todas las misiones que tuvo que predicar. Él escribía. “En cada parroquia encontramos divisiones, odios, riñas, pleitos y peleas. Pero al final de la misión hacen las paces. Como llevan tres años de guerra, en estos años el pueblo no ha recibido instrucción alguna. Los jóvenes son disolutos, alocados y no se acercan a la iglesia, y lo grave es que los papás no se atreven a corregirlos. Pero a pesar de todo, los frutos que estamos consiguiendo son muy abundantes”.

El Sumo Pontífice lo mandó volver a Roma para que se dedicara a predicar Retiros y Ejercicios a religiosos y monjas. Y el éxito de sus predicaciones era impresionante.

San Leonardo logró entonces cumplir algo que había deseado durante muchos años: poder erigir un Viacrucis en el Coliseo, de Roma (que era un estadio inmenso para los espectáculos de los antiguos romanos, en el cual cabían 80,000 espectadores. Fue construido en tiempo de Vespasiano y Tito, año 70, y siempre había estado destinado a fines no religiosos. Sus impresionantes ruinas se conservan todavía).



Desde San Leonardo se ha venido rezando el “Viernes Santo” el Viacrucis en el Coliseo y casi siempre lo preside el Sumo Pontífice. El santo escribió entonces:
Me queda la satisfacción de que el Coliseo haya dejado de ser simplemente un sitio de distracción, para convertirse en un lugar donde se reza”.
Ya muy anciano y muy desgastado de tanto trabajar y hacer penitencia, y después de haber pasado 43 años recorriendo todo el país predicando misiones, tuvo que hacer un largo viaje en pleno invierno. El Sumo Pontífice le mandó que ya no viajara a pie, lo cual lo fatigó inmensamente.

El 26 de noviembre llegó a Roma y cayó en cama. En seguida envió un mensaje al Papa contándole que había obedecido su orden de volver a esa ciudad. A las nueve de la noche llegó un Monseñor con un mensaje muy afectuoso del Sumo Pontífice y una hora después murió nuestro santo. Era el año 1751.



Redacción

Virgen y mártir cuya fiesta se celebra en la Iglesia Latina y en varias Iglesias Orientales el 25 de noviembre y que durante casi seis siglos fue objeto de una devoción muy popular.

De noble origen y versada en las ciencias, cuando tenía sólo 18 años, se presentó ante el emperador Maximino, que perseguía violentamente a los cristianos, y le recriminó su crueldad intentando demostrar cuán inicua era la adoración de los dioses falsos. 

Asombrado por la audacia de la joven, pero incapaz de competir con ella en sabiduría, el tirano la detuvo en su mismo palacio y llamó a numerosos sabios a los que ordenó que usaran toda su capacidad y razonamientos falsos de manera que Catalina apostatara; pero ella quedó victoriosa en el debate.

Algunos de sus adversarios, conquistados por su elocuencia, se declararon cristianos y fueron ejecutados. Furioso por no haber conseguido su propósito, Maximino la mandó azotar y después la encarceló. Mientras tanto, la emperatriz deseosa de ver a una mujer tan extraordinaria se acercó a visitarla a las mazmorras, acompañada de Porfirio, jefe de las tropas, y ambos cedieron a las exhortaciones de Catalina, creyeron, se bautizaron y ganaron inmediatamente la corona de los mártires.

Poco después, la santa que lejos de flaquear en su fe, conseguía muchas conversiones, fue condenada a morir en la rueda, pero al tocarla, el instrumento de tortura se destruyó milagrosamente. Enfadado y fuera de control, el emperador la mandó a decapitar. Unos ángeles trasladaron su cabeza al Monte Sinaí donde más tarde se construyó un monasterio e iglesia en su honor. Hasta aquí las Actas de Santa Catalina.

Desafortunadamente no se conservan estas actas en su forma original, sino transformadas y distorsionadas con descripciones difusas y fantásticas debidas a la imaginación de narradores, a quienes les importaba menos hacer constar los hechos auténticos que agradar a a los lectores con sus relatos maravillosos.

La importancia que se dio a lo largo de la Edad Media a la leyenda de este martirio explica el interés y cuidado con el que en tiempos modernos se han examinado y estudiado los textos antiguos griegos, árabes y latinos que lo refieren, y sobre el que los críticos han manifestado hace tiempo sus opiniones, de las que probablemente no tengan que desdecirse. Hace varios siglos, cuando la devoción a los santos era estimulada por la lectura de extraordinarias narraciones hagiográficas, cuyo valor histórico nadie estaba cualificado para cuestionar, los pueblos católicos invistieron a Santa Catalina con un halo de encantadora poesía y poder milagroso.

Clasificada con Santa Margarita y Santa Bárbara como uno de los catorce santos más útiles en el cielo, fue continuamente alabada por los predicadores y cantada por los poetas. Es bien sabido que Bossuet le dedicó uno de sus más hermosos panegíricos y que Adán de San Víctor escribió un magnífico poema en su honor: “Vox Sonora nostri chori”, etc.

En muchos lugares su fiesta se celebraba con la mayor solemnidad, se prohibía el trabajo servil, y un gran número de personas asistían a las devociones. En varias diócesis de Francia se observaba como día de fiesta de obligación hasta principios del siglo XVII, y el esplendor de su ceremonial eclipsaba al de las fiestas de algunos de los Apóstoles. Muchas capillas se pusieron bajo su patrocinio y su estatua se encontraba en casi todas las iglesias representándola, según la iconografía medieval, con una rueda, su instrumento de tortura.

Mientras que, debido a varias circunstancias de su vida, San Nicolás de Mira se consideraba patrón de los jóvenes bachilleres y estudiantes, Santa Catalina se convirtió en patrona de doncellas y estudiantes femeninas. Considerada como la más santa e ilustre de las vírgenes de Cristo, resultaba natural que ella, entre todas, fuera la encargada de proteger a las vírgenes de los claustros y a las jóvenes solteras en el mundo.



Al ser la rueda de tortura el emblema de la santa, los carreteros y mecánicos se colocaron bajo su protección. Finalmente, según la tradición, no solo permaneció virgen dominando sus pasiones y conquistó a sus verdugos al agotarles su paciencia, sino que triunfó con su ciencia haciendo callar a los sofistas, su intercesión fue implorada por teólogos, apologistas, predicadores del púlpito y filósofos. Antes de estudiar, escribir o predicar, le rogaban que iluminara sus mentes, guiara su pluma e impartiera elocuencia a sus palabras.

Esta devoción a Santa Catalina que tomó tan vastas proporciones en Europa después de las Cruzadas, recibió brillo adicional en Francia a principios del siglo XV cuando se rumoreaba que se había aparecido a Santa Juana de Arco, junto con Santa Margarita, había sido designada por voluntad divina consejera de Santa Juana de Arco.

Aunque lo hagiógrafos contemporáneos consideran más que dudosa la autenticidad de los varios textos que contienen la leyenda de Santa Catalina, nadie pone en duda la existencia de la santa. La conclusión a la que se ha llegado tras analizar esos textos es que los hechos principales han de ser aceptados como verdaderos, y se debe rechazar como puras y simples invenciones la multitud de detalles que casi oscurecen esos hechos, la mayor parte de las narraciones maravillosas con las que se embellecen y los largos discursos que se ponen en boca de Santa Catalina.

Un ejemplo lo ilustrará muy bien: aunque todos estos textos mencionan el traslado milagroso del cuerpo de la santa al Monte Sinaí, los itinerarios de los antiguos peregrinos que visitaron el Sinaí no hacen ni la más ligera alusión al respecto. Ya en el siglo XVIII Don Deforis, el benedictino que preparó una edición de las obras de Bossuet, declaró que la tradición seguida por este orador en su panegírico de la santa era en gran medida falsa y fue precisamente por entonces cuando la fiesta de Santa Catalina desapareció del Breviario de París. Desde entonces la devoción a la virgen de Alejandría ha perdido toda su antigua popularidad.



Redacción

El Papa Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, instituyó esta solemnidad que cierra el tiempo ordinario. Su propósito es recordar la soberanía universal de Jesucristo. Es una verdad que siempre la Iglesia ha profesado.

Con el objetivo de que los fieles vivan estos inapreciables provechos, era necesario que se propague lo más posible el conocimiento de la dignidad del Salvador, para lo cual se instituyó la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.

Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los preparativos necesarios para la institución de la fiesta, la cual fue finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar el Adviento.

Si Cristo Rey era honrado por todos los católicos del mundo, se prevería las necesidades de los tiempos presentes, poniendo remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.

En un mundo donde prima la cultura de la muerte y la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey anima una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la sociedad a volverse al Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen, en la llamada convivencia social, ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad.

Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia.

Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor
Cristo es rey por derecho propio y por derecho de conquista.

Por derecho propio

Lo es como hombre y como Dios. Jesucristo en cuanto hombre, por su Unión Hipostática con el Verbo, recibió del Padre "la potestad, el honor y el reino" (Cfr. Dan 7,13-14) y, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todos cuanto existe. Por eso tiene pleno y absoluto poder en toda la creación (Cfr. Sn Jn 1,1ss).

Por derecho de conquista

En virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de su sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz (Cfr. 1Pe 1,18-19). El Padre lo puso todo en manos de su Hijo. Debemos obedecerle en todo. No es justo apelar al amor como pretexto para ser laxo en la obediencia a Dios. En nuestra relación con Dios, la obediencia y el amor son inseparables.

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» -Sn Juan 14,21


Los mártires nos dan ejemplo. Prefirieron morir antes de negar a Jesús. Muchos mártires del siglo XX en México, España, Cuba y otros lugares murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! También en nuestro siglo. 

Ninguna persona, ni ley, ni entidad está por encima de Dios. El Pontífice León XIII enseñaba en la "Inmortale Dei" la obligación de los Estados en rendir culto público a Dios, homenajeando su soberanía universal.

Diferente a los hombres, Dios ejerce siempre su autoridad para el bien. Quien confía en Dios, quien conoce su amor no dejará de obedecerle en todo, aunque algunos mandatos sobrepasen su entendimiento.



Redacción

En el Canon romano se nombra a este Papa, el tercer sucesor de San Pedro, después de Lino y Cleto.

Clemente tuvo que guiar a la Iglesia durante la cruel persecución del emperador Diocleciano, a fines del siglo I. El nombre de Clemente va ligado a la solicitud que el anciano Pontífice dedicó a su grey romana mientras sus ovejas eran devoradas por los lobos feroces del culto idolátrico al emperador.

Es de suponerse que su pontificado haya durado del año 92 hasta el 99. San Irineo dice que Clemente fue discípulo de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma. En el año 96 escribió una carta pastoral a los fieles de Corinto, que estaban divididos por la discordia. Algunos inconformes habían atacado, sin razón, a los presbíteros de esta comunidad fundada por San Pablo.

Con gran sabiduría, diplomacia y celo apostólico, el Papa recalcó que la Iglesia de Cristo se distingue de cualquier sociedad humana por su jerarquía sagrada y la obediencia que los bautizados deben a sus pastores. Esta carta fue muy conocida en el siglo II y leída en las reuniones de los cristianos perseguidos.
Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.
Que el fuerte sea protector del débil y el débil respete al fuerte; que el rico dé al pobre y el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. Que el sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; que el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan”.
                             Carta del Papa San Clemente I a los corintios: 35, 1-5; 36, 1-2; 37, 1. 4-5; 38, 1-2.4

Existe un documento que se titula Actas de los Santos Mártires, y que parece ser del tiempo de este Papa, en el que se dice que San Clemente murió martirizado.

Nos dice la leyenda que el emperador Trajano desterró al Papa a la península de Crimea, en el sur de Rusia y fue condenado con otros cristianos a trabajos forzados.

También cuenta que San Clemente hizo el milagro de hacer brotar agua de una roca para mitigar la sed espantosa de los prisioneros; el emperador hizo llevar al Papa al Mar Negro y mandó que lo echaran al mar luego de atarle un ancla alrededor del cuello. Más tarde, las aguas del mar se retiraron del lugar del sacrificio y los cristianos encontraron el cuerpo incorrupto del Papa mártir.



Cerca del Coliseo, en la ciudad de Roma, donde murieron tantos cristianos por su fe, se encuentra la preciosa basílica de San Clemente, dedicada en honor del Papa mártir. Podría ser que hubiera sido construida en el lugar de la casa en donde vivió el Papa. Los cimientos del templo actual, por cierto uno de los más preciosos de la antigua Roma, se remontan al siglo IV.

En el templo yacen también los restos del gran apóstol del sur de Rusia, el obispo San Cirilo, quien trajo de Rusia los restos mortales que se suponía eran del Papa mártir San Clemente.





Redacción

La veneración de esta santa virgen y mártir es muy antigua, porque su nombre aparece en el Canon romano desde el siglo IV. En aquella época se levantó en Roma un templo en su honor, en el barrio del Trastévere. Se supone que esta iglesia fue edificada sobre los cimientos de la casa donde vivía Cecilia y donde sufrió el martirio, bajo el emperador Marco Aurelio.

La leyenda nos presenta a Cecilia, noble romana, tratando de convertir al cristianismo a Valeriano, su prometido, y a Tiburcio, hermano de éste, durante la fiesta de sus esponsales. Valeriano y Tiburcio, profundamente conmovidos por la fe de Cecilia, se entrevistaron con el Papa Urbano I, se instruyeron, aceptaron la fe y, al profesarla públicamente, fueron condenados a morir.

Cecilia compareció ante el juez, que la instó a ofrecer sacrificios a los dioses. Al rehusarse y al hacer su confesión de fe cristiana, fue condenada a morir ahogada en las termas de su propia casa. Resultó milagrosamente ilesa de esta prueba y entonces el verdugo quiso decapitarla, pero no logró su propósito y la dejó moribunda, con un tajo en el cuello. La santa logró todavía hacer, con señas, profesión de su fe en Dios,  Uno y Trino.

La imagen de Santa Cecilia suele presentarse con un pequeño órgano u otro instrumento musical. De ahí su título de patrona de la música sagrada. Es una alusión a la renuncia interior de su espíritu en medio de la algarabía de su noche de bodas.

La vida de Santa Cecilia nos enseña que el uso de los instrumentos, y aun la misma liturgia, no tienen como fin primordial la satisfacción de los sentimientos humanos, sino la gloria de Dios.

Homilía de Juan Pablo II durante la Misa del 22 de noviembre de 1984 en la basílica de Santa Cecilia.
El testimonio de Santa Cecilia, virgen y mártir de Cristo. 
“Cecilia –como narra la parábola del evangelio de hoy—fue una de las vírgenes prudentes, que esperaron al Esposo celeste con la lámpara encendida y con el aceite de reserva: la lámpara de la fe, que ella alimentaba cada día leyendo la Sagrada Escritura y escuchando a los ministros de Dios.

Cuenta la “Passio” que guardaba el Evangelio sobre el corazón y que, herida de muerte, cayó sobre el lado derecho, las rodillas plegadas, los brazos tendidos hacia adelante, la cabeza reclinada, abriendo tres dedos de la mano derecha y uno de la izquierda para indicar su fe en la Unidad y en la Trinidad de Dios. De este modo fue reproducida también en la hermosa estatua del Maderno, que se encuentre en esta basílica.



Esta es la enseñanza fundamental que Santa Cecilia nos deja: debemos tener encendida la lámpara de la fe; debemos permanecer en vigilante espera del banquete celeste, y para cada uno de nosotros puede resonar de un momento a otro el grito del evangelio: “¡Que llega el Esposo, salid a recibirlo!”.





Redacción

Conviene aclarar, ante todo, que es insostenible la idea de que en la fiesta de hoy se celebre la presentación de la Virgen María como una niña de tres años de edad, llevada por sus padres, Joaquín y Ana, al templo de Jerusalén para que se quedara al servicio de Dios.

Esta opinión proviene del Evangelio apócrifo de Santiago, que falsamente supone que en el templo de Jerusalén hubo niñas y doncellas destinadas a las funciones del culto litúrgico. La liturgia judía nunca conoció tales servicios femeninos.

En la Comisión Litúrgica del Concilio Vaticano II hubo votos a favor de la supresión total de esta fiesta. Si quedó finalmente en el nuevo calendario fue por dos razones:

Primera

Porque tiene una tradición venerable entre los griegos ortodoxos;

Segunda

Porque se descubrió que el 21 de noviembre se celebra en Jerusalén la consagración de una iglesia en honor de la Virgen María, en el mismo recinto del antiguo templo, junto al muro secular y unido con la actual mezquita “El Aksa” que, según la tradición, es el lugar donde se encontraba la casa de Joaquín y Ana. Esta iglesia actualmente lleva el título de “Nuestra Señora de Jerusalén”.

Este es un día dedicado a honrar a María, a quien alaban las liturgias de los diferentes ritos, en el lugar más venerable de la cristiandad. El día de hoy debemos implorar de María la paz a favor de los pueblos judíos y árabes, reunidos al pie de esta iglesia, en Jerusalén, aún con las armas en la mano.

Debemos meditar, además, que María es el templo perfecto del Nuevo Testamento, la “Casa de Oro” (letanía), donde Dios se dignó preparar su morada. Es un día de admiración para todos los hombres de buena voluntad, ya que Dios adornó a esta niña, desde su concepción inmaculada en el seno de Ana y durante todo el tiempo de su niñez y juventud, con prerrogativas tan extraordinarias que se convirtió en la segunda Eva. Por el Fiat –“Hágase en mi según tu palabra”—ella ofreció una libre y total obediencia a los designios de Dios.

Desde ese momento cesaron, ante Dios, los ritos exteriores del antiguo templo y Jesucristo comenzó, en el mismo seno de María, a ofrecerse como el único y eterno sacerdote; es más, como la única ofrenda grata a Dios por todos los hombres.

“La Iglesia desea que los fieles no sólo ofrezcan la Hostia inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que día con día perfeccionen, por medio de Cristo, la unión con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos”. Instrucción General para el uso del Misal Romano, n. 55.



Redacción

Hoy recordamos a unos de los primeros mártires suramericanos. Fueron asesinados por los indios en 1628, y canonizados por el Papa Juan Pablo II.

Roque González nació en Asunción, Paraguay, en 1576. Sus padres eran españoles. De joven era tan bueno y devoto que todos estaban convencidos de que un día sería sacerdote. Y a los 23 años recibió la orden sacerdotal. Desde el primer año de su sacerdocio se preocupó mucho por los indígenas y visitaba continuamente a los poblados más lejanos para evangelizar y ayudar a los indios.

A los 33 años entró a la Compañía de Jesús, para poder trabajar más completamente como misionero.
Las famosas reducciones. Los padres Jesuitas habían fundado en el Paraguay unas colonias de indígenas que se  hicieron famosas en todo el mundo. Las llamaron “Reducciones” y se diferenciaban de los demás grupos de otros países en que allí los indios no eran considerados como gente de segunda clase, sino que ellos eran los más importantes. Los Padres Jesuitas los consideraban como verdaderos hijos de Dios, y como tales los trataban con enorme respeto y gran cariño.

Un autor francés llegó a exclamar: “En estas reducciones los indios llegaron al más alto grado de civilización que un pueblo joven pueda alcanzar”.

En esas misiones se respetaba mucho la ley de Dios y se obedecían las leyes civiles; cada uno trataba a los demás como si fueran hermanos; los indios aprendían a labrar la tierra con técnica, y practicaban labores manuales e industriales. Todo era un cooperativismo bien organizado y reinaba la abundancia.

En estas reducciones trabajó por 20 años el Padre Roque González, enfrentándose con paciencia y confianza a toda clase de dificultades y peligros. Unas veces el peligro provenía de tribus totalmente salvajes que atacaban, y otras era de los colonos europeos que querían esclavizar a los indios, pero los jesuitas no se lo permitían.

El padre González fue el primer blanco que penetró en ciertas regiones selváticas del Paraguay. Dirigió unas seis “reducciones” de indígenas. El gobernador español dejó escrito:

Al padre Roque le costó su vida de misionero el aguantar hambres, fríos, ríos atravesados a nado, continua molestia de los insectos, y mil otras incomodidades que él supo soportar con verdadero heroísmo sacerdotal”. 
Pero llegó a tener una enorme influencia sobre los indios, que lo veneraban como a un verdadero santo.Y sucedió que un curandero o brujo de los indígenas se dio cuenta de que la influencia de los Padres Jesuitas le estaba quitando su clientela y que ya los indígenas empezaban a no creer tanto en sus engaños y mentiras, y dispuso vengarse de ellos. Y así fue que reunió un grupo de indios de los más salvajes y con ellos atacó a la misión católica.
El martirio

Cuando los atacantes llegaron estaba el Padre Roque González tratando de subir una campana a la torre de la capilla. Lo asesinaron allí mismo a golpes de mazo. Al oír el tumulto, el Padre Alfonso Rodríguez salió de su choza, e inmediatamente los indios lo asesinaron a golpes también. Enseguida los indígenas prendieron fuego a la capilla y cuando estaba envuelta en llamas, arrojaron a ellas los dos cadáveres. Era el 15 de noviembre de 1628. Unos días después los mismos indios asaltaron la misión cercana y allí asesinaron al otro compañero del Padre Roque, el Padre Juan de Castillo. Así fueron tres los mártires que derramaron su sangre, después de haber gastado su vida a favor de los nativos.

El jefe indio Guarecupí dejó escrito:

Todos los indios cristianos amaban al Padre Roque y sintieron su muerte, era un verdadero padre para todos nosotros los indios y como tal, lo considerábamos los que lo conocíamos”.
Dios siga enviando héroes a su santa Iglesia.



Redacción
Odón en germano significa: “superior de muchos”.

Este santo se hizo famoso porque fue el superior del monasterio más célebre de su tiempo, el de Cluny, y porque tuvo bajo su dirección más de mil monjes en diversos conventos.

Su nacimiento fue el fruto de muchas oraciones de sus padres, que deseaban tener un hijo pero la esterilidad no les permitía tenerlo. Nació el 25 de diciembre del 879.

Cuando era joven empezó a sentir terribles dolores de cabeza y ningún médico lograba curarlo. Al fin su padre y él prometieron a Dios que se iría de religioso si se curaba. La curación le llegó muy pronto.

Un día leyó las Reglas que San Benito hizo para sus monasterios y se dio cuenta de que él estaba muy lejos de la santidad, y entonces pidió ser admitido como monje en un convento de San Benito.
El año 910 fue fundado el famoso Monasterio benedictino de Cluny (en Francia) y el fundador lo llevó a él como ayudante. Después de la muerte del fundador quedó Odón como Superior del inmenso monasterio.

Por muchos años fue Odón el superior casi irremplazable de Cluny, y como allí se refugiaban grandes pecadores que deseaban llevar una vida de santidad y de penitencia, él gobernaba de manera muy rígida, porque era necesario que quien se iba de religioso lo hiciera con toda seriedad. Y así logró llevar a sus religiosos a un alto grado de santidad.

Al principio Odón se dedicaba más al estudio que a la oración, pero en una visión, contempló que su alma era como un vaso muy hermoso pero lleno de serpientes. Con esto comprendió que si no se dedicaba totalmente a la oración y a la meditación no sería agradable a Dios, y desde entonces su vida fue un orar continuo y fervoroso y un meditar constante en temas religiosos.

Él mismo narraba que cuando era un joven monje una noche a medianoche, en pleno invierno, mientras iba al templo a la oración, se encontró con un mendigo que tiritaba de frío. Él le regaló su manto, pero tuvo que tiritar también de frío durante toda la oración. Mas al llegar a su celda se encontró con una moneda de oro sobre su cama, y con eso compró un nuevo manto.

Odón insistía muchísimo en que se rezara con gran fervor los salmos y en que se observara un gran silencio en el monasterio. Y fue formando monjes tan fervorosos que con ellos logró fundar otros 15 monasterios más.

El Sumo Pontífice lo llamó varias veces a Rora para que le ayudara a calmar las guerras civiles, y con su gran ascendiente y su mucha fama de santidad lograba que se hicieran las paces entre los que guerreaban.

A veces al llegar a algunos monasterios relajados a exigir estricta observancia fue recibido con amenazas muy serias, pero luego al conocerlo más de cerca, los revoltosos se calmaban y se volvían sus grandes amigos y le obedecían totalmente.

Al morir el 18 de noviembre del año 942, dejaba monasterios muy fervorosos por muchos sitios importantes de Europa y con ello contribuyó inmensamente al resurgimiento del espíritu religioso.

Gracias Señor, por los grandes santos que le has dado a tu Iglesia. También ahora necesitamos apóstoles de esa talla. No dejes de enviarlos, que nos están haciendo mucha falta.




Redacción

La Actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la basílica antigua.

La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construido en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba de San Pedro.

Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino una basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante siglos fueron hermoseando cada vez más la basílica.



Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pe3dro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.

El templo más grande del mundo

La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el mundo que le iguale en extensión.
Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1456, y la terminó y consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más famosos art5istas como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini. Su hermosura es impresionante.

La Basílica de San Pablo

Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado “Las tres fontanas”, porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontanas).


La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el imperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: “A san Pablo, Apóstol y Mártir”.

Estas basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempo para que nuestros templos sean lo más hermosos posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia. Propongámonos tener siempre el más grande respeto y veneración por nuestros templos.




Redacción

Entre las flores de santidad que por el carisma de San Francisco crecieron en todo el mundo, la más bella flor de Alemania fue Santa Isabel que, de acuerdo a las costumbres de la nobleza medieval, a los cuatro años fue declarada novia del príncipe Ludovico de Turingia. En tan tierna edad dejó su patria, Hungría, y fue entregada a la custodia de su futura suegra, la princesa Sofía.

Una característica de la pequeña Isabel era su amor a Jesús Sacramentado, ante quien se postraba frecuentemente en la capilla del castillo de Wartburg. Después de jugar y practicar su deporte preferido, la equitación, tenía siempre tiempo para unos momentos de oración silenciosa. A los 15 años se casó con el príncipe, que entonces tenía 21 años de edad.

Este matrimonio era felicísimo, pero desgraciadamente duró muy poco tiempo. A los seis años de casados el esposo se unió a los caballeros de una Cruzada para rescatar Tierra Santa del poder de los musulmanes, y a consecuencia de una fiebre maligna murió en la ciudad italiana de Otranto el año 1227. Isabel con sus tres niños pequeños, lloró amargamente al recibir la noticia de la muerte de su esposo.

Ludovico, junto con Isabel, había purificado el ambiente feudal de su territorio y había hecho justicia a los pobres campesinos explotados por los nobles. Desde el día de su boda, Isabel no probaba ningún bocado los días de fiesta si antes no comprobaba que el alimento se había comprado honradamente o era fruto del propio trabajo de los siervos del castillo.

Muerto su esposo, los nobles tomaron venganza contra la viuda indefensa. Querían a la fuerza someterla a las costumbres feudales en detrimento de los pobres. Sin vacilaciones, Isabel con sus tres niños dejó el castillo para convertirse en pobre. Con gran alegría pronunció los tres votos evangélicos y entró en la Tercera Orden de San Francisco, apenas fundada. El emperador de Alemania, Federico II, obligó personalmente al cuñado de Isabel a devolverle los bienes robados que le correspondían a ella. Con este dinero Isabel fundó un hospital para gente pobre en Marburgo, en donde ella misma trabajó diariamente como enfermera, entregándose a los servicios más humildes.



La excesiva severidad de su confesor, el franciscano fray Conrado, la obligó a dejar hasta la tutela de sus tres hijos. Así, al dejarlo todo por amor a Cristo pobre, cumplió el Evangelio al pie de la letra. Su confesor, ciertamente bien intencionado, quiso llevarla por el camino de una obediencia extraordinaria a una amistad íntima con Cristo, a ejemplo de San Francisco y de Santa Clara.

El Señor llamó  a Isabel a sus bodas celestiales el 19 de noviembre de 1231. Cuatro años después de su muerte fue canonizada por el Papa Gregorio IX. Ese mismo años su cuñado, Enrique Raspe, arrepentido, empezó a construir una de las más preciosas iglesias góticas de Europa en honor de Santa Isabel en la ciudad de Marburgo, en donde descansaron sus restos durante 300 años. El conde Felipe de Hassen, al hacerse protestante, profanó la tumba y las reliquias de la santa desaparecieron.

Típico en la vida de Santa Isabel de Hungría fue su corazón extraordinariamente compasivo. Sentía en carne propia no sólo los sufrimientos de Cristo sino también los de cada ser humano explotado, marginado, enfermo y sumido en la detestable miseria de aquellos tiempos.

Innumerables instituciones de caridad, dentro y fuera de Alemania, llevan todavía hoy el nombre de la santa para dar testimonio de que amar es compartir totalmente la suerte del ser amado.

En varias ocasiones he aludido a la parábola evangélica del rico y Lázaro. ¿Es que el rico fue condenado porque tenía riquezas, porque abundaba en bienes en la tierra, porque vestía de púrpura y lino, y todos los días banqueteaba espléndidamente? No, diré que no lo fue por esta razón. El rico fue condenado porque no prestó atención a otro hombre. Porque no trató de informarse de Lázaro, la persona que yacía a su puerta, ansioso de saciarse con lo que caía de su mesa. Nunca condena Cristo al simple poseedor de bienes materiales. Por el contrario, pronuncia palabras muy severas contra quienes usan sus bienes materiales de un modo egoísta sin prestar atención a las necesidades de los otros.”Juan Pablo II, homilía en el Yankee Stadium de Nueva York. 2 de octubre de 1979.



Redacción

Santa Margarita (1045–1093), era la hermana de Edgar Atheling, el heredero anglosajón a la corona de Inglaterra. Contrajo matrimonio con Malcolm III, rey de los escoceses, y se convirtió en su reina consorte.

Hija del príncipe inglés Eduardo el Exiliado, hijo éste de Edmundo II Brazo de Hierro, Margarita nació probablemente en Hungría. La procedencia de su madre Agatha, es polémica y se ha estimado que pudo haber sido hija del rey San Esteban I de Hungría. Conforme a la creencia popular, Margarita era una persona muy seria, tanto, que nunca nadie pudo verle reír o soltar una carcajada.

Margarita nació tras la muerte del rey San Esteban, durante un caótico periodo donde gobernaba Pedro Orseolo de Hungría, sobrino del fallecido monarca. Una salvaje revuelta pagana se sucedió en 1046, cuando Margarita tenía tan solo un año de nacida. Todos los extranjeros que vivían en Hungría fueron atacados (principalmente germánicos, pues muchos habían acudido a apoyar a Orseolo), pero según se sabe la pareja real inglesa y Margarita lograron sobrevivir dicho caos. En 1046 fue coronado rey Andrés I de Hungría, quien luchó arduamente contra los paganos y reforzó el Cristianismo con tal fervorosidad, que fue conocido como Andrés el católico. Fue precisamente en esta atmósfera en la que creció Santa Margarita, lo que muy probablemente la llevó a una vida piadosa y devota a la religión de Cristo.

Cuando su tío, Eduardo el Confesor, el rey anglosajón y francófono de Inglaterra, murió en 1066, ella estaba viviendo en territorio inglés, donde su hermano, Edgar Atheling, había decidido reclamar al trono vacante. De acuerdo a la tradición, tras la conquista normanda de Inglaterra, la viuda Agatha había decidido dejar Northumberland en compañía de sus hijos y volver al continente, pero una tormenta desvió su barco a Escocia, donde buscaron la protección del rey Malcolm III. El sitio donde se presupone que desembarcaron se conoce actualmente como St Margaret's Hope (La Esperanza de Santa Margarita), próximo a la villa North Queensferry. Malcolm era probablemente viudo, y se sintió atraído por la idea de casarse con alguna de las pocas mujeres restantes de la familia real anglosajona. El matrimonio de Malcolm y Margarita tuvo lugar poco después y fue seguido por numerosas invasiones de Northumberland en manos del rey escocés, probablemente en apoyo de los reclamos de su cuñado Edgar. Esto, sin embargo, tuvo muy poco resultado sobre la destrucción de la provincia.

Quiera Dios que todas las esposas de los jefes de las naciones sean tan fervorosas y generosas como Santa Margarita de Escocia, y que las demás esposas lo sean también. Margarita era hija del rey San Eduardo. Su padre tuvo que salir huyendo de Inglaterra cuando el rey Canuto de Dinamarca invadió el país. Luego de caer Inglaterra en poder de Guillermo el Conquistador, Margarita y sus hermanos se refugiaron en Escocia, donde era rey Malcon III, el cual al darse cuenta de las cualidades de bondad y caridad que tenía la joven, se casó con ella. Y así Margarita, a los 24 años llegó a ser reina de Escocia.

Para ella lo principal en la vida era ayudar a los pobres. Cada día antes de ir a almorzar servía personalmente el almuerzo a nueve niños huérfanos (y a veces les servía de rodillas, al recordar que los favores que hacemos al pobre los recibe Jesucristo como hechos a Él mismo). En su palacio de reina se atendía diariamente a centenares de pobres, y cuando ella salía por las calles volvía a la casa sin dinero, sin joyas y hasta sin el manto, porque todo lo regalaba a los necesitados. Era estimadísima entre el pueblo por la inmensa compasión que demostraba hacia los más miserables.

Tuvo seis hijos y dos hijas. Su esposo Malcon III era cruel y rudo, pero la amabilidad de Margarita lo fue volviendo amable y caritativo, tanto que él mismo le ayudaba a servir el almuerzo a los centenares de pobres que llegaban a pedir alimentos. De los hijos de Margarita, dos llegaron a ser santos y tres fueron reyes, y del esposo de una hija de ella, Enrique I, proviene la actual familia real de Inglaterra.

Costeó la construcción de conventos y templos y organizó una asociación de señoras para dedicarse con ellas a tejer y bordar ornamentos para las iglesias, a sus hijos los educó muy cuidadosamente en la religión católica y se esmeró porque aprendieran muy bien el catecismo y la doctrina cristiana. En su casa y entre la gente del pueblo hacía leer las vidas de santos. Se esmeraba en conseguir sacerdotes fervorosos para las parroquias. A su esposo el rey, lo entusiasmaba continuamente para que hiciera obras a favor de la Iglesia y de los pobres, y para que fuera compasivo con sus enemigos.

Construyó una hermosísima catedral. Insistía mucho a la gente en el deber de santificar el domingo. En Cuaresma y en Adviento (las cuatro semanas anteriores a la Navidad) ayunaba cada día. Le gustaba mucho leer los Evangelios y pasaba varias horas de la noche en oración.

Su esposo y su hijo mayor murieron batallando contra los ingleses que querían invadir el territorio de Escocia. Santa Margarita sufrió inmensamente al saber tan trágica noticia. Exclamó entonces:

Te doy gracias Dios mío, porque al mandarme tan dolorosas noticias me purificas de mis pecados", y cuatro días después ella también murió, el 16 de noviembre del año 1093.
Inmediatamente el pueblo empezó a honrarla como santa, y su popularidad ha sido inmensa en Escocia y en otros países. Es recordada sobre todo por su admirable generosidad para con los pobres y afligidos.



Redacción

En la cripta de la Iglesia de San Andrés, muy cerca de la catedral de Colonia, en Alemania, se puede visitar la tumba de un hombre que con razón merece el título de “el Grande”. En esta ciudad empezó San Alberto su labor espiritual y cultural. La misma catedral de Colonia es un símbolo del edificio que San Alberto levantó en el siglo XIII como profesor, teólogo e investigador de ciencias naturales, además de ser provincial de los dominicos, obispo y predicador de una Cruzada.

Ya desde su estancia en Italia, Alberto empezó a investigar científicamente las maravillas de la naturaleza. Sus obras abarcan unos 40 tomos, tratan de medicina, geografía, astronomía, botánica, física y, sobre todo, el reino animal. Por medio de las leyes de la vida animal, comprobó que las especies inferiores se explican por las superiores y que el homnbre es el milagro más grande de la creación.

Su inteligencia no se limitó al campo de las ciencias. En teología San Alberto fue asimismo un hombre de capacidad extraordinaria, porque incorporó el espíritu de los escritos filosóficos de Aristóteles en la teología católica, después de depurarlos de la influencia judía y árabe. Con su discípulo, Santo Tomás de Aquino, construyó la teología escolástica. Al morir éste, Alberto impulsó inmediatamente la canonización de Tomás de Aquino como baluarte del dogma católico y modelo de santidad. Entre estos  dos santos amigos encontramos algunas afinidades que explican la desbordante creatividad de estos gigantes del mundo intelectual: ambos estudiaban de rodillas, llevaban una vida de oración personal con Dios y recibieron las luces del Espíritu Santo.

San Alberto era también hombre dedicado a la gente del pueblo. Siempre tenía tiempo para confesar y predicar a los sencillos feligreses. Para dar ejemplo de pobreza a sus frailes, hacía sus viajes pastorales casi siempre a pie, llegando a recorrer increíbles distancias, como la ruta desde la corte papal de Anagni hasta Leningrado.

Con objeto de reparar los daños que un obispo feudal había causado en Ratisbona, Alberto aceptó, a los 67 años, el nombramiento de obispo. Llevó una vida de pobreza y pudo convertir a los fieles de la diócesis, y después de tres años la devolvió al Papa en paz y armonía.

Donde había cuestiones sociales, políticas y eclesiásticas casi insolubles llamaban a San Alberto, para que, con su sabiduría y su corazón noble, ayudara a arreglar los problemas, cosa que casi siempre logró.

En los últimos meses de su vida quiso estar solo con Dios en su celda del convento de los dominicos en Colonia. El 13 de noviembre de 1280 todas las campanas de la ciudad anunciaron su muerte. Los países de Europa se entristecieron porque adivinaron que habían perdido a uno de sus teólogos más grandes que a la vez fue un hombre de íntima vida religiosa.

Una de sus sentencias más sabias dice lo siguiente:

 ¿Quieres tú descubrir los misterios de Dios? Pregunta a un hombre que por amor de Dios vive la pobreza evangélica con alegría. Éste conoce los misterios de Dios mejor que el teólogo más erudito de la tierra”.

En 1622 fue beatificado y, a pesar de que la devoción hacia él fue en aumento, llegó al honor de los altares hasta 1931, cuando el Papa Pío XI lo proclamó doctor de la Iglesia, con lo cual le daba el título equivalente a santo.

“…Oh Dios, creador nuestro, autor y luz del espíritu humano, tú has enriquecido a San Alberto en el fiel seguimiento de Jesucristo, nuestro Señor y Maestro, con un profundo convencimiento de la fe. La creación misma era para él revelación de tu omnipotente bondad, mientras iba aprendiendo a conocerte y a amarte más profundamente en las criaturas. Asimismo investigó las obras de la sabiduría humana, como también los escritos de los filósofos no cristianos, que le abrieron paso hacia un encuentro con tu gozoso mensaje…”
Plegaria de Juan Pablo II ante la tumba de San Alberto Magno, Colonia, 15 de noviembre de 1980.



Redacción

Gertrudis es una palabra que en su idioma significa “fiel defensora” (ger=defensora, trud=fiel).

Santa Gertrudis es la patrona de las personas místicas, porque ella fue la primera gran mística de quien se tenga historia (la Iglesia llama místicas a las personas que se dedican a tratar directamente con Dios por medio de fervorosísimas oraciones, y a recibir de Él, mensajes y revelaciones). Más tarde aparecerán otras  grandes místicas como Santa Brígida, Santa Catalina, Santa Teresa y Santa Margarita, etc., pero la primera de la cual se conocen las revelaciones recibidas es nuestra santa de hoy. Por eso es tan importante.

Santa Gertrudis fue la primera en propagar la devoción al Sagrado Corazón y el culto a San José. Los demás santos que después propagaron estas devociones se basaron en revelaciones recibidas por esta gran mística.

Nació en Eisleben (Alemania) en el año 1256. A los 5 años fue llevada al convento de unas religiosas muy fervorosas y allí demostró tener cualidades excepcionales para el estudio. Sobresalía entre todas por la facilidad con la que aprendía la literatura y las ciencias naturales, y por su modo tan elegante de emplear el idioma. Y tenía la fortuna de que la superiora del convento era su tía Santa Matilde, otra gran mística, que frecuentemente recibía mensajes de Dios.

Hasta los 25 años Gertrudis fue una religiosa como las demás, dedicada a la oración, a los trabajos manuales y a la meditación. Solamente que sentía una inclinación sumamente grande por los estudios, aunque era a los estudios mundanos de la literatura, historia, idiomas y ciencias naturales. Pero en esa edad recibió la primera de las revelaciones que la hicieron famosa, y desde aquel día su vida se transformó por completo. Así lo narra ella misma:

Estaba yo en un rincón de la capilla donde acostumbraba hacer mis tibias oraciones, cuando se me apareció Nuestro Señor y me dijo: -- Hasta ahora te has dedicado a comer polvo como los que no tienen fe. De allí has tratado de extraer miel y sólo has encontrado espinas. Desde ahora dedícate a meditar en mis mensajes y ahí sí encontrarás el verdadero maná que te alimentará y te dará la fortaleza y la paz”.

Desde esa fecha, Gertrudis que antes se había dedicado a lecturas mundanas, cambió por completo su preferencia en cuando a lo que leía y dedicó todo su tiempo libre a leer la SS. Biblia, y los escritos  de los santos padres, especialmente San Agustín y San Bernardo.

Ella dice: “cambié el estudio de ciencias naturales y literatura, por el de la teología y la Sagrada Escritura”. Y en sus escritos se notará en adelante que su ciencia la ha ido a beber (después de las revelaciones que Dios le hizo) en los libros sagrados de la Biblia y de los santos.

En sus 47 años de vida, Gertrudis no se diferenció externamente de las demás religiosas de su convento. Copiaba pasajes de la S. Biblia (en ese tiempo no existía la imprenta y todo había que escribirlo a mano), componía explicaciones de la Sagrada Escritura para darlas a las otras religiosas, y sufría en silencio sus enfermedades, que no eran pocas. Pero internamente su vida era muy distinta, porque dialogaba con Dios a cada rato.

Jesucristo le dijo un día:
Gertrudis, tú serás mi heraldo”. (Se llama heraldo el que transmite mensajes de un superior) Y ella escribió en cinco libros los mensajes que recibió en sus revelaciones, y a su obra le puso por nombre: “Heraldo de la amorosa bondad de Dios”. 

A esta obra que se ha hecho famosa entre todas las personas que se dedican a la mística, se le ha llamado también: “Revelaciones de Santa Gertrudis”. Allí se contienen visiones, comunicaciones, y experiencias místicas, y estas experiencias se han repetido después en muchas otras almas santas como por ejemplo San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Magdalena de Pazzi, Sata Gema y muchísimos santos más.

Dice la santa que un día vio que de la herida del costado de Cristo salía un rayo de luz y llegaba al corazón de ella. Desde entonces sintió un amor tan grande hacia Jesucristo, como nunca lo había experimentado

.

Su amistad con Santa Matilde. Esta otra gran santa era 15 años mayor que Santa Gertrudis y le contaba las revelaciones que ella había recibido también. Las dos (adelantándose varios siglos a lo que después se aceptaría) recomendaban mucho la comunión frecuente, la devoción al Sagrado Corazón y el encomendarse a San José.

Un día Santa Matilde supo que su sobrina Gertrudis venía copiando todas las experiencias místicas y las revelaciones que ella le había contado, y se alarmó. Pero el Señor le comunicó que Él mismo le había inspirado a Gertrudis el deseo de escribir tales experiencias y revelaciones, y entonces la misma Matilde se encargó de corregir aquel escrito, el cual fue publicado con el título de “Revelaciones de Santa Matilde”. Santa Matilde le preguntó a Jesús: “Señor, fuera de la Santa Hostia, ¿dónde te puedo encontrar?” –Y Jesús le respondió: “Búscame en el corazón de Gertrudis”. Dice Gertrudis que un día Jesús acercó totalmente el corazón de Matilde a su Sagrado Corazón, y que desde esa fecha aquella santa quedó totalmente enamorada de Cristo.

Los especialistas afirman que los libros de Santa Gertrudis son, junto con las obras de Santa Teresa y Santa Catalina, las obras más útiles que una mujer haya dado a la Iglesia para alimentar la piedad de las personas que desean dedicarse a la vida contemplativa.” Es una de las Patronas de los escritores católicos.

Cuando le fue anunciado que se acercaba su muerte exclamó:

Esta es la más dulce de las alegrías, la que más había deseado, porque voy a encontrarme con Cristo."
Y dictó sus últimos pensamientos acerca de la muerte, que son de lo más sublime que se haya escrito.Murió el 17 de noviembre del año 1302. (Su fiesta se celebra el 16 de noviembre).

Que Cristo Jesús nos regale también a nosotros una llamarada de amor hacia Él, como la que le concedió a su fiel sierva Gertrudis.



Redacción

Según una estadística oficial, entre 1879 y 1914 emigraron catorce millones de italianos, en su gran mayoría a los Estados Unidos de América. Allí les esperaba, generalmente, una suerte muy difícil. Algunos fueron discriminados por su origen, su lengua y su religión  no pudieron conseguir empleo.
A otros les dieron los trabajos más humildes y pesados.

En la primavera de 1889 se dio a conocer una religiosa italiana, fundadora de una Congregación llamada “Misioneras del Sagrado Corazón”. El Papa León XIII le confió el cuidado de sus compatriotas en los Estados Unidos, pero el arzobispo de Nueva York vio con malos ojos a la fundadora y le aconsejó que con sus seis religiosas se regresara a Italia. Ella contestó al prelado:

No, excelencia, no volveremos; este es nuestro campo de misión; estamos aquí por voluntad del mismo Sumo Pontífice”.
Francisca fue la decimotercera hija de una familia campesina y quedó huérfana a los 20 años de edad. En la parroquia pobre de su patria chica trabajó como maestra y enfermera, y más tarde buscó compañeras para fundar una Congregación que atendiera a los niños huérfanos.

El obispo de Lodi invitó a las religiosas a que trabajaran a favor de los emigrantes italianos. En los Estados Unidos la madre Francisca tuvo que superar muchísimas dificultades. Algunos italianos sin trabajo se habían entregado a los vicios y habían cometido diversos crímenes.

Las religiosas no sólo asistieron a los inmigrantes dispersos en las grandes ciudades, sino también visitaron las cárceles para hablar y rezar con los presos italianos en su propia lengua, y acompañaron a algunos de ellos, condenados a muerte, hasta la silla eléctrica. Los presos italianos de Chicago les regalaron un coche de caballos para que no tuvieran que caminar tanto en sus visitas semanales a la cárcel.

En sus 35 años de apostolado en los Estados Unidos, la madre Francisca Javier Cabrini fundó 67 instituciones para el cuidado de los enfermos abandonados y pobres. También  organizó escuelas catequísticas para niños y adultos de origen italiano, a fin de que no perdiera su fe en un ambiente materialista. Para conseguir ayuda económica y de personal cruzó unas treinta veces el océano.

Su extraordinaria capacidad administrativa iba a la par con su fe profunda. Durante la noche la madre Francisca pasaba horas enteras delante el Santísimo Sacramento para pedir favores especiales. Con frecuencia escribía sus peticiones y ponía sus escritos delante del sagrario. Tenía una confianza ilimitada en la intercesión de la Virgen Santísima. Una vez le preguntaron  sobre el secreto de su éxito, y contestó:

Nunca dudar de Jesús ni de María, pero en cuanto a mi propia persona, miren un vaso de agua: yo no soy más que ese vaso”.
Cuando la madre Cabrini se había despedido de su humilde pueblo de Cadogno, Italia, en 1889, para ir a los Estados Unidos, su confesor le dijo: “Madre, ¿por qué quiere ir tan lejos? Deje esos ambiciosos planes para personas de capacidad y santidad excepcionales”. Sin saberlo, el modesto sacerdote había previsto lo que Dios quería hacer de esta religiosa.

Murió el 22 de diciembre de 1917, en Chicago; para entonces su Congregación contaba con 2,000 religiosas y 70 casas. El 7 de julio de 1946 el Papa Pío XII canonizó a Francisca Javier Cabrini, que fue la primera santa norteamericana. Después de la segunda guerra mundial fue declarada patrona de los “inmigrantes”.



“La pastoral de los emigrantes… es tarea de toda la Iglesia local: sacerdotes, religiosas y laicos… Por una parte, deben ayudarlos a salvaguardar o, mejor, robustecer sus valores religiosos, familiares y culturales, cuando éstos son fruto de generaciones cristianas, pues se corre el riesgo de que aquellos sean destruidos sin que nada los sustituya realmente. Por otra parte, tampoco puede olvidar que estos emigrados están ya marcados por el país de acogida, donde también les corresponde desempeñar una tarea, por las relaciones que se entablan entre los adultos en los ambientes de trabajo y, más aún, en la escuela y lugares de entretenimiento de los niños y jóvenes, por los medios de comunicación locales que utilizan… La pastoral debe ayudarles a hacer frente a todo ellos y a integrar armónicamente lo “nuevo”, sin hacer caso omiso de lo “antiguo”.
Juan Pablo II, II Congreso Mundial de Pastoral de la Emigración Roma, 14 de marzo de 1979.



Redacción

Una de las tragedias más grandes y casi ignoradas por el mundo occidental fue la cruel persecución y destrucción que sufrieron todas las comunidades de rito ortodoxo en Ucrania, Rumania y Polonia, esto es, en todos los territorios que después de la segunda guerra mundial, en 1945, fueron ocupados por el comunismo soviético.

Miles de fieles, sacerdotes y obispos, fueron encarcelados, torturados y asesinados por un solo crimen: ser fieles al único vicario de Cristo en la tierra, al Papa de Roma y, a la vez, ser fieles al rito eslavo, de venerable tradición.

Con la canonización del santo obispo Josafat, en el año 1867, el Papa Pío IX quería enseñar a la Iglesia universal lo que ha sufrido desde hace muchos siglos, por su fidelidad a la Santa Sede, esta porción heroica de la Iglesia Católica.

Josafat nació en 1580, en Ucrania, en el seno de una familia griega ortodoxa. Empezó a trabajar como comerciante en la ciudad de Vilna, entonces parte de Polonia. Siguiendo el llamado del Señor, ingresó en 1604 en un monasterio de los monjes de San Basilio, y practicó la liturgia de ese rito ortodoxo con entusiasmo y exactitud. Sintió un gran deseo de unirse a la Iglesia universal, unión que habían logrado y a en el año 1569 algunos obispos del rito ruso ortodoxo de la ciudad de Brest-Litowsk. A este mismo rito se incorporó Josafat para promover el ideal de la Iglesia, “Una y Santa”.

Entre los ortodoxos todavía separados de Roma, la Santa Sede había concedido la conservación de la venerable liturgia oriental, considerándola como gran tesoro de la tradición antigua de los primeros siglos del cristianismo. Josafat fue nombrado, después de algunos años de celoso apostolado, arzobispo de Polotsk.

Por su fidelidad al rito oriental atrajo a muchos fieles y sacerdotes a la unión con Roma en el rito ruso. Esta liturgia fue la predilecta del santo obispo día y noche. También escribió un Catecismo católico, que propagó en toda su diócesis.

Las penitencias que él mismo se infligía con increíble austeridad iban unidas a un gran aprecio del sacramento de la Reconciliación, cuya frecuencia recomendaba a sacerdotes y fieles.
La pena más grande de su vida fue el nombramiento, por el patriarca de Jerusalén, de un obispo cismático, quien propaló la calumnia de que Josafat quería destruir el rito ortodoxo para obligar a que todos se hicieran católicos del rito latino. Este obispo predispuso al pueblo contra el legítimo pastor. Organizó una considerable campaña de odio político y religioso, de modo que el 12 de noviembre de 1623 algunos fanáticos asaltaron el obispado para asesinar al obispo Josafat. Los criados, que querían protegerlo, fueron brutalmente heridos. El obispo se enfrentó a los asaltantes y les preguntó: “¿Por qué golpean a éstos? ¿Qué mal les hicieron? Si buscan al obispo, aquí estoy”. Enseguida fue atacado con hachas y espadas que le destrozaron la cabeza. Tenía 43 años de edad.



Debido a la cruel persecución de la Iglesia rusa y ucraniana en estos últimos tiempos, todos los Papas más recientes han honrado la memoria de San Josafat. El Papa Pablo VI hizo incluir a este obispo mártir en el santoral universal de la Iglesia romana.

“Sobre las ruinas del Coliseo se levanta la cruz. Mirando hacia esta cruz, la cruz de los comienzos de la Iglesia en esta capital y la cruz en su historia, debemos sentir y expresar una solidaridad particularmente profunda con todos nuestros hermanos en la fe que también en nuestra época son objeto de persecuciones y de discriminaciones en diversos lugares de la tierra. Pensemos ante todo en aquellos que están condenados, en cierto sentido, a la “muerte civil” por la denegación, del derecho a vivir según la propia fe, el propio rito, según las propias condiciones religiosas. Mirando hacia la cruz en el Coliseo, pedimos a Cristo que no les falte –al igual que a aquellos que en otro tiempo sufrieron aquí el martirio—la fuerza del Espíritu de que tienen necesidad  los confesores y los mártires de nuestro tiempo.”
Juan Pablo II, Alocución al terminar el Viacrucis del Viernes Santo, 1979.



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